EL LADRÓN y EL MALO.
Quería joderme. Pude darme cuenta cuando todo había pasado. El hecho era puntual, pero eso no alcanzó para despejar la duda en el momento. Dejando de lado el sentido común reaccioné.
En este trabajo aprendí que es mejor dudar para no entregarlo todo. Que es mejor deshacerse del falso perfeccionismo del ego y apelar a la “ley del menor esfuerzo”, o al dogma marketinero que reza, “hacer que el trabajo fluya”, “de cualquier forma”, como dijo la R.P., es decir, la de relaciones públicas. O como me enseñaron, “palo y a la bolsa”. Dos posturas diferentes. Sin embargo, algo que se aprende con la misma experiencia, que va transformándote, o que te educa; aunque por cierto tiempo todo permanece oculto en el inconsciente, y por último todo va derrumbándose de a poco y es difícil reconocerse en un todo apestado por igual. Ese “fluir” no es más que una discordancia egoísta, y lo otro una necesidad.
Fui fumando en el taxi. Bajé con el tiempo justo y me dirigí al salón donde sería el evento. El primer día que nos vimos nos saludamos de manera cortés, bien predispuestos. Parecía que todos íbamos a lo mismo. Amables, sonrientes, y tolerantes. Íbamos a conocernos, a ponernos de acuerdo, a saber a que se dedicaría cada uno, y a repartir las tareas para llevar a cabo el montaje de todas las piezas. Lo había hecho cientos de veces. Ya no dudaba en estas situaciones, lo tomaba casi como algo rutinario. Pero nunca es igual. A la R.P. no le quedaban las cosas claras, y siempre precedía sus palabras con un “a ver…?” que ponía en duda como se realizaría tal o cual cosa. Decía que mejor lo haga fulanito, porque con menganito ya había quedado con anterioridad en otra cosa, o que así no porque llegarían más tarde, o que eso estaba resuelto, o cosas por el estilo. Una demostración absurda de autoridad necesaria para sentirse segura. No llegué a advertir que había detrás de esas palabras. Era extraño. Hiciera quien lo hiciera yo estaría allí para supervisarlos. No me preocupé en lo más mínimo. La verdad era que no quería demorarme más. Terminar e irme. Salir, fumar, y volver a la oficina. Revisamos que todos tuviésemos los mismos archivos, quedamos en un horario para el día del montaje, y depositamos los correspondientes votos de confianza. Hoy me doy cuenta, cada vez más, que estos casos no ameritan tanta parsimonia. Nos despedimos. No hacía falta planearlo. Ninguno pareció darle importancia.
¿Cuándo lo voy a aprender? No lo sé. El simple dilema de que el trabajo es trabajo. Eso de palo y a la bolsa. No estaba ni concursando por un premio, ni quería ganarme el afecto de alguien, y mucho menos llegar a la perfección en esto que solo lo hacía por dinero, una inversión de tiempo a cambio de un interés. Tiempo igual dinero. Sobretodo cuando las reglas no estaban establecidas bajo los mismos criterios, lo mío era una necesidad, lo del otro firmar un acuerdo. Parecía que el único que sentía tanta responsabilidad era yo.
El día del evento, otra vez de camino en el taxi aproveché para fumar un cigarrillo. Iba con el tiempo justo. Llegué unos minutos más tarde de lo acordado. Lo primero que hice fue buscar al resto del equipo. Solo encontré a uno de los instaladores que esperaba sentado a sus compañeros con la cabeza inclinada hacia abajo y la vista fijada en la pantalla del celular. Luego apareció la R.P. Me detuve un momento a observarla. Era una señora que no escapaba a la necesidad de sacarse unos años de encima, de parecer más joven, y de llevar una moda que no le correspondía pero que evidentemente era un arma para sus negocios. No aparentaba ni más ni menos que lo que era. Luego vi a Jean, el técnico de las pantallas verticales, que también operaba el software que proyectaba las imágenes. Un sentimiento afín a eso de palo y a la bolsa nos movió y nos puso a trabajar. A medida que íbamos probando los videos y viendo que cada archivo esté correcto fue llegando el resto de la gente. El trabajo apremiaba a cada minuto que pasaba. En 8 horas comenzaría el evento. Mi mochila había quedado cerca de la entrada, por donde instalaríamos los viniles, un material autoadhesivo especial para pisos. Me dieron ganas de fumar, pero me contuve para terminar y empezar con los viniles. Recuerdo haberme acercado para ver si ya estaban todos los instaladores y medir el tiempo. Vi los cigarrillos en los bolsillos del costado de la mochila, unos bolsillos de red, y dejé todo ahí. No hice caso a mis pensamientos y bajé.
Al menos eran unos 10 personas. Viri, que parecía la jefa de los instaladores, y supongo que se llamaba Viridiana, un hombre que al parecer también llevaba un puesto de cierta responsabilidad, y los instaladores que estarían bajo mi supervisión. Saludé y me presenté ante todos. Les compartí la red wi-fi para generar empatía y fui por un cigarrillo a mi mochila.
Traté de recordar si los había cambiado de lugar. Hice memoria, pero los cigarrillos habían desaparecido del bolsillo. Levanté la mochila y miré si se habían caído por ahí. Metí mecánicamente la mano en los bolsillos del costado. Estaban ahí hacía menos de 10 minutos. La cosa empezaba mal. Las ganas de fumar eran cada vez mayores.
Lamenté lo sucedido y comenzamos a trabajar. Lo primero era ver el plano, comprobar que estaban todas las piezas, y presentarlas donde irían colocadas. Comenzaron los chistes cuando le tuve que pedir a uno del equipo que me pase su número de teléfono para poder compartirle el plano con las referencias de montaje. Debieron traerlo con ellos, pero ni siquiera su jefa estaba enterada de la existencia del plano. Las piezas tampoco no estaban bien cortadas. Todos las vimos allí por primera vez. Eso estaba dentro de las posibilidades. Por suerte había tomado la precaución de mandar a hacer algunas demás que nos servirían por si algo fallaba. Nos tardamos unos 20 minutos en interpretar el plano de referencia en relación con el material que teníamos y volvieron mis ganas de fumar.
Traté de dirigir lo mejor que podía al equipo. Tú mide este lado. Tú ten el material de tal modo que quede tenso. Tú ve bajándolo con la pleca para que no queden globos ni arrugas. Un trabajo en apariencia fácil que podríamos hacerlo rápido. Quedaron globos y arrugas. Me agaché, pedí el cutter y les mostré como sacar los globos y disimular las arrugas lo mejor posible. Mi vista iba y venía de la mochila al vinil. A las 12 nos vamos dijo uno de los instaladores. Todos festejaron la valiente ocurrencia. Nos vamos cuando terminemos dije. Además muero por fumar un cigarrillo. Así que tratemos de hacer la cosas bien. Recién ahí comprendí que no sería fácil. Era notoria la falta de experiencia de los muchachos. Pero, ¿por qué me iba a poner exigente? Porque me faltaban los cigarrillos, y no solo por eso, sino porque sospechaba que el ladrón estaba ahí entre nosotros. Además, atrás de esa sospecha había otra que apuntaba a la R.P. y a la otra chica, que luego deduciría. Como así también deduciría, a colación de lo sucedido, que la siembra de la duda jugaba a favor del delito. Nadie era culpable hasta que se demostraba lo contrario.
Dos cosas tenía en mente. Fumar y descubrir al ladrón. Vi que el trabajo no avanzaba. Me arremangué la camisa, pedí que me pasen las herramientas y les mostré como había que hacerlo. Simplemente apliqué la técnica que alguien alguna vez me enseñó e instalé el vinil. Del centro hacia afuera, primero un lado y luego el otro. Mientras tanto me agrandaba, tomaba fuerzas para enfrentar lo que se avecinaba, me iba transformando. Esto lo hice cientos de veces, decía. Me las conozco todas, y remarcaba, todas, absolutamente todas. Mis sospechas empezaban a fundarse en las actitudes de ellos que observaba analíticamente y que seguramente sabía lo que había pasado con mis cigarrillos. Ellos callaban y abrían los ojos al verme trabajar. Entonces me pedían que les repita mi nombre y me llamaban por el. Parecía que querían colaborar, les convenía. Trataba de olvidar el asunto pero las ganas de fumar me lo traían una y otra vez a la mente. Les pasé las herramientas mientras les informaba que no había nacido ayer. Uno de ellos repitió, se las sabe todas. Todas repetí. Esto se hace así. Muero por fumar, le dije. Fue entonces cuando uno me escuchó y mandó a otro que era más callado por cigarrillos. Vé, compra unos Montana. Metí las manos en los bolsillos aprovechando la oportunidad para hacerme de un paquete para mi pero el mismo que dió la orden me dijo que él los pagaría. Otro indicio más para mis sospechas. Era él. A los quince minutos llegaron los cigarrillos. Alguien abrió el paquete y casi todos tomamos uno. Horribles. El único que llevaba encendedor era yo. A los pocos minutos fui por otro, lo tomé sin preguntar, y todos se acercaron por uno más, tratando de seguirme el ritmo, dándome a entender que eran de ellos. Mientras tanto el trabajo iba lento, trabado. Otra vez tenía que explicar como se hacía. Ya habían roto una pieza. Creyeron que el gesto de los cigarrillos me calmaría. Seguían bromeando, forzando algo que nunca llegaría. Yo seguía murmurando mi mal humor. Uno pidió el encendedor. Dijeron mi nombre. Me preguntó si tenía, y le contesté que tenía dos. Encendió su cigarro y tuve que reclamarle para que me lo devuelva. El cinismo era enorme. El ladrón a mi lado seguía haciendo chistes, preguntando cualquier cosa, dando órdenes a sus compañeros, repitiendo mi nombre una y otra vez. Maldije en su cara la falta de mis cigarrillos, le dije que los Montana sabían horribles. ¡Mierda – exclamé – me robaron mis cigarrillos!. Luego de esto el tipo se puso a dar órdenes a sus compañeros. Me nombraba para ver si era correcto seguir por alguna u otra pieza. No hacía caso a todas las veces que intenté llevar las cosas al límite. No soporté más tal ignominia. Quería terminar el trabajo y sabía que lo haría bien, pero había llegado a un límite. Maldije de nuevo en su cara y lo vi salir por un costado por unos segundos. En silencio algunos iban tomando posición. Unos más condescendientes conmigo, y otros con él, siguiéndole el juego de los chistesitos. Me gusta fumar cuando a mi se me da la gana y además, considerando que era yo quien tenía que supervisar el montaje, me sentía con más derecho a hacerlo. A estas alturas, que ellos fumaran cuando ellos quisieran representaba una afrenta. Me fui por unos minutos y me aparté con la R.P., la cual se comportaba de una manera extraña, de algún modo advirtiendo que algo “no fluía”. Le dije que así no podía trabajar, y lógicamente no entendió a que me refería. Dudé. Entonces le dije que estos muchachos no tenían idea de lo que hacían, y que además nunca habían revisado los planos de referencia. No me animaba a decirle lo del robo. Cuando se lo dije, no empatizamos. Cínica y desafiante me tiró al pozo de los cocodrilos. Inmediatamente se dirigió hacia donde seguían pegando el vinil y le preguntó a Viri que era lo que estaba pasando. Era evidente la complicidad que existía entre ambas. Harían un buen negocio. Yo iba detrás. Manifesté mi enojo. De nuevo dudé frente a todos. Ambos dogmas convivían hasta el momento, pero la R.P. quería la venganza por ser descubierta. Las cosas se precipitaron y no pude contener la reacción. Con todos los implicados enfrente dije que me habían robado los cigarrillos de mi mochila. Un silencio cruzó el espacio, esta mujer, Viri, se desencajó, y lo único que atinó a decir fue que eso era diferente a decir que se estaba trabajando mal, pero su comprensión no le sirvió de nada, siguió con la misma actitud que tenía unos momentos antes. Luego la R.P. me pidió que lo olvide, que teníamos que hacer que el trabajo “fluyera”. Le contesté que lo había intentado pero que era imposible hacerlo fluir cuando tenía que estar atento a que no me desparezca nada. Viri interrumpía todo el tiempo de forma desafortunada, más bien tonta, con miedo. No sabía que no me interesaba delatarlas, pero su miedo ahora me jugaba a favor, quería mis cigarrillos. Nadie se defendió de la acusación. La R.P. que siempre se había comportado de una forma altanera, haciendo valer su cargo de directora, de pronto cambió su forma, el trabajo tenía que “fluir”. Una risa sarcástica salió de mi boca. Ahora si empezaban a trabajar mejor y más rápido. El otro tipo se mantuvo al margen hasta ese momento. De hecho no intervino cuando se mencionó otro entre dicho con Viri que el presenció y sobre el cual Viri mentía. Lo tomé como algo sensato. Se acercó y puso su mano en mi hombro, como cuando alguien se acerca para contar algo con un poco de reserva. Ahora no recuerdo lo que me dijo, pero estaba pidiendo mi opinión al respecto del montaje. Era el encargado de una segunda consola de video para la cual también había realizado unos videos, teníamos asuntos que terminar. La R.P. se acercó tratando de tomar el control del asunto. Me ofreció terminar el pleito si mandaba a que me compren los cigarrillos que yo quería. Como si fuese un capricho. Accedí, pero ya todo era tenso en el ambiente. Exigí a la R.P. que de ahora en adelante Viri debía seguir mis indicaciones si quería que todo fluya. De ahí en adelante ya no le hablaría pero de todos modos esa exigencia fue necesaria para poner distancia y quitármela de encima. Abrí el paquete de cigarrillos y fumé con placer. Puse la mochila en otro lugar y me dispuse a terminar el trabajo. El grupo había quedado dividido. Elegí trabajar con unos, con los más predispuestos, los otros miraban de lejos y llegado el caso me llamaban. Me relajé por unos momentos, claro que luego de lo sucedido, nada iba a ser igual. La R.P. intentó que todo vuelva al estado inicial, pero algo no la dejaba fluir como quería. Sentía lo posibilidad de ser descubierta. Se acercó y se puso a hablar en secreto con Viri, pero cuando me acerqué a ellas buscando un material, se notó que rápidamente cambiaban de tema. Dió unos pasos hacia mi alejándose de Viri y me hizo notar que unas de las tiras pegadas en el piso estaba torcida. Enseguida ordenó que la retiren y la vuelvan a colocar. Le hice un gesto con la cara aconsejándole que no era el mejor momento y que no confiaba en que quedaría bien. Los instaladores lo hicieron solos y quedó bien.
Ya eran las 3 de la tarde aproximadamente cuando terminamos. Cada cigarrillo que prendía me recordaba como había solucionado el problema. Me sentía mejor. El resto del día y hasta el final de la fiesta me estaría cruzando con todo el equipo. Era extraña la sensación de haberles ganado la batalla. ¿Había ganado? Solo había recuperado los cigarrillos. Realmente nada había terminado como uno se lo esperaba. La incomodidad se hacía presente en cada cruce de nuestros cuerpos por el espacio, en cada cruce de nuestras miradas. En ese momento llegaron mis compañeros de trabajo, con los que convivo todos los días en la oficina. No mencioné nada del tema. No tenía pensado hablar otra vez más sobre el asunto. Vi que mi jefe directo hablaba con la R.P., otro día le pregunté de que hablaban y me dijo que hablaban de mi, de lo ocurrido. Traté de sacarle más información pero no sabía nada en detalle de lo que había pasado. También llegó la directora de la empresa, contenta con como iba quedando todo. Se paseaba por todo el salón. Me fui a resolver lo último que tenía pendiente, con aquel tipo responsable que no se había metido en la contienda y que nunca había dejado de ser amable conmigo.
Todo había pasado. La fiesta estaba por empezar. No estaba enojado, pero sentía un pequeño resentimiento. Los meseros iban y venían con cajones llenos de bebibas, platos, vasos, y cosas para la fiesta. Viri permanecería parada casi siempre en los mismos lugares hasta el final, al hombre responsable me lo cruzaba cada tanto en el lugar de las consolas, ahí había dejado mi mochila, me parecía un lugar seguro. Los instaladores se veían cansados y molestos. Me quedé reflexionando sobre lo sucedido. Siempre fui una persona un tanto explosiva ante las injusticias. Fue ahí que me di cuenta que al tipo no le importaban tanto como a mi los cigarrillos. ¿Qué eran unos cigarrillos en comparación a eso?
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