No sabes lo que cuesta cavar un hoyo. A ver, si me llamas, yo vengo.
Sabes que yo vengo. Pero está claro que no tienes ni idea de lo que
cuesta cavar un hoyo. Dices que ya está bien y me llamas
desquiciado. Se ha vuelto a pasar de la raya, dices. Que eso no se
puede tolerar. Y me dices que venga, y que traiga una pala. Dices que
hay dos tipos de amigos, los que cuando los llamas para decirle que
has matado a alguien se llevan las manos a la cabeza y los que acuden
corriendo con una pala. Que a ver de qué clase soy yo. Pues si es
difícil cavar un hoyo, no veas lo complicado que es conseguir una
pala en domingo. Porque este no sé quién se cree que soy, pero yo
palas en mi casa no tengo. Me dices que me deje de tonterías y que
vaya a la finca de tus padres. Y yo que soy idiota vengo y traigo una
pala. UNA. Que ya podía haber traído dos. Pero no lo pensé, desde
luego que no le pensé. Llego y te pregunto qué has hecho, y que si
me piensas pagar la pala y el taxi. Caminas por la finca entre
arbustos y matorrales, ya podríais tener esto un poco más cuidado,
hasta el punto más alejado de la casa. Tienen una finca grande, los
muy cabrones. Parece una masía esto, con su monte privado. Si te
rompes una pierna aquí, ya puedes gritar y gritar que nadie va a
venir a buscarte. Por fin te paras y señalas un punto al lado de un
árbol. Ahí. Y yo, ¿ahí qué? Ahí lo vamos a cavar, dices. Y yo
que miro para los lados y pregunto, ¿y el muerto? ¿Dónde está el
muerto? El muerto está de camino, dices. Cómo que de camino. Y me
das un empujón, me quitas la pala de las manos, la clavas en el
suelo y la pisas con decisión, como en las películas. Está claro
que no sabes lo que cuesta cavar un hoyo. Un hoyo bien profundo y del
tamaño de un hombre adulto. Arrancas un poco de hierva, remueves un
poco la tierra y jadeas exhausto. Me das la pala y dices toma, sigue
tú un rato. Y yo, que soy idiota, me pongo a cavar. Y joder, lo que
cuesta. El suelo está lleno de piedras, es dificilísimo abrirse
paso. Tú te sientas en una roca y mandas mensajes furiosos con el
móvil mientras farfullas entre dientes amenazas ininteligibles. Me
apoyo en el mango de la pala, me seco el sudor de la frente, tengo la
espalda y el culo empapados, y te pregunto qué hostias pasa. Se va a
enterar, se va a enterar, dices, es la última vez que me la juega,
cuando llegue va a flipar. Te paso la pala, porque ya no puedo más.
¿Ya?, dices, joder, vaya ayuda de mierda. Serás cabrón, pienso, si
todo lo estoy haciendo yo. Ni agua has traído, desgraciado. Das dos
paladas, dos paladas contadas, y dices, sigue tú un poco, joder. Es
acojonante. Cojo la pala y sigo cavando y de verdad que no avanzo.
Aquí no se podría enterrar ni a un gato. Y cavo, cavo, y cavo. El
hoyo ya me llega por los tobillos y estoy de mierda hasta las
cejas. Se levanta una polvareda que me provoca un ataque de asma
brutal. Y venga a toser. Que por poco me quedo yo en el sitio, que
con lo vago que es este cabrón ya me puedo estar muriendo que no va
a mover un dedo. Y cada vez la tierra es más dura, y el asqueroso
este que no hace el más mínimo gesto de relevarme, y cada vez que
se lo digo dice sí sí, ahora voy, y se aleja a hablar por teléfono
a gritos. Verás cuando venga, dices, ya falta poco. Y yo venga a
cavar. Que ahora entiendo por qué en las películas obligan al
condenado a cavar su propio hoyo. Yo creo que para cuando acabas
hasta agradeces que te disparen para descansar de una vez. Porque no
veas lo que cuesta cavar un hoyo. Y venga a cavar, que el hoyo ya me
llega por las rodillas y el sol casi se ha puesto por completo.
Joder, ha costado, pero la verdad es que es un buen hoyo. Tengo las
manos llenas de ampollas. Me tumbo en el suelo y hay espacio de
sobra, casi se podrían enterrar dos personas. No puedo con mi vida.
Pero noto que llevas un rato muy callado. Miras el móvil en
silencio, la luz de la pantalla ilumina tu cara en la penumbra.
Bloqueas el teléfono y te quedas a oscuras. Qué pasa, te pregunto.
Me parece que no va a venir, contestas. Me levanto, me pongo en pie
en el agujero y te miro. Cómo que no va a venir. Nah… Dices. ¿Nah?
¿Cómo que nah? Aprieto el mango de la pala con las manos. Te
levantas y te sacudes la arena del culo. Pues que no va a venir, no
va a venir, dices. Le he dicho que venga, pero no va a venir. Y
caminas un poco mirando al suelo. Te paras. Das una patada a una
piedrecita. Será mejor que cubramos el hoyo, no vaya a ser que lo
vea alguien, dices. Y me miras. Dale, dices, que lo cubrimos en un
plis. Y yo te miro, y miro al hoyo, y miro al sol que no es más que
una raya en el horizonte, y siento el sudor resbalándome por el culo
mientras se enfría, y te vuelvo a mirar, y me da igual quién, pero
te juro por lo más sagrado que alguien termina hoy en este agujero.
Porque no sabes lo que cuesta cavar un hoyo.

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