El hambre detrás de los ojos.

El hambre detrás de los ojos.

Junín, Buenos Aires.

No siempre el cuerpo grita lo que desea, a veces, es la mirada que devora primero, los ojos revelan lo que la boca no se atreve a decir.

Hay un instante, apenas perceptible, en el que el mundo se suspende. Basta una chispa , un proximidad, un roce que no ocurrió, para que el deseo despierte en su forma más cruda. Animal, desobediente. Sediento de todo lo que no debe buscar.

En los márgenes de lo prohibido donde el hambre se vuelve más feroz. No por el acto en si, sino por su ausencia, porque lo que no se tiene se idealiza, se ensucia, se vuelve más deseable. Los ojos testigos de todos los silencios, aprenden a mentir, a fingir indiferencia, mientras por dentro arden.

La bestia mansa que duerme en la entraña humana, esperando una grieta, un descuido , un permiso que no se da. El hambre detrás de los ojos no siempre busca saciarse, a veces, solo quiere arder.

Arder en el juego previo, en la mirada que se sostiene medio segundo más de lo permitido, en la forma en que el aire se espesa entre dos cuerpos que no se rozan, pero ya se sienten.

El no la toco, no aun, ella apenas ladeo el rostro cuando pasó a su lado, como si no fuera consciente de su propia boca abierta en media sonrisa. Pero, lo era… Ambos lo eran.

Una noche cualquiera, de esas que no prometen nada, fue el umbral, el pasillo estrecho, la luz tenue. Ella se detuvo, el no pregunto.

Los cuerpos se hablaron antes de encontrarse, fue su aliento el primero en atreverse, un roce, un filo de calor en la clavícula, un suspiro en el cuello.

Las manos llegaron después, temblorosas, como quien acaricia una herida abierta, no fue ternura, fue hambre, voraz, cruda, jadeante.

La ropa estorbaba. El pudor también, y sin embargo, no hubo prisa. Porque más allá del placer, lo que deseaban era romper la prohibición, saberse capaces, ser, por fin, animales…

Después, el silencio no trajo calma, solo una conciencia más nítida del abismo, porque hay deseos que no buscan cumplirse, sino, recordarnos lo salvaje que aún vive en nosotros.

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