Daciana estaba en shock. Para ser honesta, no se le ocurría otro término mejor para describirlo. Acababa de hablar con su melliza-que-no-era-su-melliza quien le había comunicado que el bastardo que tenían por padre había fallecido. Ella siempre lo había querido muerto, claro que sí, pero nunca había pensado que el día llegaría y mucho menos de una forma tan sorpresiva. Había fantaseado con que muriera por una enfermedad tan dolorosa que lo hiciera retorcerse esperando su tumba, pero no había tenido tanta suerte.

Michaella no había sido muy comunicativa, sólo le había dicho entre lágrimas que él había muerto y que los había tomado por sorpresa. Nada más. Habría sido repugnante que cualquiera llorara por el bastardo, nadie lo quería y por una buena razón; pero era Michaella, quien a pesar de todo el daño que él le había hecho, que todos le habían hecho, sabría el cielo como, los amaba y lloraba por él de forma auténtica.

Fue por su palincă, la que solo reservaba para ocasiones muy particulares, y bebió directamente de la botella un par de sorbos. Escuchó el tintineo de las llaves de Sam y se volteó para verlo entrar. Alto, musculoso, con la piel del ocre más oscuro y los ojos de medianoche, si, era guapo, pero lo más importante, era el hombre que amaba y era suyo. No podía evitar saborear esa palabra una y otra vez en su cabeza.

Él había sido la única persona que la había elegido sobre todo lo demás. Pero no todo era felices para siempre, esa mañana, por ejemplo, habían dejado una discusión inconclusa sobre las ventajas de un buen pan brioche frente al horrible pan integral en las tostadas del desayuno, y antes de recibir la llamada de su hermana, había estado emocionada por la perspectiva de continuarla, incluso en el dormitorio. El pan despertaba muchas pasiones, después de todo.

Entró con el maletín que su padre le había regalado en su graduación y que amaba más que a ella, pero era un bonito maletín, así que podía perdonarselo, y si no estaba equivocada, los papeles que cargaba en su mano junto con el maletín parecían artículos de investigación. No supo que vio en su cara, porque arrojó ambas cosas descuidadamente en el mesón de la cocina, se acercó y la abrazó. Sin preguntas. Sin suposiciones. Sin tener que pedirlo. Solo la abrazó. Y ella se largó a llorar.

Lo más deprimente de todo es que no sabía porque diablos estaba llorando. No es que ella lo conociera, en su miserable vida solo la había visitado una única vez y había sido más que suficiente. Pero por alguna razón, su corazón dolía, y lo odiaba. De haberlo tenido enfrente, le habría pegado un puñetazo por romper su corazón una vez más.

Sam la tomó del brazo, la llevó al dormitorio que compartían, le ayudó a quitarse la ropa y a ponerse su pijama de unicornio, y le trajo una taza de chocolate caliente con extra vainilla y tantos malvaviscos que formaban una nube en su taza.

Esa noche, ella no pudo hablar. Y si ella lo sujetó con tanta fuerza que quizás le dejaría marcas, él no hizo ningún comentario. Y ella lo amó un poco más por eso.

Cuando la luz del amanecer empezó a filtrarse, mirando al techo y sujetando su mano, le contó. Cuando acabó, él solo musitó, y de haber estado más lejos, no lo habría escuchado.

—Está bien que llores, lo sabes, ¿verdad?

Ella frunció los labios contrariada. Quería que él le dijera que no se andara con tonterías, esa parte de sí misma que había sobrevivido en un sistema de acogida y a muchas otras cosas, estaba acostumbrada a eso y sabía cómo lidiar con ello; pero esa niña que había llorado por años cada noche esperando que su madre volviera por ella o que su padre la rescatara de allí, esa parte se sintió escuchada y no ignorada. Odiaba que esa parte que ella había silenciado de forma casi automática había empezado a salir a flote con más frecuencia desde que Sam se había convertido en parte de su vida.

—Ni siquiera lo conozco.

—No importa. Tiana, son tus sentimientos, tienes todo el derecho de sentirlos y lidiar con ellos como mejor te parezca —levantó su mano y le dio un beso en la muñeca—. Si es llorando, está bien. Si es incendiando su tumba y bailando en la pira, también —y añadió con sequedad—, aunque intenta que no te arresten por daño a la propiedad, ¿quieres?

Ella no pudo evitar poner los ojos en blanco con diversión.

—Eres un aguafiestas, ¿lo sabías?

—Uno de los dos tiene que serlo —dijo en el tono autocrático de Sam el fisioterapeuta—, me niego a casarme en una celda de prisión. No sé quién me mataría primero, si mi madre o Lizzie.

Una lástima que ese tono nunca había funcionado con ella, ni siquiera cuando había sido su paciente. Se volteó y se recostó en su pecho.

—Cobarde.

—Escojo mis batallas.

Ella se echó a reír y lo besó.


Luego del desayuno, donde Sam le preparó unas tostadas francesas hechas con crema, canela y pan brioche, tomó su teléfono y llamó a Ana. Conociendo a Michaella, habría suavizado todo para evitar más tensiones entre ella y su familia; Ana, fiel a su naturaleza belicosa, no tenía esa cualidad, ella amaba ver el mundo arder, y por eso, le gustaba tanto la rusa, eso y que sería capaz de matar por Mika. Ella necesitaba que protegieran ese corazón enorme que tenía del mundo que se ensañaba en destruirla.

Ella contestó de inmediato.

—Ana, ¿Qué pasó?

—¿Quieres la versión corta o larga?

Suspiró, eso no auguraba nada bueno.

—Empecemos con la versión corta.

—La historia corta es que maté a Kieran.

De no haber estado sentada, se habría caído de la impresión. Que nadie dijera nunca que Ana se andaba por las ramas. Dejó a un lado la copa que había preparado con antelación porque estaba segura que iba a necesitarla y pasó a tomar un buen trago de la botella.

—Creo… Qué voy a necesitar un poco más de información.

Así y por las siguientes dos horas, Anastasia le contó todo lo que había pasado con lujo de detalles. Partiendo de una investigación sobre desapariciones que estaba haciendo Ryder, su prima cuyo nombre de pila desconocía, el cómo habían hecho una reunión familiar a la que todos estaban obligados a asistir, excepto ella, claro está, intentó que eso no la hiriera. Como esas víctimas habían estado relacionadas de una forma u otra y que su nexo de unión era la familia Breckenridge en su conjunto. El cómo Ryder y su amigo habían indagado en secreto y habían cerrado el cerco en torno a Kieran. El como Kieran había intentado asesinar a Ryder y Ana se había visto obligada a disparar a Kieran para salvarla. El cómo la vida de Ryder ahora pendía de un hilo. Al parecer esa era solo la punta del iceberg porque Nate no se separaba de Ryder y pedirle que les dijera todo lo que había pasado era cuando menos, cruel.

Cristo, no tenía idea de cómo procesar todo eso, y según Sam, tomando en cuenta sus mecanismos de afrontamiento, le iba a tomar meses para lidiar con todo eso. Pero había algo que necesitaba saber, por su paz mental y quizás por la de su hermana.

—¿Te puedo preguntar algo?

—Dispara —escuchó un carraspeo—, perdón, eso fue inapropiado.

—No te molestes, su muerte no me va a quitar el sueño. En el caso hipotético de que hubieras podido hacer un disparo no letal, ¿Lo habrías hecho?

Ella se quedó en silencio por un momento.

—Pude —dijo y colgó.


Se podrían decir muchas cosas de la secretaria de Sterling, pero era muy eficiente. Como no sabía que decirle a Ana, solo le escribió un mensaje pidiendo un favor y en menos de dos minutos le dio una dirección y una hora. Habló con Sam sobre lo que planeaba hacer y luego se embarcaron en una lucha jugando damas, él le dijo que hiciera lo que necesitaba hacer para poder enterrar ese esqueleto en particular y que si deseaba, no tenía que ir sola. Ella decidió hacerlo por su cuenta de todas maneras.

Llevando un vestido esmeralda que costaba una fortuna, entró en The Fallen. Era un bar bastante cutre, que en su momento había sido un lugar de lujo, donde la mezcla de tabaco y Bourbon estaba tan impregnada en el lugar que aunque el lugar estaba casi desierto, podía casi saborearlo. De una forma extraña, le gustaba.

No fue difícil encontrar a la persona que buscaba, durante años había visto imágenes de su hermano cuando se sentía masoquista, pero cuando le habían dicho que eran gemelos, no mentían. Uno al lado del otro habrían sido indistinguibles. Kieran y Morgan. Uno la había desechado como basura y el otro la protegió desde las sombras, aunque ninguno de ellos la había hecho parte de su familia. Y ahora solo quedaba uno de ellos.

Su padre, la única vez que lo había visto, se veía como una estatua, tenía un rostro inexpresivo y una mirada tan fría que aún hoy podía sentir el hielo colándose en sus huesos. Morgan, a quien nunca había visto, estaba inmóvil excepto por su mano que balanceaba un vaso de whisky y su rostro era tan inexpresivo y aunque tenían el mismo estilo, el mismo cabello rojizo, la misma apariencia y hasta el mismo color de ojos, hasta ahí llegaban las similitudes. Sus ojos, del mismo color que los suyos, refulgian como si fueran fuego liquido.

Ella se acercó a él y él levantó la mirada para observarla. Su mirada podía expresar muchas cosas, dolor, oscuridad, desesperación y otras cosas que no podría identificar ni para salvar su vida, pero no indiferencia. No era mucho, pero era un consuelo.

—Tienes los rasgos de Viorica, aunque puedo ver cierto parecido con Michaella.

Retorció su corazón el que hubiera mencionado a su madre por su nombre, lo mencionó como un hecho, como si fuera una persona, no como si ella hubiera sido algo descartable, como su padre las había mirado a ambas esa vez.

—Anastasia me dijo que deseabas hablar conmigo, ¿hay algo en particular que quieras? —dijo él.

La absoluta derrota en su mirada lo hizo parecer Atlas sosteniendo el mundo. Y se dio cuenta que no tenía una respuesta a esa pregunta, o quizás si lo hiciera, pero por su vida que no podía articularla en palabras. Debió haber planeado eso con anterioridad.

—Yo… no lo sé.

Él hizo un gesto hacía el taburete que estaba a su lado.

—Tomemos un trago. Aunque no lo creas, el whisky es sorprendentemente bueno.

Ella sonrió.

—Creo que puedo hacer eso.

Él había tenido razón, el whisky tenía un sabor bastante bueno. Solo esperaba no quedarse ciega. Bebieron la primera copa en silencio, luego pidieron otra y él habló.

—Aquí fue donde empezó todo.

Y procedió a contarle toda la historia de su familia.

Los tres hermanos nacidos en la más absoluta miseria, los abusos a los que fueron sometidos, los sacrificios que todos ellos habían tenido que hacer aunque fuera para comer. Esa maldita promesa que ellos tres habían hecho y que con el tiempo les costaría todo. Las mentiras que habían dicho, las reglas que habían roto, las líneas que habían cruzado y los crímenes que habían cometido, todo por un ideal de perfección. El amor de Laoghaire y el cómo eso le costó su lugar en la familia cuando tuvo que elegir entre ambas cosas. Lo que sintió cuando solo quedaron ellos dos.

La promesa que ambos habían hecho para no volver a sufrir ese dolor.

Su matrimonio con Haydee, a quien nunca conoció, y aún menos, amó. El matrimonio inestable de Kieran con Seraphina, el como temió que los consumiera a ambos. La llegada de Sterling, de Ambrose y de Emmeline, sus esperanzas para ellos que estaban teñidas de irrealismo.

La aparición de Viorica en sus vidas, esa gitana hermosa y testaruda. El amor hermoso y retorcido de Kieran y Viorica que todos sabían que iba a terminar en tragedia. Su terror absoluto a perder a su hermano y todo lo que habían logrado. Cómo usó su promesa en su contra y como lo lamentaría todos los años a partir de allí. La separación de Kieran y Viorica, y el cómo habría sido preferible que ambos no volvieran a cruzar sus caminos al abismo que se formó entre los dos hermanos. El comportamiento errático de su hermano que él había achacado al dolor de perder a la mujer que amaba pero que estaba mostrando un cariz muy oscuro.

El tortuoso embarazo de Seraphina en el que casi mueren los tres. El triste nacimiento de Michaella. La indiferencia y posterior abandono de Seraphina. La aparición de nueva cuenta de una cadavérica Viorica. La absoluta indiferencia de su hermano con ella y con su hija. La súplica desesperada de Viorica hacía Morgan para que cuidara de su hija.

La elección que él había hecho, y que la había condenado a un sistema de acogida que rompía las almas y los corazones de los niños.

La muerte de Viorica en la más absoluta soledad. El como su hermano no tenía ningún interés en ella por recordarle a la mujer que había amado y perdido. El como sus comportamientos violentos empezaron a desaparecer y Morgan había tenido fe de que eso sería todo. La sobreprotección de Kieran hacía Michaella que la aisló por años. Cuando él conoció a Marie, esa estudiante ingeniosa y terrible. Cómo se enamoró de ella porque era imposible no amarla. El como ella le abandonó porque no iba a meterse entre los hermanos y sus promesas retorcidas.

El terror absoluto de Michaella cuando estuvo a solas con él y su descubrimiento del abuso sistemático al que ella había sido sometida por su padre. El cómo había tratado de salvarla aunque ya era tarde y el daño estaba hecho, y aunque las cicatrices de Michaella eran terribles, las peores fracturas estaban en su mente. Todos los errores que había cometido con sus propios hijos, todos los demonios que estos cargaban por su culpa aunque había intentado hacer lo mejor posible.

La reaparición de Marie y el descubrimiento de la existencia de Charlotte. Su negativa a cometer el mismo error que tanto le había costado a su hermano. El suicidio de Marie y la entrada de Charlotte en la familia, el desprecio de Sterling, la indiferencia de Ambrose, la emoción de Emmeline. Su divorcio de Haydee y su arrepentimiento de haber dejado que sus sueños la destrozaran.

El cáncer de Emmeline y su trágica historia de amor. La muerte de su hija y el que no hubiera nada en el mundo que él hubiera podido hacer para arreglarlo. El incidente que lo había hecho tomar partido. La desintegración por toda esa tensión que había causado en su familia.

El cómo odiaba tanto a su hermano y quería hacerlo pagar pero no podía porque era la otra mitad de sí mismo y era lo único que le quedaba. El dolor de apartar a su hija por su propia seguridad. El saber que llegaría el día en que uno de los dos mataría al otro porque había llegado al punto en que no había otra alternativa. El salvar a Ana porque esa era la única cosa buena que Michaella había tenido en su vida y ella merecía algo de alegría. La reunión familiar en navidad. El saber esa nochebuena que él iba a matarlo. El alivio que sintió cuando Ana dijo que era ella la que había disparado. El terror que sentía porque su hija iba a morir porque él no había tenido las agallas para acabar con esto antes. El absoluto vacío que sentía porque la mitad de él ya no existía y el dolor que sentía por ello, como si le hubieran arrancado una extremidad a carne viva y el sentirse todavía peor porque llorar por quien casi mata a su hija no tenía ningún sentido. El alivio de no tener que cargar los pecados de su hermano. La culpa de saber que todos los errores de su familia eran su culpa y responsabilidad, su pecado para expiar.

Y lo más triste de todo, que Daciana era solo uno más de esa larga lista.


Cuando él acabó de contarle todo eso, había bebido tanto que empezaba a ver un poco borroso. Cristo, eso era mucho para procesar y no sabía siquiera por dónde empezar.

—¿Nunca te arrepentiste, ni una sola vez?

Agradeció a Dios porque él no la hizo complementar su pregunta, ¿nunca te arrepentiste de dejarme atrás, ni una sola vez?, se conocía lo bastante bien para saber que no podría decirlo sin llorar y su orgullo se destrozaría.

Él metió la mano en un bolsillo de su chaqueta y sacó una caja pequeña, se la tendió.

—Espero que no me estés pidiendo matrimonio. Estoy comprometida, ¿Sabes?

Él curvó su labio ligeramente, eso era lo más cercano a una sonrisa que ella había visto en toda la noche. Ella abrió la caja y encontró un rubí del color de la sangre más oscura engarzado en un borde dorado que podía adaptarse como parte de otra joya, quizás un medallón o un anillo, todo junto era del tamaño de su meñique. Lo tomó en sus manos y se dio cuenta que Mika tenía uno igual que usaba como un colgante bajo su ropa que había visto una o dos veces. Lo acarició con suavidad y sintió un relieve en la parte de atrás, lo volteó y jadeó.

Daciana Nicoletta Selena Serban Breckenridge.

1990

Él sacó su reloj de bolsillo y se lo mostró. Tenía un rubí engarzado igual al suyo.

—Cuando uno de nuestros hijos nacía, encargabamos uno. Todos los tenemos. Encargué el tuyo cuando supe de tu existencia.

Cuando creía que esa familia no la podía sorprender, lo hacían. Michaella nunca había vacilado en darle la bienvenida a la familia, a los demás los conocía por otras razones, a su padre, todavía menos; pero saber que alguien, el hermano de Kieran, si la había considerado parte de su familia lo suficiente para hacerlo, aún cuando ella no lo iba a tener o a saber de ello, dolía y hacía que su corazón diera un vuelco, pero de una buena manera, como cuando Sam le sonreía y le decía que era la más hermosa cuando ella no era más que un desastre. Morgan continuó:

—Seraphina se burló una vez diciendo que nuestra piedra familiar era roja, por toda la sangre que dejábamos a nuestra estela. Tenía razón. Pensé que lo mejor para ti, teniendo en cuenta nuestras escasas habilidades para entablar relaciones saludables, era que vivieras tu propia vida. Luego de casi perder a Lottie, lo confirme —dejó de mirar su copa vacía y la miró a los ojos, la intensidad de su mirada era sobrecogedora—. El mejor regalo que pude haberte dado fue la libertad de vivir tu vida como quisieras, sin nuestros pecados y nuestros fantasmas acechandote. Ódiame si quieres, pero vive tu vida tan llena de amor y risas como puedas. La mejor venganza que puedes tener contra lo que Kieran, Viorica y yo te hicimos, es esa.

Un silencio se instauró entre ellos. Ambos se sumieron en sus propios pensamientos. Al final, cuando vio que la luz del amanecer empezaba a filtrarse por una de las ventanas del bar, llegó a una conclusión. No lo odiaba. Habían muchas emociones entrelazadas, ira, dolor, lástima, furia, e incluso retazos de cariño se intercalaban por ahí. Y era muy probable que cuando empezara a procesar todo, una cosa a la vez, incluyera un abanico más variado de emociones a la mezcla. Pero estaba segura que no había odio, Morgan había hecho un terrible trabajo cuidando de ella, pero a diferencia de su padre, al menos lo había intentado y aunque no aprobaba sus elecciones, las entendía. Eso era esclarecedor y era un buen punto de partida. Podía trabajar con eso.

—La parte de Breckenridge puedo entenderla, pero ¿Y el Selena?

—Selena es la diosa griega de la Luna.

Y todos los miembros de la familia Breckenridge, tenían nombres de dioses. El de Mika era Ariadne, la diosa y señora de los laberintos, y al parecer, el suyo era Selene, quien reinaba sobre la luna. Había cosas peores en el mundo.

—Solo para futuras referencias, Selena es una titánide, no una diosa.

Él le sonrió y está vez era una sonrisa auténtica.

—Es cuestión de semántica.

Ella salió y llamó a Sam para que la recogiera y la llevara a desayunar. No se quejó de la tortilla de espinacas con tabasco y el jugo de naranja que él le dio, junto con un ibuprofeno, un plátano y gatorade que le dio justo después.

Justo antes de dormir, envió un mensaje a su hermana:

Iré.


El funeral fue un tanto… no sabría si llamarlo lúgubre o anticlimático. La catedral de St. Paul, donde se celebraría, era una fría construcción de piedra gris con estilo gótico capaz de albergar a 200 personas con facilidad y tenía una lista de espera tan larga que superaba los dos años. Pero no habían 200 personas, diablos, ni siquiera llegaban a la docena. Solo habían 5 personas: Morgan, Michaella, Ana, Sam y ella misma, y la mitad de esas personas, preferirían estar en otro lugar.

Todos vestían del riguroso negro, excepto ella, que por el bien del dramatismo y porque no quería arruinar uno de los colores que mejor le sentaban, llevó un traje de un blanco ártico junto con su colgante en una gargantilla. Morgan parecía como si estuviera asistiendo a una reunión de negocios si era capaz de ignorar sus ojos expresivos, con un traje y camisa negra, el unico atisbo de color era dado por su reloj. Sam, también llevaba un traje negro, pero con una camisa blanca.

Ana, con su pelo oscuro y espeso, y su piel color bronce profundo, lucía como una modelo con su sastre negro. Su aura general de soy una diosa y voy a patear tu trasero sin romper a sudar si me molestas quedaba un poco aligerada por la goma de mascar color rosa vibrante con la que hacía burbujas, eso, y por la mirada de absoluta adoración que dirigía hacía Mika, que estaba recargada contra su hombro.

Mika, su melliza-que-no-era-su-melliza, usaba un vestido negro que no le favorecía en lo absoluto, no por el corte del vestido, que le quedaba muy bien, sino por el color, si había alguien que nunca debería usar el color negro, era su hermana; no usaba maquillaje, y aunque estaba palida y ojerosa, tenía un aspecto saludable. Siempre había pensado que el único rasgo que compartían era el color de ojos, una era rubia y pálida, la otra era morena y bronceada, una era bajita y la otra alta, una era rolliza y la otra delgada en extremo, una tenía los rasgos afilados y la otra redondeados; pero al reparar más en profundidad, se dio cuenta que Morgan había tenido razón, había cierto parecido entre ellas en la forma de la nariz, en el arco de la ceja, en los pómulos y en otras partes que tenía que observar con detenimiento para encontrar.

Cuando se acercó a saludar a su hermana, Ana la abordó sin darle tiempo a decirle hola a Mika.

—Ni pienses en mencionar la palabra con S —siseó contra su oído.

—¿Palabra con S?

Ana señaló con la barbilla en dirección a Mika, quien estaba saludando a Sam. Lo entendió, Seraphina. La ausente madre de Michaella.

—¿Qué hizo?

—Morgan la invitó y ella accedió a venir. Supuse que vendría a regodearse por la muerte del bastardo, y le dije que si venía solo a eso, no se molestara en asistir —puso los ojos en blanco—. Ya puedes adivinar su respuesta.

Conociendo lo terrorífica que podía ser Ana cuando se lo proponía, Seraphina no se habría arriesgado a siquiera intentarlo. Señaló a Mika con la barbilla.

—¿Ella lo sabe?

—Por supuesto que no, le diré, si me lo pregunta. Pero con lo agotada que está, dudo que lo haga.

Ana haría cualquier cosa por Mika, si implicaba no hacerle daño y ese era el problema, que el mundo, por alguna razón que desconocía se enfrascaba en hacer sufrir a su hermana. La línea entre mentirle y evitarle dolor era muy delgada, y temía que llegara el día en que Ana pasara esa línea, porque Mika odiaba las mentiras y por una buena razón. Pero ese día, no sería hoy, Daciana se negaba a darle la satisfacción al bastardo de que eso pasara.

Cuando Michaella se acercó a ella, ella le dijo a bocajarro:

—Seraphina no vino porque le dije a Ana, que si ella venía yo no lo hacía.

Gracias al cielo, Sam estaba detrás de Mika, porque su cara de póquer apestaba. Su hermana solo sonrió y pudo jurar que se rebajó a poner los ojos en blanco.

—Estas mintiendo, aunque aprecio la intención.

Su política en cuanto a las mentiras: miente hasta que te crean.

—Yo no…

—Sé lo que Nastya hizo. Nastya es… Nastya. Siempre quiere ser ella la que cargue con la culpa, prefiere que me enoje con ella a que me duela el que mamá no venga a apoyarme.

Daciana parpadeó sorprendida.

—¿Y no te duele?

—No, porque ya no estoy sola. La tengo a ella, te tengo a ti, a Dami, a Sterling, a mis amigos, incluso tengo al tío Morgan —lo dijo y sonó honesta. Eso era un logro, viniendo de su hermana.

Le dio un abrazo y aunque sabía que ambas, Ana y Mika, se amaban con locura, no pudo evitar decirle.

—Las mentiras no son una base muy saludable para una relación.

—Lo sé, pero estamos trabajando en ello. Ella está trabajando en la honestidad y yo estoy trabajando en mis instintos de autoconservación.

Ambas falencias se alimentaban la una de la otra, Mika no tenía el instinto más rudimentario de auto-conservación, los abusos de Kieran la habían roto a tal punto que ella no se defendía, sin importar cuán dolorosamente la atacara o cuánto daño le hiciera, ella ni siquiera diría que parara, solo lo tomaba una y otra vez hasta que no quedaba nada de ella; mientras que la naturaleza de Ana era mentir, había sido una espía corporativa casi toda su vida, y dificultaba más las cosas porque la verdad podría herir a Mika y Ana haría cualquier cosa para que eso no sucediera, como mentirle.

Cuando Ana y Mika se habían conocido, ella no había hablado con su hermana, pero de lo poco que sabía, su relación había empezado con una mentira que casi les costó la vida a ambas. Y cuando conoció a Mika, ella estaba en un lugar muy oscuro. Viéndolo en perspectiva, las cosas habían cambiado con el tiempo, desde intentar reconstruir una relación que estaba destinada al fracaso, al hecho de que Ana era un poco más abierta con Mika, y que de vez en cuando, le contaba cosas que podrían herirla si pensaba que ella podía lidiar con ellas, y el que Mika empezara a reclamar de forma sutil su lugar en el mundo y que no hubiera cedido cuando Kieran quiso que dejara a Ana… o el que no le doliera la ausencia de Seraphina.

Si, quedaba un trecho muy largo para ambas, pero así era como las relaciones funcionaban. Si no, que le preguntaran a ella y Sam, ella tenía un buen de problemas pero juntos habían estado trabajando en ello, el hecho de que ella estuviera en ese funeral, era un ejemplo de eso.

Poco después, la ceremonia dio inicio.

Si el obispo estaba sorprendido por tan poca concurrencia, no hizo ningún comentario. La ceremonia fue corta, porque nadie quería dar un discurso y al parecer no habían suficientes cualidades para que el obispo ensalzara a Kieran. Ella se recargó contra Sam durante toda la ceremonia, él la abrazó y ella se dedicó a observar los hermosos vitrales del lugar, de vez en cuando se inventaba historias un poco indecentes y se las susurraba a Sam, que si prestaba atención a la ceremonia y trataba de no reírse ante sus payasadas. Vio la sonrisa burlona de Ana que alcanzó a escuchar partes de las historias.

A media ceremonia, vio entrar a otra persona. Era alta y delgada, con el pelo de un color inusual, como el fuego, color sangre con reflejos del oro más puro, debía tener unos 50 años y vestía de negro. Entró y se sentó tras ellos sin hacer un solo comentario o gesto de saludo.

Al finalizar la ceremonia, Morgan la vio, y olvidándose que estaba en el funeral de su hermano, se acercó a ella, la tomó del brazo y se fueron juntos a uno de los cuartos del coro. Durante un momento tuvo la esperanza de que fuera Seraphina, pero Ana la mató cuando dijo.

—Es Laoghaire Rosenthal.

La hermana de Morgan y Kieran.

La hermana perdida que después de 25 años, volvía a casa.


Todos fueron a la cripta y todo fue más lúgubre aún. Cuando fue su turno de acercarse antes de que cerraran el ataúd, tomó la caja que Sam había guardado para ella y sacó el amuleto que Sam había restaurado y que perteneció a su madre, el único recuerdo que le quedaba de ella, y lo dejó en las manos del cadáver.

Ahora, gracias a Morgan, sabía la historia de sus padres, aunque quedaban muchas piezas faltantes porque ninguno de sus padres le había contado los pormenores y nunca lo harían. No sabía que tan hermoso y retorcido fue su amor. O incluso si fue amor. O la evolución de sus sentimientos. O porque tuvo que acabar así. Pero pensó que era un buen toque que su padre conservara para siempre lo único que quedaba de su madre, lo único que Daciana le permitiría llevarse con él. Porque se negaba a dedicarle algo más de ella a un cadáver que la había abandonado cuando más lo había necesitado.

Mientras veía que dejaban el cadáver en la cripta, lo supo.

Ese esqueleto en el armario, acababa de ser enterrado para siempre.

Vio a Morgan abrazando a Laoghaire mientras ella lloraba, vio a otro hombre acercándose tomando la mano de ella y a Morgan, Laoghaire y al hombre intercambiar palabras en voz baja. Mika y Ana estaban abrazadas, al igual que Sam y ella. Por su cabeza pasaba todo lo que había pasado en las últimas noches y trataba de acallar un impulso que se hacía cada vez más tentador.

—Conozco esa sonrisa.

—¿Qué sonrisa?

—Esa sonrisa —dijo Sam mientras acariciaba el borde de su mandíbula—, significa problemas.

—¿Lo hace? —enarcó una ceja.

—Tenías esa sonrisa cuando te conocí, y mira en la cantidad de problemas que me he metido desde entonces.

Ella se echó a reír, pero lo cubrió con sus manos para acallarlo. En el silencio que siguió, se dio cuenta lo ridículo que era, pero eso no significaba que no quisiera hacerlo.

—Estaba pensando…¿Quieres casarte?

—Me gustaría pensar que si, porque te lo propuse y aceptaste.

—Ahora.

Sam la soltó y levantó su rostro para que se vieran a los ojos.

—¿Ahora? ¿Quieres casarte… ahora?

—Sé que es tonto… —masculló enfurruñada.

—Tiana, ¿Por qué quieres casarte ahora?

Ella dijo lo primero en lo que pensó.

—Estamos vivos y nos amamos, ¿Tienen que haber más razones?

—Tiana —él la reprendió.

—Charlotte tiene 15 y puede morir, Emmeline tenía 21 cuando murió, Michaella casi muere una vez. La historia de Morgan y Marie y la de mis padres, el cómo acabaron antes de poder empezar porque no querían el compromiso o la responsabilidad, el como Laoghaire si tuvo su final feliz porque luchó por él. Es tonto, pero quiero esto. Quiero un estupido papel que diga que estamos en esto juntos, por tanto tiempo como vivamos, y sé que es impulsivo, pero…

Siendo honesta, toda su familia estaba tan jodida y tenían finales tan tragicos que tenía miedo que engrosaría aún más esa lista. No supo que vio en su mirada, pero Sam dejó de lado la mezcla de sorpresa e indulgencia que mostraba.

—¿Realmente lo quieres?

Ella asintió.

—Entonces vamos —dijo él, como si no hubiera aceptado hacer una estupidez.

—¿En serio?

—Si, somos libres de hacer algo solo porque queremos —sonaba bastante convencido para algo en lo que no había pensado hasta dos minutos antes.

—Entonces me hiciste desvelar mis motivos, ¿Por? —entrecerró los ojos.

—No quería que lo hicieras como una extraña venganza o regodeo hacía Kieran —Sam dijo con seriedad y eso acalló la broma. Ella sabía que si lo hubiera hecho por una razón tan oscura como esa, Sam no se lo perdonaría y ambos se merecían más que una venganza infantil como base de su matrimonio.

Mientras abandonaban el cementerio familiar, ella agregó:

—Que conste en acta, mi sonrisa no significa problemas.

Él tomó su mano y la besó.

—Esa sonrisa siempre ha significado problemas, pero jamás he dicho que no me gustaran. Aunque te advierto que nuestro matrimonio no tendrá un futuro muy largo —dijo la última parte con sequedad.

—¿Tan rápido te quieres divorciar de mi?

—No, pero mi madre y Lizzie no vacilaran en asesinarme cuando se enteren que todo su esfuerzo para organizar la boda fue en vano.

Ella frunció los labios pero sus ojos relucían con diversión.

—No les diré si tú no lo haces.

—Tenemos un trato.

Esa fue una buena boda (no tan) secreta.

Y cambió el Nicoletta por Selene, gracias a Dios.

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