El Fin del Verano
Elaborado por: Siles Huerta Karol
Clara y Luis se conocieron una tarde cálida de verano en una pequeña ciudad costera. Ella, una pintora soñadora que había encontrado inspiración en los atardeceres dorados, y él, un ingeniero que había llegado para supervisar la construcción de un nuevo muelle. Sus mundos se cruzaron en la feria del pueblo, entre risas y luces titilantes.
Desde el primer momento, Clara y Luis sintieron una conexión profunda, como si hubieran estado destinados a encontrarse. Pasaron los días recorriendo la playa, hablando de sus sueños y aspiraciones, y prometiéndose un futuro juntos. Clara le mostró a Luis el rincón del acantilado donde solía pintar, y Luis le habló de las ciudades que quería construir.
Pero a medida que el verano avanzaba, la realidad empezó a teñir su idilio con sombras. Luis, atado a sus compromisos laborales, veía cómo su tiempo con Clara se volvía cada vez más escaso. Clara, en cambio, empezaba a sentirse relegada a un segundo plano. La construcción del muelle absorbía a Luis por completo, y sus conversaciones, antes llenas de pasión y promesas, se volvieron esporádicas y tensas.
Una noche, Clara decidió sorprender a Luis en la obra. Al llegar, lo encontró rodeado de planos y trabajadores, su rostro preocupado y cansado. «Luis,» dijo, tratando de esconder su desilusión, «necesitamos hablar.»
Luis, visiblemente incómodo, asintió y la llevó a un rincón más apartado. Clara tomó aire y comenzó, «Siento que te estoy perdiendo. Ya no eres el mismo de antes. El verano se está acabando y me da miedo que también nosotros lo hagamos.»
Luis la miró, con una tristeza que no había mostrado antes. «Clara, no sabes cuánto me duele esto. Pero tengo responsabilidades, y mi trabajo es importante. No quiero perderte, pero tampoco puedo abandonarlo todo.»
Clara sintió que su corazón se rompía un poco más con cada palabra. «Entiendo tus responsabilidades, Luis. Pero también quiero sentir que soy una prioridad en tu vida. No puedo seguir así, esperando migajas de tu tiempo.»
Las semanas siguientes estuvieron marcadas por una tensión creciente. Clara intentaba sumergirse en sus pinturas, buscando un refugio en los colores y paisajes que tanto amaba, pero no podía ignorar la ausencia de Luis. Sus encuentros se volvieron más raros y fríos, y las conversaciones, llenas de silencios incómodos.
Un día, mientras Clara caminaba sola por la playa, decidió que debía enfrentar la realidad. Esa noche, se encontraron en el mismo acantilado donde habían compartido tantos momentos felices. Clara, con la voz temblorosa, dijo, «Luis, esto no puede seguir así. Nos estamos haciendo daño.»
Luis, con los ojos llenos de lágrimas, asintió. «Lo sé, Clara. Te amo, pero no puedo darte lo que mereces. Mi trabajo siempre estará en medio.»
Clara sintió una mezcla de tristeza y alivio. Abrazó a Luis por última vez, dejando que las lágrimas fluyeran libremente. «Siempre recordaré este verano,» susurró, «y todo lo que compartimos.»
Al día siguiente, Luis partió con su equipo, dejando atrás la pequeña ciudad costera y el amor que había florecido bajo el sol del verano. Clara, con el corazón roto, volvió a su rincón del acantilado. Pintó un último cuadro, un atardecer melancólico, como un tributo a lo que alguna vez fue. Supo entonces que el verano había terminado, llevándose consigo un amor que no pudo sobrevivir a la realidad.
OPINIONES Y COMENTARIOS