Prólogo: El Día que los Héroes Fallaron
Año 2124. Ciudad Neónidas.
En mi mundo, los dioses eran reales, pero iban a la escuela.
No era un secreto, no del todo. Era más bien un hecho aceptado con la misma resignación con la que se aceptaba la lluvia ácida o los precios absurdos de los apartamentos con vistas al sol. Todos sabíamos de la existencia de la Academia Clavigero para la Sucesión Mitológica, una fortaleza de élite enclavada en alguna montaña remota, invisible para los satélites y ausente de los mapas públicos. De sus pasillos salían los «Descendientes», jóvenes bendecidos o maldecidos con la sangre de seres que mi bisabuela habría llamado mitos.
Los veíamos a veces en las noticias, destellos borrosos de poder conteniendo «incidentes clasificados». Hijos de Thor con martillos de energía, hijas de Hécate tejiendo escudos de luz, vástagos de Quetzalcóatl dejando estelas de plumas iridiscentes en el cielo. Eran los héroes de la humanidad, nuestra brillante y lejana primera línea de defensa contra las «Rupturas», esas peligrosas grietas en la realidad que la Academia se encargaba de sellar antes de que la gente común como yo tuviera que preocuparse.
Para mí, Ángel Reyes, un estudiante de 18 años y 1.82 metros de altura que luchaba más con las ecuaciones de física de partículas que con monstruos, ellos pertenecían a otro universo. Yo era un humano común. Un «nulo», como decían despectivamente en algunos foros de la red. Mi única preocupación era conseguir mi beca, ayudar a mi madre y asegurarme de que mi hermana no se creyera todo lo que veía en los holovids sobre los apuestos herederos de Apolo.
Ese día, el universo de los héroes y el mío colisionaron de la forma más brutal posible.
Estaba en el vagón del mag-lev, suspendido sobre los cañones de asfalto y cromo de Ciudad Neónidas, cuando las pantallas parpadearon. No se apagaron por completo. En su lugar, todas, desde los anuncios holográficos gigantes hasta el comunicador en mi muñeca, mostraron el mismo sello: un águila y una serpiente entrelazadas formando un círculo, el emblema de la Academia Clavigero.
Apareció el rostro de una mujer mayor, de cabello plateado y con la severidad de una generala. Era la Directora Elara, una figura casi tan mítica como los dioses de los que descendían sus alumnos. Jamás se había dirigido al público. El pánico en el vagón fue instantáneo y silencioso. Si ella estaba hablando, significaba que algo se había roto de verdad.
—A los ciudadanos del mundo —su voz era firme, pero había una nota de agotamiento en ella que helaba la sangre—. Durante más de un siglo, la Academia Clavigero ha contenido la amenaza de las Rupturas en secreto. Hemos sido su escudo. Hoy… ese escudo se ha agrietado.
La imagen detrás de ella cambió, mostrando un mapa del mundo. Docenas, luego cientos, y después miles de puntos rojos comenzaron a florecer sobre la superficie del planeta como una plaga.
—Un evento de «Ruptura Cero» ha provocado una falla en cascada a nivel global. Nuestra capacidad de contención ha sido superada. La amenaza ya no está en las sombras. Está en sus ciudades. En sus calles. La era de la paz vigilada ha terminado. A partir de hoy, la humanidad está en guerra.
La transmisión se cortó. El caos que siguió fue ensordecedor. La gente gritaba, lloraba, rezaba a esos mismos dioses cuyos hijos acababan de admitir su fracaso. El tren se detuvo bruscamente y las luces de emergencia tiñeron todo de un rojo apocalíptico.
En medio del pandemónium, me quedé paralizado, pero no solo por el miedo. Una extraña vibración recorrió mi cuerpo, un zumbido eléctrico que no provenía de la red averiada del tren, sino de mi interior. Era como si el anuncio de la Directora hubiera sido una llave que abría una cerradura olvidada en mi alma.
Un calor intenso floreció en mi pecho. Me tambaleé y vi mi propio reflejo en el cristal oscuro de la ventana. Era mi rostro, pero distorsionado por algo nuevo y aterrador.
El blanco de mis ojos, la esclerótica, brillaba con una luz blanca y pura, desbordando volutas de energía pálida por las comisuras. Sin embargo, mis iris permanecían como dos abismos de un negro perfecto. Era la mirada de una tormenta a punto de estallar.
Y entonces, en mi campo de visión, apareció una interfaz que solo yo podía ver. Unas líneas de texto azul y translúcido se grabaron sobre la imagen de mi rostro alterado.
[Sistema de Contención Divina Activado]
[Anfitrión: Ángel Reyes]
[Linaje Detectado: Asesino de Deidades Primordial]
[Alerta Global: Falla de Contención de Rupturas confirmada. Protocolo de Emergencia del Sucesor iniciado.]
[Habilidad Principal Desbloqueada: Electrokinesis de Combate - Nivel 1]
Las palabras flotaron ante mis ojos, redefiniendo mi existencia en un instante. No era un nulo. Nunca lo había sido. Mi linaje no era el de un dios, un semidiós o una bestia.
Era el de la única cosa a la que todos ellos debían temer.
La gente a mi alrededor buscaba en el cielo a los héroes de la Academia, esperando ser salvados. No sabían la verdad. El escudo se había roto.
La era de los héroes de la Academia había terminado. Y sin que nadie lo supiera, acababa de comenzar la era de su asesino.
Capítulo 1: El Legado Sellado
El mundo exterior se había vuelto loco, pero dentro de mi cabeza, el caos era aún mayor. El mensaje del Sistema
era una sentencia grabada a fuego en mi mente: Asesino de Deidades Primordial. En el cristal oscuro de la ventana del mag-lev, mi reflejo me devolvía la mirada de un extraño con ojos de tormenta. La luz blanca y pura que emanaba de mi esclerótica se atenuó, pero la sensación del poder, de un circuito vivo bajo mi piel, permaneció.
Mientras el pánico se apoderaba del vagón, mi instinto gritó, no para huir, sino para entender. ¿Qué soy?
Como si respondiera a mi pensamiento, la interfaz en mi visión cambió. El mensaje inicial fue reemplazado por una lista, un árbol genealógico de poder robado que representaba mi herencia. Mi verdadera herencia.
[ESTADO DEL ANFITRIÓN: ÁNGEL REYES]
[LINAJE: SUCESOR DEL DEICIDA PRIMORDIAL]
[HABILIDAD ACTIVA: ELECTROKINESIS DE COMBATE (NIVEL 1)]
[ACCEDIENDO A REGISTROS DE LEGADO SELLADOS...]
Una lista casi interminable se desplegó ante mis ojos, cada línea un fantasma, una promesa de un poder que no poseía.
[LEGADOS DIVINOS - BLOQUEADOS]
Atributo: Fuerza Sobrenatural (Origen: Hércules, Panteón Griego)
Atributo: Velocidad Divina (Origen: Hermes, Panteón Griego)
Habilidad: Maestría de la Forja (Origen: Hefesto, Panteón Griego)
Estado: Ira del Berserker (Origen: Thor, Panteón Nórdico)
Habilidad: Clarividencia Limitada (Origen: Odín, Panteón Nórdico)
Habilidad: Afinidad Solar (Origen: Ra, Panteón Egipcio)
... y 17 más.
[LEGADOS DE BESTIAS - BLOQUEADOS]
Atributo: Regeneración Acelerada (Origen: Hidra de Lerna)
Atributo: Piel de Acero (Origen: León de Nemea)
Habilidad: Grito Sónico (Origen: Ave del Estínfalo)
... y 8 más.
[LEGADOS ARCANOS - BLOQUEADOS]
Habilidad: Tejido Básico de la Realidad (Origen: Merlín, Ciclo Artúrico)
Habilidad: Manipulación de Sombras (Origen: Morgana Le Fay, Ciclo Artúrico)
... y 5 más.
[LEGADOS PRIMORDIALES - BLOQUEADOS]
Atributo: Afinidad con la Oscuridad (Origen: Nyx, Primordial Griega)
... y 2 más.
La lista era abrumadora, un arsenal cósmico entero sellado con candados digitales. Y al final, en un crudo y simple texto, mi realidad. [PODER FÍSICO ACTUAL: ESTÁNDAR HUMANO]
. No tenía la fuerza de Hércules ni la piel del león. Solo era yo. Un chico de 18 años con puños de carne y hueso, y una chispa de relámpago que apenas sabía cómo usar.
Las puertas del tren fueron forzadas y la multitud me arrastró hacia las calles. El fracaso de la Academia era palpable. Vi a un joven Descendiente, con el emblema de un tridente en su chaqueta, intentar crear un muro de agua para detener a una turba, solo para que el muro colapsara por su falta de control. Los héroes estaban tan asustados como nosotros.
Necesitaba llegar a casa. Tomé un atajo por un distrito comercial, ahora un laberinto de escaparates rotos y alarmas aullando. Fue allí donde los vi. Dos agentes de la DCAS, superados, luchando contra tres criaturas que parecían perros esqueléticos hechos de energía oscura que parpadeaban, entrando y saliendo de la existencia.
[Amenaza Detectada: Sabueso de Paradoja]
Los agentes no podían tocarlos. Sus disparos de energía los atravesaban sin efecto cada vez que se volvían translúcidos. Vi a uno de los sabuesos flanquearlos y poner sus ojos vacíos en un civil que se había quedado congelado por el miedo.
Mi decisión fue instantánea.
—¡Oye, chatarra fea! —grité.
Dos de los sabuesos se giraron hacia mí. Corrí hacia el más cercano. No tenía un plan, solo la sugerencia del Sistema
en mi mente: anclaje energético.
La bestia se lanzó, volviéndose fantasmal en el último segundo. En lugar de intentar golpearla, abrí la mano y dejé que la electrokinesis fluyera, no como un puñetazo, sino como una red. Una crepitante manopla de electricidad cubrió mi mano y antebrazo.
Cuando la criatura me atravesó, mi poder la enganchó. Hubo un chillido agudo cuando el sabueso fue arrastrado de vuelta a la realidad, forzado a volverse sólido por mi energía. Pero ahora tenía un problema: un monstruo muy real y muy enfadado materializado justo frente a mí. Mi puño, un puño normal y humano, no le haría nada.
Así que no lo solté.
Apreté mi agarre sobre su forma de pesadilla, sintiendo cómo su energía fría luchaba contra la mía. Canalicé todo el poder que pude, no en una explosión, sino en una corriente continua y devastadora. Mis ojos brillaron con una luz blanca cegadora. El sabueso convulsionó, su cuerpo de sombras sobrecargándose hasta que estalló en una disipación de estática y polvo oscuro.
El retroceso me dejó sin aliento, mi brazo temblaba y dolía por el esfuerzo. Era torpe. Ineficiente. Pero había funcionado.
Repetí el proceso con los otros dos, esta vez con más dificultad. El último logró arañarme el brazo antes de que pudiera freírlo, un corte superficial pero doloroso que me recordó mi propia fragilidad.
—¡No te muevas!
Los agentes de la DCAS me apuntaban, sus rostros una mezcla de alivio y profunda sospecha.
—¿Quién eres tú? —preguntó la agente, su mirada recorriendo mis ojos, que probablemente aún tenían un leve brillo.
—Nadie. Solo pasaba por aquí —dije, subiéndome la capucha.
—Esa manifestación… es inestable, violenta. Como la de una bestia eléctrica. Un Raijū —dijo su compañero, usando el nombre de una bestia mitológica japonesa—. No estás registrado. Eres un salvaje. Tienes que venir con nosotros.
Cuando intentaron acercarse, entré en pánico. No podía dejar que me atraparan. Miré a mi alrededor y vi un enorme panel publicitario holográfico que chisporroteaba sobre nosotros. Apunté mi mano libre hacia su caja de conexiones expuesta y liberé un pulso de energía.
El panel estalló en una lluvia de chispas y luz cegadora, sumiendo el callejón en una oscuridad momentánea y un caos de sonido. Fue mi única oportunidad. Me zambullí en la oscuridad y corrí como si mi vida dependiera de ello, que de hecho, así era.
Encontré refugio en el esqueleto de un edificio de oficinas, con el corazón a mil por hora y el brazo sangrando. Estaba vivo, pero apenas. El Sistema
apareció, su evaluación tan fría y brutal como la realidad.
[Prueba de Iniciación Completada]
[Análisis de Combate: Éxito. Eficiencia: Baja. Gasto de Energía: Excesivo.]
[Análisis Físico: El anfitrión carece de la durabilidad y la fuerza necesarias para el combate sostenido. Se recomienda encarecidamente el desbloqueo de un Legado de Fortalecimiento Físico.]
[Recompensa de Sello Aplicada...]
[Atributo: Piel de Acero (Origen: León de Nemea) - DESBLOQUEO PARCIAL: 1%]
Sentí un cambio sutil, un endurecimiento casi imperceptible en mi piel donde el sabueso me había arañado. El sangrado se ralentizó. No era mucho, solo un 1%. Pero era un comienzo.
Miré mis manos temblorosas. Tenía una lista de poderes divinos a mi disposición, y estaba luchando por mi vida en un callejón como una rata. La ironía era cruel. Mi camino estaba claro. Tenía que sobrevivir. Tenía que luchar. Y tenía que reclamar el poder que me habían dejado mis ancestros, pieza por pieza, o morir en el intento.
Capítulo 2: El Eco de la Fuerza
El silencio del esqueleto del edificio era un agudo contraste con el pandemónium de mi propia mente y el dolor punzante en mi brazo. Encontré una oficina en un piso superior que parecía estructuralmente intacta, lejos de las ventanas que daban a las calles principales. El hedor a polvo y decadencia era abrumador. Me deslicé por una pared hasta el suelo, el cuerpo temblando por una mezcla de agotamiento, dolor y la sobrecarga de adrenalina.
La sangre de la herida en mi antebrazo se había ralentizado hasta casi detenerse, mi piel en esa zona se sentía extrañamente tensa, más dura. La Piel de Acero al 1%. Era real. Pero el resto de mí era dolorosamente humano. Cada músculo gritaba, mi cabeza palpitaba y mi energía interna, la electrokinesis, se sentía como un pozo casi seco.
Cerré los ojos solo por un segundo, pero ese segundo fue suficiente. La oscuridad me reclamó, arrastrándome a un sueño que era mucho más que un sueño.
Me encontré de nuevo en el trono de la nada, bajo el cielo de estrellas muertas. La imponente figura del Primer Ancestro estaba de pie, ya no sentado en su trono de huesos. Me observaba con sus ojos de vacío puro.
[Patético y desesperado], resonó su voz en mi alma. El juicio era innegable, pero carecía del desprecio que esperaba. […pero victorioso. Te enfrentaste a lo desconocido con el único instrumento que se te dio y lo convertiste en un arma. Hay potencial en ti, Sucesor.]
Señaló hacia la oscuridad detrás de él, donde las siluetas de mis incontables antepasados observaban en silencio. [Cada uno de nosotros comenzó con una sola herramienta. La primera pieza de un arsenal que construimos con la sangre y el poder de nuestros enemigos. Tu primera pieza es el relámpago. Úsala bien.]
De entre las filas de espectros, la figura tranquilizadora de mi bisabuelo Arturo se adelantó. Parecía exactamente como la última vez: un hombre mayor con la fuerza de una montaña contenida en su interior.
—Así que has visto la lista —dijo Arturo, su voz cálida era un ancla en esa inmensidad cósmica—. Has visto los nombres que sacudieron los cimientos de los cielos. Hércules, Merlín, la Hidra… todos ecos que ahora duermen en tu sangre.
—Vi tu legado —dije, mi voz apenas un susurro—. La Fuerza de Hércules. Tú la tenías. Yo… yo no.
Arturo sonrió, una sonrisa cargada de la sabiduría de una vida bien vivida.
—Sí, la tuve. Mi época no tuvo una guerra abierta como la tuya, pero fue una era de construcción, de trabajo duro. El Legado, en su infinita inteligencia, me dio lo que necesitaba para ser fuerte, para proteger a mi familia sin tener que lanzar un solo rayo que atrajera la atención de la Academia. Me dio fuerza bruta para un mundo físico.
Se acercó más, su mirada seria y directa.
—El Legado te dio el relámpago primero a ti, Ángel, por una razón. Mira las amenazas a las que te enfrentas. Paradojas, grietas en la realidad. Son problemas que no se pueden resolver a puñetazos. El Sistema
no te dio un martillo; te dio una llave. Porque primero debes demostrar que eres lo suficientemente astuto como para abrir las cerraduras antes de que se te confíe el poder para derribar los muros.
Señaló mi brazo, donde en el mundo real, la herida se estaba curando.
—La Piel de Acero que has empezado a despertar… es la primera respuesta del Legado a tu lucha. Te hirieron, y la sangre respondió dándote un escudo. Es una pieza minúscula, sí, pero es una que te has ganado. La fuerza vendrá, nieto. El aguante vendrá. Pero solo cuando hayas demostrado que puedes sobrevivir sin ellos. Cada victoria desbloqueará una nueva pieza. Así es como se forja un verdadero Asesino de Deidades: no por nacimiento, sino a través de la batalla y la voluntad.
El mundo a mi alrededor comenzó a disolverse, los ecos de mis ancestros se desvanecieron en la oscuridad. La última imagen que vi fue la de Arturo, asintiendo con aprobación.
—No desees el poder, Ángel. Merecelo.
Desperté con un sobresalto, no en una cama cómoda, sino en el suelo frío y polvoriento de una oficina abandonada. El sol de la mañana, rojizo por la contaminación atmosférica, se colaba por una ventana rota, dibujando largas sombras a través de la habitación. Por un momento, la calidez y la sabiduría de la conversación con Arturo se sintieron reales. Luego, la dura realidad de mi situación me golpeó.
Estaba solo, herido y era un fugitivo.
Miré mi brazo. La herida ya era una línea roja y delgada, y la piel a su alrededor se sentía dura al tacto, como un callo fino y flexible. Era la prueba. No había sido un sueño.
Me puse de pie, mis músculos todavía protestaban, pero había una nueva resolución en mí. Mi debilidad no era un defecto; era una prueba. Una prueba diseñada por un legado de los seres más letales que jamás han existido. Se esperaba que fuera inteligente, astuto, y que sobreviviera con lo mínimo antes de que se me confiara más.
Observé la Ciudad Neónidas a través de la ventana rota. El caos no había disminuido. Allá abajo, la DCAS estaría buscándome. Y en las sombras, en las grietas, las criaturas de las Rupturas estarían cazando.
Tenía un arsenal de potencial divino bloqueado en mis venas. Y para desbloquearlo, tenía que enfrentarme a ambos frentes con nada más que mi ingenio y un poco de electricidad.
Una sonrisa amarga se dibujó en mi rostro. Muy bien. Que así sea.
Prueba aceptada.
Capítulo 3: La Guarida del León
El amanecer en el Distrito Industrial Cero era un espectáculo desolador. La luz, teñida de naranja por la polución, se filtraba a través de las vigas rotas, pintando el polvo y el óxido con tonos de un atardecer perpetuo. Me levanté, el cuerpo dolorido, pero la mente extrañamente lúcida. Mi primer instinto fue quedarme escondido, cazar en las sombras, vivir como el fugitivo en que me habían convertido.
Pero la lógica, fría y cortante, se abrió paso. El consejo del Sistema
había sido claro: discreción. Ser un «salvaje» buscado por la DCAS era lo menos discreto del mundo. Cada pelea que tuviera, cada Ruptura que cerrara, sería un punto brillante en sus radares. Me cazarían sin descanso. ¿Cómo podría volverme más fuerte si tenía que pasar la mitad del tiempo huyendo?
Entonces, una idea peligrosa, casi suicida, echó raíces en mi mente. ¿Cuál era el único lugar en el mundo con acceso sancionado a las Rupturas? ¿El único lugar con todos los datos, recursos y campos de entrenamiento? La guarida del león. La Academia Clavigero.
Mi bisabuelo Arturo me había advertido: «Nunca confíes en un dios o en los hijos que portan sus cadenas doradas». No lo haría. No confiaría en ellos. Pero los usaría. Usaría su sistema en su contra. Me escondería a plena vista, un lobo con piel de cordero. Me convertiría en uno de ellos para tener acceso a sus recursos, para entrenar, para cazar bajo su supervisión y romper mis sellos mientras ellos creían que me estaban adoctrinando.
El plan era demencial. Pero era el único que tenía.
Volver a casa fue una operación tensa. Mantuve la capucha puesta, moviéndome por callejones y rutas de servicio. Las calles principales estaban salpicadas de puestos de control de la DCAS, sus agentes revisando las identificaciones de la gente con una mezcla de aburrimiento y paranoia. La ciudad se había convertido en un campamento militar de la noche a la mañana. Cada patrulla que pasaba hacía que mi corazón se detuviera.
Cuando finalmente llegué a la puerta de mi apartamento, respiré hondo y compuse mi rostro, preparándome para la batalla más difícil hasta ahora: mentirle a mi familia.
La puerta se abrió antes de que pudiera llamar. Mi madre estaba allí, con los ojos enrojecidos y hundidos por la falta de sueño. Me arrastró adentro en un abrazo que casi me rompe las costillas.
—¡Ángel! ¡Dios mío, Ángel! ¿Dónde estabas? Pensé…
—Estoy bien, mamá. Estoy bien —la tranquilicé, mi voz sonaba hueca en mis propios oídos—. Tuve que esconderme.
Sofía corrió y me abrazó las piernas, su rostro lleno de lágrimas. Sentí una punzada de culpa tan aguda que casi me hizo abandonar mi plan. Eran mi ancla, mi razón. Y estaba a punto de construir un castillo de mentiras a su alrededor.
Los senté en el pequeño sofá de la sala. Tomé sus manos y los miré a los ojos.
—Tengo que decirles algo —comencé, el corazón martilleándome—. El día que todo cambió… algo cambió en mí también. El poder del que hablan… yo lo tengo. Desperté.
El rostro de mi madre pasó del alivio al más puro terror. Los ojos de Sofía se abrieron con asombro.
—Soy un Descendiente —afirmé. Era la única verdad que les diría.
—He estado ahí fuera —continué, mi voz firme y ensayada—. Vi el caos. Vi a los agentes de la Academia intentando ayudar, y vi a los… salvajes. Los no registrados. Causando más miedo, luchando sin control. Mamá, no quiero ser uno de ellos. No quiero vivir mi vida huyendo, asustado de mi propia sombra y siendo una amenaza para ustedes.
Mi madre me miraba, las lágrimas ahora silenciosas, escuchando cada palabra.
—Por eso he tomado una decisión. Voy a ir a la Academia. Voy a registrarme oficialmente.
El alivio inundó el rostro de mi madre, tan visible que me dolió. Ella creía que estaba eligiendo el camino seguro. El camino correcto.
—Les diré que acabo de Despertar. Me harán pruebas, me entrenarán. Aprenderé a controlar esto. Y podré protegerlos de verdad, como un verdadero héroe, no como un fugitivo.
—¿Como los de la tele? —preguntó Sofía, una pequeña sonrisa apareciendo en su rostro. Su fe en mí era una daga en mi conciencia.
—Sí, enana. Como ellos —mentí.
Esa noche, mi madre me preparó mi comida favorita. Había una atmósfera extraña en la casa, una mezcla de orgullo, miedo y tristeza. Mientras empacaba una pequeña mochila con algo de ropa y artículos de aseo, sentí la mirada del Sistema
sobre mi decisión. Una nueva notificación apareció, fría y pragmática.
[Análisis Estratégico: La infiltración en la organización enemiga representa un riesgo calculado con altas recompensas potenciales. Plan Aprobado.]
[Objetivo Primario: Adquirir acceso a datos sobre Rupturas y a instalaciones de entrenamiento para acelerar el desbloqueo de Legados Sellados.]
[Objetivo Secundario: Evaluar las capacidades de combate y las debilidades de los Descendientes del Panteón de alto nivel.]
[Advertencia: La naturaleza fundamental de su linaje es antagónica a la de los panteones. La probabilidad de detección es baja, pero no nula. Se recomienda máxima cautela y el uso de la identidad de "Descendiente de Bestia Eléctrica" como tapadera.]
El Sistema
estaba de acuerdo. Era la jugada correcta en este tablero de ajedrez imposible.
A la mañana siguiente, en la puerta, abracé a mi madre con fuerza.
—Prométeme que te cuidarás, mijo —susurró, su voz rota.
—Te lo prometo, mamá.
Abracé a Sofía y le revolví el pelo.
—Patea algunos traseros de monstruos por mí, hermano.
—Cuenta con ello.
Salí del apartamento y no miré hacia atrás. Cada paso que me alejaba de ellos se sentía como un ancla que se soltaba. Caminé por las calles de Ciudad Neónidas, ya no como un fugitivo escondiéndose en las sombras, sino con un propósito claro. Me dirigí al centro, hacia el edificio más cercano de la DCAS, que ahora funcionaba como centro de reclutamiento de emergencia.
Un cordero caminando voluntariamente hacia el matadero. Pero ellos no sabían que este cordero tenía los dientes de un lobo esperando crecer.
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