Romina no disfrutaba de la vida. Lo único que hacía era trabajar y preocuparse por hacer bien su trabajo. Su vida pasaba, y ella no era feliz. Se quejaba con sus amistades, pero no hacía nada para cambiarlo.
No le gustaba la música, no disfrutaba de un buen poema. No veía el sentido figurado de las cosas, sólo el sentido literal y absoluto. Así, pasaban los años y cada día se hacía más vieja y amargada.
El día de su cumpleaños número 40, pensó que ya no iba a lograr lo que quería: casarse y tener hijos. ¿Por qué? Porque era lo que le metieron en la cabeza desde su nacimiento. Es lo que uno tiene que hacer en esta vida. Además, si no estás casado y no tenés hijos, cuando envejezcas… ¿quién te va a cuidar?
Sus amigos la llevaban siempre a boliches, bares y a probar cosas nuevas. Esos momentos los disfrutaba, ya que la sacaban de la rutina. Pero sólo por eso. Sus amistades, al contrario, eran personas que sí disfrutaban de la vida, personas alegres y positivas. Y su amistad estaba basada solamente en una cuestión de cercanía laboral.
Para festejar su cumpleaños uno de ellos, llamado Joaquín, propuso ir a un bar swinger. Eran dos chicos y dos chicas, por lo cual, la idea era hacerse pasar por parejas.
Se podía ver a otros teniendo sexo, y no participar. Entonces, ya cansada de su aburrida vida y como todos iban a ir, con o sin ella, para no perderse de estar, accedió festejar de esa forma su cumpleaños.
Llegó la noche de su cumpleaños. Habían arreglado vestirse de forma sexy. Romina se puso una pollera negra ajustada, con medias de red y una musculosa de seda blanca, en la cual se notaba el contorno de sus grandes pechos.
La pasaron a buscar por la casa los dos chicos, en el auto de uno de ellos. Durante el viaje, le vendaron los ojos, para que sea sorpresa el lugar al cual se dirigían. Jessica, le dijeron, ya estaba esperando en el lugar acordado.
Llegaron. Estacionaron el auto y la hicieron bajar. No la dejaron sacarse la venda de los ojos. La guiaron hasta dentro de un edificio, subieron un ascensor y atravesaron una puerta.
Una vez dentro, le confesaron que no estaban en un boliche swinger. Pensaron que era demasiado y decidieron hacer algo más íntimo. Romina se sintió aliviada. Los chicos, Joaquín y Mauricio, guiaron a Romina hacia un sillón en el centro de la habitación; sus ojos seguían vendados.
La habitación estaba ambientada para la ocasión: luces tenues, música suave. Le dieron de tomar un vodka con hielo para ayudarla a relajarse. Le dijeron que le iban a hacer un regalo, que quizás al principio iba a estar incómoda, pero que le prometían que lo iba a disfrutar. Si quería parar en algún momento, tenía que decir la palabra «Cenicienta».
Mauricio comenzó tocándole los pechos; le acariciaba los pezones y ella sintió un cosquilleo, mientras éstos se ponían erectos. Alguien le estaba dando besos en la boca y en el cuello. Pero no sintió la picazón de una barba masculina, porque la que le estaba dando besos era Jessica.
Joaquín le empezó a acariciar las piernas y besarlas suavemente. Con cada beso, iba subiendo por ellas. Cuando llegó a la altura de la pollera, se la levantó y empezó a acariciarle sus partes íntimas. Primero con los dedos, luego ayudándose con la lengua.
Al principio, Romina estaba incómoda, pero luego pensó que ya estaba entregada a la situación; la mejor opción era relajarse y disfrutar de su regalo de cumpleaños. El vodka la ayudó a relajarse, ya que no estaba acostumbrada a las bebidas destiladas.
La ayudaron a levantarse del sillón y la guiaron hacia una cama. Las sábanas eran de seda suave. Ella pidió sacarse la venda, pero le dijeron que todavía no era el momento. La acostaron en la cama y le sacaron la ropa. Se quedó sólo con la venda en los ojos.
Sintió como la empezaban a penetrar. Primero Mauricio, después Joaquín. Jessica masajeaba sus pechos y lamía sus pezones.
Después de un rato, hubo cambio de posición. Mientras Jessica le realizaba sexo oral a Romina, Joaquín le daba besos en la boca, cuello, orejas y le susurraba palabras sucias al oído.
Finalmente, Joaquín la estaba penetrando por detrás, mientras ella le realizaba sexo oral a Mauricio, que la agarraba fuerte del pelo. De esta forma, Romina llegó al punto máximo de excitación y alcanzó el momento de clímax. Lo que sintió fue tan intenso, que no se guardó nada. Gritó y gritó, sin importar qué iban a pensar de ella el lunes en la oficina.
Una vez finalizada la oleada de placer, algo en su cuerpo cambió, algo dentro de su ser se activó. Romina sentía que algo debajo de su piel hervía, y necesitaba liberarlo.
Mauricio, que estaba con los ojos cerrados, seguía introduciendo su miembro en la boca de Romina; ya estaba casi por llegar al clímax. De repente, toda esa excitación dejó de existir; dejó de sentir. Abrió los ojos, miró hacia abajo y vio mucha sangre: en el colchón, en sus manos. La miró a Romina; de su boca chorreaba sangre y había un colgajo de escroto. Pero él no sentía dolor. Le habían cercenado el pene, y sin embargo no sentía nada.
Miró a Romina a los ojos, y ahí empezó a ver los cambios en su cuerpo. Los ojos se volvieron verdes, pero no verdes esmeralda. Eran verdes como el color de la descomposición. De éstos salía una sustancia viscosa y ennegrecida, que chorreaba por su rostro.
El pelo empezó a caerse, y en su cráneo se veían burbujas de aire que caminaban por su cabeza, como queriendo escapar. La piel del cráneo empezó a resquebrajarse y abrirse, para tomar una forma que no era humana.
De repente, Mauricio escuchó un grito de dolor. Era Joaquín; gritaba y corría por la habitación pidiendo agua. Mauricio miró su miembro y vio que estaba todo quemado, como si le hubiesen tirado ácido sulfúrico encima. Joaquín se metió al baño y desapareció.
Cuando volvió a mirar a Romina, ésta estaba irreconocible. Por su entrepierna salía un líquido amarillo y volátil; era la sustancia ácida que le quemó el pene a Joaquín. Luego de ver esto, Mauricio perdió la consciencia.
Jessica observaba toda la situación desde un rincón de la habitación. Sin creer lo que sus ojos veían; estaba paralizada del terror. Deseaba que todo fuera una pesadilla de la cual pudiese despertar. Romina, o lo que quedaba de Romina, se acercó a Jessica. Ésta no pudo siquiera hablar, ni gritar, del horror que sentía.
Jessica salió de la habitación. Se sentía fresca, renovada. Ingresó al ascensor del hotel. Durante el viaje se miró al espejo, observó que la piel de su rostro estaba un poco corrida y se la acomodó con los dedos. Le sobraba un poco de piel, ya que Jessica era unos centímetros más alta que Romina.
Salió del hotel, en busca de su próxima víctima.
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