El niño recorría las escaleras a toda velocidad. Debía subir hasta el último piso para llegar a su casa. Apartamento 302 b. Mientras subía los escalones, evitaba cruzarse a la vecina del segundo piso, la señora y su nieta pequeña que Vivian allí. La niña nunca jugaba con él, los niños del edificio nunca fueron amigables, desde lo que él podía recordar. Su mamá lo esperaba cocinando. Al entrar a la casa podía oler los caldos hirviendo en la cocina, le encantaba ese olor. -Lávate las manos y ven a comer-. le decía su mamá desde que entraba. Cenaban juntos, reían y se iban a la cama. Dormían hasta el siguiente día. -Mi amor, es hora de levantarse-. Le decía la madre. El niño rezongaba, entre medio de sueños acogedores, despertaba. Apenas estaba amaneciendo. El niño se apresuraba a vestirse y pasaba a desayunar con su madre. – ¿Intentaras jugar hoy con los demás niños del edificio? – Le preguntó la madre, pero el niño no le respondió, él sabía que los demás niños del edificio no jugarían con él; ¿para que intentarlo? Ya había tratado antes, y cada día se volvían más agresivos, menos cordiales, casi invasivos. Y no solamente los niños, los adultos eran peor. Peores gestos, peores caras. Varias veces el niño vio cómo su mamá entraba llorando a la casa atormentada, perseguida y aterrada. Él se sentía tan impotente y pequeño, -si papá estuviera aquí, nos defendería- se decía así mismo. Pero ya hacía mucho tiempo que su papá no estaba con ellos.
Esa mañana el niño se apresuró a bajar sigiloso por las escaleras, tratando de hacer el menor ruido posible, como ya estaba acostumbrado; debía evitar a la abuela en el segundo piso. Debía evitar a los trillizos de enfrente y a su madre. Debía evitar a la pareja de señores Y sus dos hijos en el primer piso; niños rudos y desagradables que en más de una ocasión trataron de empujarlo por las escaleras. Cuanta maldad en esos pequeños. El niño logró cruzar la puerta de salida sin ser visto, tomaría su bicicleta y volvería más tarde a casa. La mamá trancaría la puerta con varios pestillos y se pondría a cocer a luz de vela. Era mejor pasar desapercibidos.
Esa noche al llegar a casa, el niño notó algo diferente. Un alboroto, por así decirlo, se escuchaba desde la entrada. Los gritos eran persistentes. El niño arrojó su bicicleta y corrió hasta la entrada principal, los niños del primer piso lo estarían esperando. Con palos y fuertes gritos se acercaron, era hora de luchar por su vida. En ese momento le convenía ser pequeño, se escabulló entre los matones y pudo esquivarlos hasta el pasillo. Esa noche todo era peor, estaban todos los vecinos allí, listos, voraces y enojados. De nada valía tratar de hablar, simplemente no los querían allí con vida.
Para cuando el niño iba por el segundo piso, pudo ver como su madre trataba desesperadamente de zafarse de las dos personas que trataban de someterla. Pero en ese instante el niño sintió como dos niños lo jalaban con fuerza para adentro de uno de los departamentos vecinos. Calló al piso y se cubrió la cabeza mientras sentía como lo golpeaban. Estando en el piso observó a su mamá bajar las escaleras a toda prisa gritando desesperada, tratando de huir. Ninguno entendía lo que estaba pasando, nadie los socorría. En un momento pudo patear a uno de sus agresores y eso le dio tiempo de salir corriendo hacia el pasillo. Trató de esconderse debajo de las escaleras. Sacó la cabeza para intentar ver algo, Podía ver como su madre trataba de agarrarse con fuerza mientras dos mujeres la jalaban y trataban de tirarla al piso. De repente el niño pudo sentir como lo alzaban con fuerza del piso. Un adulto lo había encontrado en su escondite, trataba de luchar con todas sus fuerzas, pero era inútil; la persona que lo tenía atrapado empezó a caminar. En ese momento el niño empezó a gritar y el miedo se volvió adrenalina; podía ver con cada paso como se acercaban a la terraza, su corazón palpitaba con fuerza y podía escuchar los latidos. Para cuando se encontraban en el borde, el niño dejó de pelear y miró para abajo, Pudo ver los arbustos y el césped en el fondo, se encontraban en el segundo piso.
En un instante el niño se sintió caer, los sonidos se detuvieron, en esos segundos en los que se encontró flotando en el aire, no sentía miedo alguno, su mente se puso en blanco y luego escuchó un fuerte ¡PUMN! al chocar con el piso. Se quedó unos segundos mirando las estrellas, en silencio, cerró los ojos y entonces todo el ruido regresó. Un momento después levantó la cabeza y vio a su madre salir corriendo por la puerta principal y corriendo hacia el por el jardín. – ¡Mamá ayúdame! Gritó el niño con todas sus fuerzas. Su madre voltio al escucharlo y al verlo corrió hacia donde estaba. La madre lo levantó de entre los arbustos con cuidado, trataban de darse prisa porque los vecinos aun no descansaban, empezaban a acercarse hacia donde estaban. Enojados, vaya que furiosos estaban. El niño se sintió mareado por un momento y cerró los ojos mientras la madre lo alzaba. Para cuando abrió los ojos, su padre se encontraba con ellos, ayudándolos. Por un momento pensó que estaba soñando y no pudo creer lo que veía, por mucho tiempo había deseado tener a su padre allí, cuidándolos. El padre discutía y le rogaba a la furiosa horda que se calmaran, que pararan con el abuso. La masa furiosa se seguía acercando y gritaban en rechazo, a todo pulmón; el padre se colocaba en frente del tumulto pidiéndoles detenerse. Los furiosos vecinos se acercaban cada vez más. El niño se abrazó a su madre y respiraba agitadamente, podía ver las caras de furia de los vecinos, escuchaba los gritos y veía como agitaban palos y cuchillos en sus manos.
Entonces el sol empezó a salir, los rayos empezaron a iluminar el escenario, estaba amaneciendo. En ese momento todos los vecinos hicieron silencio al mismo tiempo, soltaron sus palos y cuchillos, simplemente dejaron de pelear, pararon de caminar y se dieron vuelta, tranquilamente empezaron a entrar a sus casas, como si nada hubiese pasado. El niño no podía comprender lo que veía, sus vecinos charlaban tranquilamente como si todo hubiese sido un sueño, una broma de mal gusto. El niño se giró hacia a su madre para abrazarla. Entonces notó que su madre se encontraba mirando fijamente hacia una de las ventanas del edificio. El padre se acercó a ellos y miraba igualmente hacia la ventana. El niño alzó la cabeza y trató de fijar la mirada hacia donde sus padres veían. En la ventana se encontraba la fotografía de la familia que vivía allí, rodeada de flores y velas, En la siguiente ventana observo lo mismo con la familia que allí vivía, Entonces lo vio, la fotografía con su madre entre flores y velas encendidas. En ese momento comprendió, abrazó fuerte a su madre, su mente empezaba a bombardearlo con imágenes y recordó.
Recordó como esa terrible noche el fuerte olor a quemado lo despertó, el humo empezaba a entrar por debajo de la puerta de su cuarto. Para cuando salió de su habitación, a toda prisa hasta la sala el apartamento se encontraba completamente oscuro por el humo. El niño gritaba por su mamá, pero no escuchaba respuestas. Cuando encontró la puerta principal la abrió, recordó haberse quemado la mano con el picaporte. Miro su mano y allí vio la cicatriz de esa horrible noche. Cuando la puerta se abrió las llamas subían por las escaleras hasta el techo, la luz era tan impresionante como el calor. El fuego empezó a entrar al apartamento, el niño tapaba su cara tratando de no respirar el humo. Las llamas subían por las paredes y en pocos segundos todo el techo se encontraba en llamas. El niño sintió como lo alzaban, su madre lo cargaba y él podía verla llorar. La madre camino hasta la terraza, abrió la puerta y se colocaron en el borde. – Lo siento mi amor, como lo siento- repetía la madre. El niño miro hacia arriba y recordó la noche clara y llena de estrellas. Segundos después la madre saltó con su niño en brazos desde el tercer piso, ambos murieron al caer.
El fuego se había iniciado en la calefacción central del edificio, ninguna de las personas que Vivían allí sobrevivieron. Entonces todo cobro sentido, los vecinos trataban de despertarlos a su realidad. Tenían que entender para que todos pudieran cruzar, como una conciencia colectiva. El niño y la madre seguían apegados a lo que ya no era. El padre que había muerto años atrás había regresado a ayudarlos a cruzar, a descansar al fin. La familia lloró y se abrazaron, el niño cerró los ojos y entonces lo sintió, alegría total, y entonces supo que jamás estaría solo.
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