El derrumbe de una esquina.

Hace unos días, comenzó la demolición de este edificio antiquísimo, ubicado a metros de mi casa. Un lugar que, por cuestiones de seguridad, no podía seguir en pie.

Entre los ruidos, el polvillo y el revuelo del barrio, cada tanto me descubro pensando en el fenómeno de la destrucción. Es curioso pero de golpe, me encuentro completamente movilizada, viendo la facilidad con la que se derrumban algunas construcciones que creímos indestructibles. Y cómo, a pesar de la angustia que acompaña este proceso, permanece la certeza de sentir que es necesario.

Recuerdo las anécdotas contadas por mis viejos cuando atendieron ese famoso bowling, también algunos registros de mi infancia, con amigas, intentando entrar a conocer aquella misteriosa esquina, ya por entonces abandonada… Pero de lo que más me acuerdo, es de una noche, cuando en medio de la oscuridad, una mano conocida escribió en uno de sus frentes: NO TENGO MÁS QUE EL SOL… Y veo y siento, como, miticamente, en ese grafiti, en esa afirmación poética, se produce el momento exacto en el que irónicamente, la frase se materializa al desaparecer bajo los escombros. Es un instante preciso en el que la vida me premia con detalles como este, mientras recorro estos espacios a la par de su propietario y escucho con profunda admiración como su voz, entrecortada, me va explicando los motivos, y me habla sobre otras épocas… y menciona, con nostalgia, a grandes amigos.

Creo que todxs tenemos algo para contar sobre esta esquina, porque hoy se va una parte de nosotrxs con ella. Sin embargo, puedo notar cómo la fuerza viva de la existencia va enseñándome sobre los ciclos y su movimiento. Es que en este sitio habita la historia de nuestro pueblo, una historia que va mucho más allá de los muros y el cemento.

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