Quisiera no querer hacer las cosas. Así pienso que no me aterrarían. He llegado a la básica conclusión de que todo me da miedo porque todo me importa. Vaya epifanía.

Ahora debería levantarme de la cama, bañarme y salir a estudiar. Aunque claro que no lo haré. Entonces me digo a mí mismo que es que simplemente no me interesa hacerlo. Pero no es así, sino que así quiero que sea. Porque sí, racionalmente sé que, en realidad, el estudio y el trabajo y el amor y la amistad y la familia y dios son cosas que no importan. No-realidades absolutamente insignificantes. Pero mi corazón, o lo que sea que nos hace imbéciles, sabe que, en un plano superior o inferior al intelectual, sí que importan, por el simple hecho de que edifican una fantasía que me permite habitar esta larguísima sinrazón que llamamos vida. O Yo.

Entonces pienso aquello, igual que cada mañana, palabras más palabras menos, y concluyo que hoy le daré chance al corazón y salgo, valiente, a la calle. Y desde el instante que piso el exterior mi cabeza se burla de mí. Por motivarme por nada. Por tener que sacar fuerzas sobrehumanas para hacer algo que no importa. Y al segundo paso que doy ya no quiero seguir adelante. Entonces me quedo quieto un rato e imagino un mundo en el que lo pierdo todo. O nada, más bien. Y primero se siente espantoso. Más aterrador que nunca. Pero de pronto el miedo se desvanece porque ya no hay nada que pueda perder. Antes tampoco lo había, lo sé, pero la basura que me rodeaba no me permitía verlo. Así que sonrío con mis ojos cerrados, avergonzado por mi cobardía, pero contento por mi realización. Mi iluminación. La sexta o séptima del mes. 

Tratando de no perder mi enfoque, bloqueo pensamientos que intentan invadirme. Los saco volando como bateador de las grandes ligas apenas asoman sus convincentes y estúpidas cabezas. Marchando cual caballo con anteojeras, con la mirada clavada en mi objetivo, llego en un santiamén y me siento.

Brindo con mis ideas y bebo rápido. Porque me gusta, no porque tema no hacerlo, me digo a mí mismo. Y bebo más. Y es que si tomo dos cervezas y no voy a clase no importa, porque el estudio no importa. Y si tomo cinco y me como a una puta no importa, porque mi chica no importa. Y si me tomo diez y falto a trabajar mañana no importa, porque el trabajo no importa. Y si me tomo cien y lo pierdo todo y termino en la calle no importa, porque mi familia y mi hogar no importan. Y si me tomó mil y me muero no importa, porque la vida y dios no importan. Pero empecemos con una. Imposible empezar con mil.

Feliz feliz feliz como lombriz. Pienso que las lombrices han de ser alcohólicas, y debato conmigo mismo si es que la realidad no es importante o simplemente no es, sin ninguna intención de dar con una respuesta. Y una y dos y tres y cuatro y cinco y puta. Y hasta ahí llego. Es de noche y hace frío. El polvo me hizo sudar la cerveza y ahora tengo miedo de volver a tener miedo. Siento que espectros me acechan. Que ojos sobrenaturales se posan sobre mí. Quiero llorar y que me abracen, entonces corro. Corro como si me persiguiera un monstruo. Es la realidad que quiere devorarme. Pero yo no quiero. No quiero no quiero. Me meto a una tienducha y pido lo que sea. Y me lo trago todo de un sorbo. Feliz feliz feliz como lombriz…

Me tumbo en un andén y me quedo dormido.

Despierto con el amanecer. Enguayabado y agripado. Y escojo darle chance a la razón esta vez. Me sacudo la tierra y caminando despacio, me pongo a buscar droga. La que sea, que todas son la misma a fin de cuentas acá en el objetivo mundo del intelecto. Y camino y camino, convencido de que nada importa, y qué bien que se siente. Cuán cierto es que la verdad nos hace libres. Entonces escucho acentos venezolanos y redirecciono mi andar hacia ellos.

Una gigantesca línea de cocaína se posa frente a mí. Como la frontera entre la realidad y la verdad. Se me hace agua la boca, bebo un sorbo de cerveza e inhalo con fuerza aquella línea y sirvo otra. Y la observo con detenimiento. Muevo mis ojos a la botella de cerveza y de regreso a la cocaína y me aterra. Maldita sea, maldita sea. Cuánto me aterra. 

– M

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS