El camino al Forestal

El camino al Forestal

Daniel Barría

20/11/2017

Lejos, la sombra opaca de los árboles del Forestal me parecen un camino seguro. El olor a humedad tras la lluvia de la tarde me llena con un manto de belleza inexplorable y misteriosa que, tal como los tigres de montaña, se dejan ver solo por unos segundos. En mis pies, la gravilla está resfalosa, blanda, perfecta. Las gotas de agua caen de las más pequeñas extensiones de los árboles, y rodean mi cabeza, llenándome de un aura de pureza y libertad. Pero el camino al final es oscuro e incierto. Las copas de los árboles se van perdiendo, la gravilla se va hundiendo en un foso de oscuridad. De no ser por las luces de las avenidas de los costados, simplemente no vería nada. Sin embargo por algún motivo estaba allí, por algún motivo me merecía eso. Por algo que desconozco me encontraba ahí en ese estado tan incierto. Debía continuar.

No puedo dejar de pensar, cada imagen que me asalta la visión enardece una prisión en el pecho colapsada ya de reos sentimientos. Siento ese dolor, ya no solamente en mi cabeza, ya no solamente en mis pensamientos. Ya no solamente en mis emociones, sino que ahora era físico. Y no me refiero a la manifestación de los sentimientos en forma de llanto o risa, sino dolor de verdad. Sentía que el corazón bombeaba como si de su vida dependiese. Y una tras otra las imágenes que me atormentan vuelven a presentarse ante mí, como si de una situación de burla por deshonra se tratara. No podía evitarlo, me amarga. Ahora me duele. Y otra escena más. Y ¡ya basta!… Mis lágrimas brotaron como caudales de una presa. Fuertes, certeras, coordinadas. Hermosas. Allí estaban ellas saciando mi pena. Liberándome de las imágenes de amargura. Llevándose con su caudaloso pasar el dolor de pecho y el tormento físico. Y perdí el equilibrio. Por fin tocaba la gravilla. Esa gravilla hermosa y blanda, brillante ahora por los ríos tormentosos de la libertad. De repente irrumpía uno que otro ahogo y espasmo del torso. Así era todo. Triste a los ojos de cualquiera. Felices en mi más profundo yo. Porque no hay que obviar los sentimientos, no hay que reprimir las emociones. Cuando se guardan, siempre son como el cachorro tierno que obligaste a estar en una jaula de 2×2, que luego de un tiempo determinado, comienza a manifestarse en actos de creciente violencia, la que poco a poco, termina por robarse su identidad y tomando parte de la realidad, borrando el bello recuerdo de lo que algún día fue. Por ello sonreí. Por ello tomé el impulso para dejar que salga todo. Ya no importa nada. Las imágenes se van, cada vez pasan más rápido, casi ni logro distinguirlas!. Los espasmos son más seguidos pero que importa!, no quiero ser el perro rabioso o violento que condicionaste a estar por muchos años (sino toda su vida) sometido al yugo de la violencia. Solo quiero descansar.

No sé cuánto tiempo me tome los ojos con una mano y me apoyaba en la otra. No sé cuántas veces me tapé los ojos con las dos manos. Tampoco cuanta gente me vio en tal patética e infantil escena. Sin embargo, cuando ya me comencé a recobrar, me comencé a sentir mejor. Es como si hubiese descansado bajo la sombra de un árbol tras una larga caminata por el desierto. Casi como si mi sed fuera saciada con extractos de las más ricas y refrescantes frutas naturales. Oh!, cuán tranquilo y libre de ese demonio me encontraba. Al menos ahora, este instante fue paz. Por fin paz y tranquilidad. Como si se detuviese el tiempo, y la noche se vuelva día. Como si miles de aves volaran en un bello atardecer de Chiloé en el mar. Ya no seguiría el camino oscuro del frente. Prefiero doblar unas cuadras y caminar por alguna calle más iluminada y transitada, y aunque aquello no me otorgue tanta seguridad, al menos sabía que estaba mucho más lejos del peligro, del foso negro que se tragaba los árboles, la gravilla y la luz. Sería un camino más largo. Pero ahora estaba tranquilo conmigo mismo. Ahora podía dejar de ser hipócrita y caerme bien por ello. Podía dejar de intentar creerme y convencerme intuyendo la falsedad del asunto. Ahora podía dialogar. Ahora me faltarían cuadras por recorrer para llegar a casa. Que la noche se extienda. Ya no tengo miedo. No por hoy, ese si que era un buen comienzo.

Pero la madurez, la superación no se resuelve en un solo acto. De la misma forma que no se obtiene un bello rosal en un instante, se requiere ser parte de un proceso, de un largo camino que se transita. No sirve de nada llegar a la meta sin haber aprendido los saltos, las dificultades, los hoyos en el camino. La cerca, los prados y más allá, las montañas ancestrales envueltas por un bello cielo. Hay que vivir las experiencias. Hay que sentir las experiencias. Hay que vivir los detalles, los olores de los distintos pastos y arbustos. Saltar las distintas piedras y tropezar con distintos agujeros del camino. Allí recién puedes decir que has superado una etapa. Un problema. Una traba. Todo eso lo sabía en ese instante, casi por instinto, cuando con los ojos hinchados y rojos, sonreía tiernamente ante cualquier situación que me inspirara belleza. Quizás sea que de la misma tristeza surge el amor. La belleza de las cosas y el caos del mundo se vuelva tan bello y difícil de comprender, pero tan excitante y deseable a la vez.

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