Los chicos disfrutaban de un descanso
el domingo por la tarde.
La semana de instituto había sido
exhaustiva, pues los exámenes de evaluación se convocaron por
sorpresa y los chicos estuvieron estudiando sin descanso hasta largas
horas de la madrugada.
Ezequiel, el más curioso de ellos, fue
el que habló primero del asunto.
-Estaba en mi dormitorio sentado frente
al pupitre, únicamente iluminado por la luz del flexo de aluminio,
cuando cerré el libro de ciencias naturales.
Eran las tres, pasada la media noche y
me dirigí a la ventana para despejarme con un poco de aire fresco
nocturno, antes de irme a dormir.
Descorrí las cortinas y abatí los
cristales vidrio ámbar para deleitarme con la fragancia de los
arbustos que cubren la loma del primer campamento. El cielo estaba
raso y la luna en cuarto menguante iluminaba junto con las estrellas
el silencioso y oscuro bosque de chaparros que se pierde colina
arriba.
Según inspiraba y volvía a la
realidad después del prolongado abotargamiento intelectual, me fui
percatando de un sonido peculiar. Al principio no le preste atención,
pero según mis sentidos iban reviviendo, comprendí que la luz de mi
habitación había llamado la atención de algo que avanzaba entre
los matorrales lejanos en mi dirección.
Un gemidito lastimero, se hacía eco
entre las hojas secas que se removían en la noche al compás de los
pasos de aquello.
Al principio lo relacioné con que
posiblemente se tratara de un gatito, que hambriento vagaba por el
monte desconsoladamente en busca de algún despojo. Y creyendo que la
luminosidad de mi dormitorio lo pudiera atraer, me gire dejando la
ventana abierta para apagar la lámpara del escritorio.
Una luz tenue se coló por el umbral de
la ventana, un rayo de luz lunar remarcó cada rincón de la
habitación, y mis ojos se hicieron a la oscuridad. De modo que volví
a la ventana para echar un último vistazo al impresionante paisaje
nocturno, antes de irme a dormir.
Lo que vi allí, en medio del claro,
a menos de cien pasos de mi casa, me dejó petrificado.
-¡No hables mas del asunto! – le
increpó Donovan – ¡No quiero que lo volváis a mencionar en mi
presencia!
Atacado por un frenesí, el joven
Donovan se alejó del claro del bosque de chaparros, a toda prisa,
dejando atrás a sus compañeros de colegio, en su paseo del
atardecer en el monte, cerca del tercer campamento.
-Olvidadle, es un histérico –
apostilló Nikol, pretendiendo restar trascendencia al asunto, pues
ellos se referían a aquello como el asunto.
-No sé si deberíamos hacer algo al
respecto – añadió Silverio, intentando en vano controlar un
retemblor de manos, que ocultó guardándolas en sus bolsillos.
Ezequiel se detuvo junto a una roca
gris y redondeada, para sentarse sobre ella. El grupo de amigos
imitaron al líder del grupo y formaron un corrillo alrededor de
este.
-Todos los que estamos aquí lo hemos
visto, y no somos los únicos, pero nadie se atreve a admitirlo. Y
eso no es bueno para nadie – anunció el chico.
-Mi hermano mayor encontró el diario
en la caseta del jardinero de los pinos.
-Sí, Silverio, y que semejante
tormento los deje indiferentes, a todos los de este pueblo, me
preocupa.
Simona, que había permanecido en
silencio hasta el momento, decidió intervenir.
– ¿Realmente crees que podemos cambiar
las cosas?
-¿Tan frágil es tu memoria? Yo aún
no he olvidado, y pienso mantener la promesa – sentenció Ezequiel.
-La desaparición de María no caerá
en el olvido como sucedió con los demás – advirtió Silverio a la
vez que palidecía y tragaba saliva.
-En el viejo diario se encuentra la
clave – afirmó Nikol -. En el fragmento de su agonía.
– “He
vuelto a despertar en mitad de la noche, lucido una vez más. La
nitidez de la realidad me aterroriza, pero ellos no pueden
comprenderlo, no están preparados y en todo caso carecen de mi
fortaleza para admitir semejante monstruosidad. Quizás debería
dejar de dormir, al menos durante un tiempo, de soñar y así no
volvería a sentirlo, pues estoy demasiado cerca de las alargadas
sombras de la demencia.
Sí, debo encontrar un lugar seguro, un
lugar alejado donde dar descanso a mi alma atormentada. Un bunker de
soledad donde pueda olvidar y alejarme de mi mismo…….
“Han pasado semanas, meses o no sé
cuánto tiempo. Siento mejoría, la intensidad de la realidad me ha
envuelto por completo, como una segunda piel, y ya no siento el
dolor, sí, ahora es posible que incluso me convierta en el adalid
secreto de la humanidad.”
-La clave está ante nuestros ojos,
pero aún nos queda el largo camino de descifrar su contenido –
advirtió Simona.
-Paciencia, ya estamos tras la pista.
En estos últimos días he recopilado una lista con las
desapariciones de mascotas y la he relacionado, de manera que el
patrón se repite intermitentemente – explicaba Ezequiel -. Sin duda,
aquellos parroquianos que pierden de forma extraña e inexplicable a
sus perros o gatos de compañía, al poco aparecen los restos de sus
ropas desgajadas y ensangrentadas en sus propios dormitorios, y de
ellos jamás se vuelve a saber.
Un silencio incomodo hizo mella en los
reunidos. El atardecer del prematuro verano tocaba a su fin y las
tonalidades anaranjadas se transparentaban entre la espesura.
Con voz lastimera y ahogada, Silverio
hizo una advertencia:
-Ezequiel, sé que te ha visto. Te ha visto
y se ha fijado en ti.
—————
Ezequiel se despertó en mitad de la
noche, empapado en un sudor frío. Debían ser las tres más allá
de la media noche.
Desde que volvió del paseo con sus
amigos, se había sentido raro e incómodo, como si fuera a ponerse
enfermo de un momento a otro. Después de cenar se marchó a dormir,
pero le costó conciliar el sueño.
Ahora, empezaba a recordar parte de la
espiral de pesadillas en las que se había visto atrapado en la
oscuridad de la noche.
Reclinado contra el cabecero de su
cama, se enjugaba la frente húmeda con el filo de las sábanas
mientras recordaba con somnolencia un fragmento de pesadilla en el
que su anciana madre le contaba:
-Hijo mío, no encuentro por ningún
lado a nuestro adorable Wolfy. Creo que salió detrás de ti cuando
cruzaste la cancela para ir a dar ese paseo con tus amigos.
¿Recuerdas si te siguió, hijo mío? Lo que no comprendo es por qué
he encontrado su collar roído en el sótano. El perro no apareció.
Ezequiel, respirando profundamente el
frescor de la brisa nocturna que atravesaba la ventana, recapacitó
horrorizado, advirtiendo que no se trataba de una alucinación
hipnopómpica.
La extraña ebriedad que lo había
envuelto al atardecer, ahora se estaba disolviendo rápidamente,
comprendiendo que un estado de enajenación mental anormal, lo había
arrastrado hasta allí, hasta su habitación, en la que estaba
acostado, sin haberse alarmado cuando su madre, a la hora de cenar le
anunció que Wolfy había desaparecido.
¿Pero por qué estaba la ventana
abierta?
Un temblor espasmódico e irrefrenable,
le sacudió el cuerpo. Las hojas de cristal color ámbar reverberaban
como diminutas estrellas hechas añicos, esparcidas sobre la alfombra
y la superficie del escritorio. Y al fondo, contra el marco de la
ventana reventada, se recortaba la silueta de aquello.
El tartamudeo de Ezequiel, presa del
pánico, se mezcló con el gemidito lastimero que brotaba de la
garganta descarnada de aquella figura humanoide que se acercaba a su
cuello muy lentamente, en la más absoluta quietud de la noche.
Oscuridad, más oscuridad, y la noche
se hizo eterna………
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