El Bosque de Cuernos Danzantes

Capítulo V

El bosque de cuernos danzantes

Entre los grandes troncos milenales, cubiertos por el musgo verde, manto de nueva vida, troncos que se extienden hasta lo alto tocando las nubes, almas de madera que susurran las leyendas y hablan con el viento; inmensas columnas cafés que inertes cantan sobre la historia, odas del tiempo… aquellos troncos que los Initum honraron. Un sonido retumba desde las raíces, como el parche de un tambor, como el rugir de una bestia, como el latir de un corazón. Acompañado del viento que consigo, el continuo shofar satinado se hace presente en sutil terciopelo, y las ramas, plantas y flores murmuran la vibración de las cuerdas del kinnor. Los Silvacornibus, están danzando.

Alrededor de la hoguera, eterna combustión, psique del mundo; los faunos se mueven, saltan y ríen… viven. Con sus cuerpos desnudos, cabello rojizo y astas de hueso; apariencia que no ha cambiado en siglos, la misma que la de los primeros. Sobre la tierra y el césped, sobre las rocas cubiertas de musgo, sobre los troncos caídos cubiertos de hongos, al ritmo de los tambores, estremeciendo el centro de la tierra, con las flautas de pan colgando del cuello, resoplan y gritan al aire. Viven.

Los colibríes bailan en el aire, y se quedan estáticos por momentos, van de flor en flor acompañados por las abejas. Y los zorros persiguen a las mariposas que revolotean por sobre la hierba crecida, y los escarabajos y las luciérnagas, las arañas y los carpinteros, y los faunos del bosque…. Terracor, el bosque caducifolio de los cuernos danzantes. Donde las coníferas sostienen en lo alto, santuarios personales, hogares y capillas, abadías religiosas. Donde puentes colgantes se extienden por las alturas conectando unos con otros, y escaleras de cuerda caen hasta la superficie, como único medio para ascender a la intrínseca red de maderos clavados y cuerdas roídas. Y entre las ramas, los búhos vigilan los alrededores; compañeros de guerra y amigos de vida. Y donde el centro guarda en su interior el interminable lago de agua verde azul, vida submarina y rocoso fondo. Con montañas escarpadas alfombradas de verde rodeándole y salvaguardando su etérea magia. Y una única escalera de madera que permite el acceso a sus aguas por un pequeño muelle desgastado, donde a uno de sus postes, la cuerda húmeda de un bote a remo flota esperando su regreso.

El día poco a poco se va tornando oscuro con los fríos vientos del norte que arrastran las grises nubes. Pequeñas gotas descienden; petricor en la atmósfera. La precipitación azota la pradera; la tierra se moja, de las hojas las gotas se deslizan, los conejos se ocultan en sus madrigueras y las aves se cubren en los huecos de los árboles. La música jamás calla. En los hogares el fuego se enciende, centelleantes luces de los pinos. Las astas comienzan el ritual. Todos en marcha a las aguas del centro, al aire la voz en tenue cantar, con las antorchas ardiendo y los cuerpos pintados en corrida pintura. Los tambores resuenan, el shofar al viento y las gotas cayendo. Cenizas y pétalos son arrojados al lago… las almas y los cuerpos. El canto espectral de las astas opaca al tronar del cielo que acompaña con destellos eléctricos el bramar de su fuego.

La marcha da inicio. A la guerra por la paz después del homenaje sus muertos. Las astas, las alas y las colas visten el metal forjado y atienden al llamado. La guerra se ha declarado…

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