La fiesta en la casa de los amigos de su prima Susy no era muy diferente a cualquier otra de Pablo Podestá. El piso de cemento y las paredes sin revocar eran el entorno habitual para los bailes del barrio, y parecían ser el maridaje perfecto para las cumbias que reventaban los parlantes y el calor del verano. Ceci estaba medio intranquila esa noche, un poco porque sabía que estaba de visitante ya que ella era de Loma Hermosa, y otro poco porque todavía no había podido entrar en ambiente. Este último problema desapareció con la primera seca de paraguayo que le dio la Susy: -tomá, bajalo con birra- le dijo mientras le pasaba una botella fría de La Diosa -y pasame la tuquita que está bien piola. Como siempre, al toque entró en calor la Susy, y empezó a moverse al ritmo de Como me excitas de Flor de Piedra con un pibe que no conocía. Ceci empezó a dar vueltas por la casa de la fiesta, tratando de consumir todo lo que se ofreciera gratis. Cuando pegó la vuelta entera se dio cuenta de que no conocía a nadie.
Ceci no era una piba grande, pero estando en el último año de la secundaria se sentía más que experimentada en los bailes. Había girado desde los 14 por cuanta fiesta hubo en su barrio y en los alrededores, y era raro que no encontrara gente conocida, para bien o para mal. Más de una vez había terminado agarrándose de las mechas con pibitas que la acusaban de sacarles el novio, por lo que últimamente no salía mucho más allá de la frontera imaginaria que separaba Loma Hermosa del resto del universo. Aun así, ella consideraba que conocía a mucha gente, aunque no había ninguna cara conocida en el baile.
Cuando trató de encontrar a la Susy empezó a preocuparse de verdad. No la encontró en la “pista de baile” que había en el garaje de la casa y se le ocurrió que quizás estuviera en el baño. Se adentró entre la gente que bailaba y se le antojó algo extraño el olor que despedían, era como ropa húmeda y un dejo de podredumbre, parecido al olor que el cercano arroyo Morón daba al barrio los días de verano.
Ceci avanzó a los tumbos, empujando a la gente y cuando llego al baño lo encontró vacío. Un repentino temor la inundó y sintió como si un puño fantasmal le apretujara el corazón, haciendo que las piernas se le aflojaran y tuvieraque sentarse en el piso. En los parlantes sonaban Los Charros y la música se sentía como algo ajeno y alejado, como si estuviera en una habitación lejana y los sonidos llegaran a través de la puerta cerrada. Cecilia miró a la gente que estaba en la fiesta y lo que vio le heló aún más la sangre: la música sonaba, pero nadie bailaba.
Todo el mundo parecía mirarla con ojos apagados, carentes de alma, vidriosos y amarillos, fijos en ella, expectantes. Tenían la piel algo pálida y su ropa parecía moderna, pero al mismo raída y descolorida, como si fuera vieja. Una chica empezó a moverse hacia Cecilia con movimientos entrecortados y robóticos, como si tuviera que pensar cómo es caminar normalmente. Comenzó a acercarce con la cabeza tirada hacia adelante, el pelo negro tapándole la cara, doblado el torso en la cintura y los brazos tirados a los costados, casi tocando el piso con las manos, acercándose más y más adonde estaba ella, que seguía en el piso como hipnotizada por la situación.
Cecilia sintió que unas manos tiraban de ella hacia una habitación oscura y escuchó cómo se cerraba con llave la puerta de atrás. Entre susurros escuchó que la Susy le decía con voz entrecortada – Quedate callada. No hagas ruido-. Con los brazos hacia adelante buscó en la oscuridad hasta que logró encontrar a su prima. Las manos de Cecilia tocaron su cara y adivinaron las lágrimas que la mojaban y, moviéndose hacia ella, la abrazo. Cuando apoyó los brazos alrededor de su cuello sintió un líquido tibio y pegajoso que bajaba desde un lado hacia el piso, empapando el top que se había puesto la Susy. — ¿Qué carajo es eso? — preguntó Ceci — ¡¿Qué te pasó?!-. Empujándola, Susy le respondió -uno de estos hijos de puta fue. Estábamos arrancando allá afuera y me dijo que vayamos a la pieza. Yo pensé que íbamos a coger, pero el forro me mordió el cuello. — dijo tratando de no subir el tono de voz -lo empujé, se tropezó con la cama y se cayó. Está ahí en la esquina-.
Los ojos de Cecilia se estaban acomodando a la oscuridad y en la esquina más alejada de la habitación adivinó un bulto. En ese momento, lo que sea que fuera que había mordido a la Susy, abrió los ojos y sonrió. Unos ojos amarillos y una boca llena de dientes puntiagudos parecieron flotar en el medio de la oscuridad, moviéndose entrecortadamente hacia ellas. Cecilia y Susy gritaron tan fuerte como pudieron, pero la cumbia tapó todo.
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