Con temor cerró la puerta de su apartamento y rápidamente oprimió el botón rojo que brillaba encendido en la oscuridad. Aceleró sus pasos para llegar lo antes posible al ascensor, “oh, ese ascensor” pensaba Julián mientras se acercaba a él, esa caja de acero en la que no confiaba ni siquiera un poco, muchas veces lo había hecho pasar momentos horribles. Al acercarse observó aquel botón descolorido y gastado del viejo aparato, que ya no encendía ni una luz cuando se lo presionaba para llamarlo y el marcador de los pisos que deba también en silencio sin cumplir su única función. Julián maldecía haber olvidado nuevamente sacar la basura y aferrado de la bolsa negra mal oliente esperaba. Hacía ya dos meses que no había un portero en el edificio y los propietarios habían tenido que ocuparse de las cosas básicas, como la limpieza de sus propios pisos y aquel tema de la basura que tanto lo fastidiaba. Pero ¿Qué más podía hacer? Era el único alquiler que podía pagar en los suburbios de su ciudad con el trabajo que tenía, aunque si ser cajero en Mc Donald se consideraba realmente un trabajo. El edificio era muy viejo y hacía notar su veteranía, entonces como es de imaginarse su tecnología era igual, y ese ascensor al que se estaba por subir, había sufrido muchos accidentes a lo largo de su vida operativa. Tenía arreglos por donde fuese que se lo mirase y para ser sinceros, no generaba ningún tipo de seguridad alguna.

A lo lejos desde abajo se lo oía subir quejándose piso a piso, como un anciano cuando sufre de sus huesos y siente que no lo va a soportar más. Con estrepitoso freno en el piso 11, el ascensor se detuvo frente a las narices de Julián, que mientras esperaba ya había presionado el botón rojo varias veces para no quedar invadido por la oscuridad. Aquel muchacho observaba con un extraño miedo al cacharro que se había detenido frente a él. Con una luz muy tenue iluminaba su precario interior, el viejo ascensor esperaba ser montado para seguir su fastidiosa y aburrida rutina desde el piso número 11. Abriendo la puerta de madera, que tenía rastros de niños y adolescentes, que habían escrito incontables grafitis en su maltrecha piel, se abrió paso hacia el interior de esa vieja porquería elevadora, corriendo por último la segunda puerta que todo ascensor posee. Esta, mucho más golpeada por los años, no se plegaba tan fácilmente como lo debía hacer una de esas puertas de mayas enrejadas, si no que por el contrario se trababa en cada pliegue. Julián ya se había acostumbrado a estas falencias, aunque no del todo a viajar en aquella máquina. A pesar de que vivía en aquel edificio hacía ya un año y algunos meses, aquel aparato lo incomodaba demasiado y no era porque fuese reducido, pues solo tenía capacidad para dos personas, ni tampoco el traqueteo en su andar, había algo en ese elevador que no le gustaba.

Sostenía firmemente su bolsa negra de basura, mientras que con su mano izquierda presionaba el botón de Planta Baja en el maltratado tablero antiguo que tenía en su interior. En el descenso, más allá de su característico traqueteo, Julián podía observar el espejo astillado por quien sabe que borracho o loco, aunque también existía la posibilidad de que hubiera sido un accidente, quién sabia. La luz del elevador era intermitente por momentos y no sería la primera vez que lo dejase en penumbras hasta que llegase a la Planta Baja, aunque eso no sucedió Julián, al igual que otras veces sentía una inmensa incomodidad. Eran muchos los accidentes ocurridos allí, incluso algunos propietarios creían que tenía algo maligno, pues ya habían sido treinta y seis los muertos y casi cien personas las que habían salido heridas de allí, un numero realmente espantoso si se lo piensa para un edificio de 12 pisos con cinco apartamentos en cada uno. Incluso en una época, Julián había oído que lo clausuraron no solo por ser un peligro, si no que su motor había llegado a su final de vida útil, por lo que se había decidido instalar uno completamente nuevo para poder aprovechar la situación. Como es de imaginarse, en un edificio que no puede mantener a un portero, menos podría anotarse un ascensor nuevo en la lista de necesidades, y aunque muchos decían que finalmente se instalaría, nunca dejo de ser más que un sueño. Aunque siguió clausurado, la gente es imprudente y no mide las consecuencias, un ascensor que se había desplomado cientos de veces y era considerado un peligro, pronto pasó a estar operativo nuevamente con unos cuantos ajustes solamente. Pero todo esto no era lo que lo preocupaba, había algo más, aunque no sabía bien que era, Julián sentía algo realmente malo en ese elevador, una presencia sobrenatural la llamaba él. Entre el traqueteo del aparato y su interior desagradable, pensando estas cosas no se dio cuenta que ya había llegado a la Planta Baja. Y lo curioso de aquel ascensor, como para agregarle algo más a la lista, era que frenaba súbitamente en los pisos superiores, pero cuando llegaba a la Planta Baja este frenaba sutilmente.

Con un paso más perezoso que tranquilo, Julián llevaba la bolsa de basura en su mano derecha. Aunque no era muy pesada, sostenerla por ese tiempo provocó que se le entumeciera el brazo, por lo que cambio de mano al instante. Abrió la puerta del edificio y colocó la bolsa negra en el cesto rápidamente, Julián había salido de su casa en shorts y solo una remera, sin pensar que en el exterior ya era de noche y estaba en invierno, por lo que sintió una brisa realmente fría que le helaron los huesos. Haciendo esto prácticamente corriendo, se metió al instante en el edificio y cerró la puerta con llave nuevamente. Al ingresar sintió el mismo frio que había sentido afuera, pero este era diferente, pues era un poco más seco. Le pareció muy extraño, por lo que se dedicó a revisar bien a puerta de entrada, pero para su sorpresa, no había indicios de que ese frio proviniera de allí. Sin darle mucha importancia se dirigió nuevamente hacia la puerta de aquel ascensor que tantas inquietudes le causaba. Para su sobresalto había alguien esperando el cacharro “¿Quién sería? Se preguntó, pues no había visto entrar a nadie y menos a una niña como la que estaba viendo. Tendría aproximadamente diez años, una campera con su capucha puesta completamente negra, dejando ver solamente la mitad de su rostro. De tez blanca, delgada y con una pollera azul Francia y unos zapatitos negros con medias blancas, se mantenía inmóvil frente a la puerta del ascensor. Julián se situó detrás de ella hacia su derecha. La miraba una y otra vez, pero no conseguía ver su rostro aunque se esforzara al máximo. Ya se había olvidado del frio que hacía en aquel lugar, pues la pequeña se había robado toda su atención. Así es que como por arte de magia, cuando menos lo esperaba el elevador estaba frente a sus ojos. Julián abrió las puertas y entró, luego lo siguió la niña que no pronunciaba ni una sola palabra.

– ¿hacia qué piso te diriges? – dijo tranquilamente Julián.

– 11 – contestó la niña con una voz apacible y dulce.

La miró, pero ella no lo observaba. En el 11 más allá de él, Vivian una pareja de ancianos, don Antonio, Roxana, una joven que parecía estar interesada en Julián, pues casa vez que se presentaba una oportunidad, siempre era una buena excusa para acudir a él. Y por último estaba el apartamento abandonado del fondo del pasillo.

– ¿11? ¿Estas segura? – Re – pregunto Julián.

– ¡si! – le dijo la niña sonriendo y esta vez sí mostrando su carita angelical.

Eso lo tranquilizó, quizás la niña fuese la nieta de algunos de los ancianos de piso o tal vez la sobrina de Roxana o por qué no, la hija. Al ver sus enormes ojos color café, esa tez tan blanca y lisa que parecía de porcelana, y su sonrisa tan radiante que hizo que aquel lugar no fuera tan desagradable, Julián pudo respirar. Ni siquiera el traqueteo del cacharro le molestaba o que aun sintiera un frio enorme, pues ya debería ser un problema suyo, cuando había bajado no había sentido semejante cosa. De pronto subiendo hacia el piso 9, la luz del ascensor empieza nuevamente a prenderse y apagarse.

– no te preocupes, esto pasa siempre – dijo Julián a la niña que miraba hacia abajo.

– el que debería preocuparse eres tu – dijo la niña con una voz demasiado gruesa.

La luz se apagó completamente y el elevador se detuvo entre el piso 9 y 10, el frio en aquel lugar aumento de un momento a otro y mientras buscaba su celular Julián temblaba descontroladamente. No sabía si era por el miedo o por el frio que sentía, pero de lo que estaba seguro era que esa niña tenía algo. En el otro extremo del aparato se encontraba la pequeña mirando hacia abajo, Julián se acercó poco a poco, quizás él había inventado toda esa historia en su cabeza y la niña no tenía nada en verdad, aunque lamentablemente para él no se equivocaba. En un determinado momento de su acercamiento, notó que la niña no tenía sus pies en el suelo, si no que se encontraba flotando a pocos centímetros del piso. Muy lento la niña comenzó a levantar su cabeza en dirección a Julián. Ya se habían borrado el rostro angelical que había visto hacia solo unos instantes, pues lo que veía ahora entre penumbras con la luz de su celular, era algo totalmente aterrador. Los ojos café de aquella niña se habían transformado en dos agujeros negros sin fin alguno, parecía ser que aquellos enormes ojos se los hubieran arrancado y hubiese quedado la nada misma. Por sus mejillas grises corrían lo que parecían ser lágrimas completamente negras igual de oscuras que sus ojos. Y la sonrisa “¡oh, por dios!” pensaba Julián, esa sonrisa que poseía ahora era macabra y siniestra, con su pequeña cabecita torcida hacia el lado izquierdo de su hombro, algo estaba realmente mal. Pronto la luz comenzó nuevamente a encenderse y apagarse, el ascensor comenzó a caer. La desesperación de Julián comenzó a invadir todo su cuerpo, mientras la niña reía y reía, se la escuchaba con una risa demasiado grave. Apretaba todos los botones del cacharro, pero nada funcionaba. Su agitación era extrema y su corazón parecía que se pudiese haberle salido en cualquier instante. Las luces parecían haber enloquecido, el traqueteo del ascensor se hacía sentir mucho más rápido de lo habitual, el sonido de la risa macabra de la “niña” y la fuerza de la gravedad del ascensor durante la caída, llevaban a Julián a la locura y ya no aguantaba más, pues ¿Quién soportaría tanta desesperación en semejante escenario? Llorando y repitiéndose que no quería morir, se hizo un bollo en el suelo del elevador y solo espero lo peor, mientras gritaba a todo pulmón por su vida.

Las luces se encendieron con su habitual pereza, el ascensor se detuvo suavemente y todo quedo en calma. Mientras tanto Julián quedo tendido en el suelo del ascensor, aunque al parecer todo había pasado. La puerta del cacharro es abierta por alguien desde la Planta Baja.

– Julián ¿Qué haces allí? ¿Estás bien?

– Don Antonio, yo…creo que si – dijo reincorporándose.

– ¿estás seguro?

– si ¿usted que hace por aquí señor? Lo hacía descansando – aun no podía creer que estuviese vivo ¿había sido un sueño?

– mi cabeza no anda muy bien cómo te imaginaras y bueno, vine a sacar la basura y luego fui a el mercado por leche – contestó el anciano enseñándole la bolsa con leche y galletas – ¿te ha ocurrido lo mismo?

– pues si – dijo Julián sonriendo, sabiendo que el anciano quería desviar la conversación tan incómoda.

– ¿subes?

– oh, no. Creo que tomaré un poco de aire, gracias.

Salió rápidamente del ascensor dándole lugar a Don Antonio para que fuera a su hogar, aunque él vivía en el mismo piso decidió irse por las escaleras. La oscuridad aun lo seguía asustando, pero le tuvo más terror al ascensor desde aquel día.

Gastón Gurrea

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS