El artificio y el origen del ansia.

El artificio y el origen del ansia.

Crichi

04/03/2025

El ansia irrumpió en el ensayo diario de una obra que suele definirse con la palabra cotidianidad.

Ese llamado venía desde lo más profundo, detrás del oprobio y la moralidad. Era como el natural, o tal vez impuesto. Imposible distinguir. Incluso, su fuerza era superior al de los demás.

Intentó seguir en el rol. Su papel tenía mucho de real, salvo cuando intentaba ignorar que sentía la llamada.

Suspiró y continuó. Aún no podía caer ante el ritual disfrazado de arrebato.

Sus amistades lo trajeron de regreso a la otra imposición, empapada de él, la que había aceptado.

—¿Vas a venir a jugar? —preguntó Matías.

—Sí, obvio. Hace mucho que no juego a la pelota.

Se organizó un partido improvisado, algo casi imposible de lograr con su grupo de amigos. Llegaron a las canchas de fútbol 5 de Ramón Falcón y se dividieron en dos equipos. Jugó con sus compañeros de toda la vida. La cancha era chica y de un cemento tan duro que la sola idea de ir al piso era un acto temerario.

A pesar de las dimensiones, el partido exigió un rigor físico que su equipo no pudo sostener. Perdieron por goleada, de esas en las que ya no se cuentan los goles.

Cuando el encargado señaló la hora, fue un alivio.

—No puedo ser un exjugador con 22 años —dijo Nicolás, mientras esperaba en la barra para comprar un Gatorade.

Se limitó a asentir. Matías, en cambio, afirmó que debían jugar más seguido para ganar ritmo. Siempre llegaban a la misma conclusión, pero jamás lo hacían.

—¿Cómo viene la facu? —preguntó Lautaro. Era miembro del equipo rival y tenía la deferencia de no hablar de la goleada.

—Bien, la semana que viene hay parcial. Cuando llegue a casa me pongo a estudiar.

Estudiaba administración de empresas. No era su pasión. A él le encantaba tocar la guitarra y lo hacía en la banda que tenía con sus amigos. Tocaban de vez en cuando en bares y en fiestas familiares. Se anotó en la carrera por recomendación del viejo. No le gustaba, pero tampoco la sufría.

Los amigos se despidieron y tomó Olivera hasta la arteria principal del barrio: Rivadavia. Vivía en un edificio en la esquina. Antes de entrar, compró un alfajor en el kiosco de al lado. No le importó que el calor abrasante de febrero pudiera haberlo derretido.

Apenas cruzó la puerta de su casa, su padre lo saludó, seguido de su madre.

—¿Cómo estuvo? —preguntó su viejo.

—Nos golearon.

—Otra vez, qué muertos —dijo su madre entre risas.

Rió con ella. Aquel había sido un típico domingo: se levantó a las 11, estudió un par de horas para el parcial, almorzó fideos con estofado y se fue a jugar un fútbol 5 con sus amigos para cortar un poco la monotonía.

—Tu mamá y yo estuvimos hablando con Pablo. Necesita a alguien para un puesto contable en su empresa.

—No estaría mal ganar unos pesos. ¿Puedo hablar con él?

La idea de ser empleado administrativo no lo fascinaba, pero quería ahorrar plata para tener un poco más de independencia y eventualmente mudarse. No se llevaba mal con sus viejos, pero necesitaba su espacio.

Se fue a su cuarto y agarró la guitarra. Su banda hacía covers. La semana siguiente iban a tocar en el 15 de la hermana de un amigo del colegio.

Mientras tocaba, la sintió otra vez. Solo se había adormecido un rato, pero cuando volvía era ineludible. Dilatarla solo hacía que el atracón fuera peor.

El calor le recorrió el cuerpo. La fijación en el objeto se apoderó de su mente. Su voluntad lo buscaba desesperadamente, o había desaparecido del todo, dejando paso al hambre voraz.  Las paredes empezaban a derretirse. Ya no sabía dónde estaba.

Por un momento, parecía estar en un lugar lleno de luces, donde la algarabía se mezclaba con la desesperación. Después, en otros más lúgubres, donde iba a dejar entrar la oscuridad dentro de sí. Y de repente, todo se volvía claro. Iniciaba los procedimientos, realizados de forma tan frenética que parecían inconscientes, poco pensados, pero lo fueron.

El ansia actuó para llegar hasta el momento apoteósico que da por terminado ese estado en el que no sabe dónde empieza y termina él mismo.

No  entiende si el tiempo transcurre de forma diluida o si termina de golpe. Pero siempre vuelve así, al plano de la certeza, de los límites claros.

Siente una mezcla de culpa y una profunda confusión, pudiendo solo dar paso a lo que es: un artificio.

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