«Es tan triste el amor a las cosas…»
— J. L. Borges
Amar las cosas es amar lo eterno en lo efímero:
el temblor secreto de un libro abierto,
la obediencia de una llave en la cerradura,
la luz inmóvil que se posa en una copa.
En ellas se guarda el tiempo detenido,
la sombra de lo que ya no somos,
la memoria de gestos borrados por el olvido,
la fidelidad muda que los hombres rara vez sostienen.
Cada objeto es un guardián sin conciencia,
un testigo sin voz,
una reliquia sin plegaria.
Y, sin embargo, su silencio es absoluto.
No devuelven la mirada,
no comprenden la ternura con que las nombro,
ni saben del corazón que las custodia.
Tal vez amamos las cosas porque se parecen a la muerte:
permanecen cuando todo se ha perdido,
nos sobreviven sin recordarnos,
perduran como enigmas en habitaciones vacías.
Quizás por eso es tan triste el amor a las cosas,
las cosas no saben que uno existe…
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