El abedul, la imaginación y el viento

El abedul, la imaginación y el viento

Ivan Arias

04/04/2017

El Abedul, la Imaginación y el Viento

Apareció hace un tiempo, no muy lejano como para ser olvidado, un viejo árbol plantado en la cima de una colina, esta se erguía impone ente y visible desde lejos en la distancia, cualquier criatura que tuviese ojos para apreciar el cielo podía ver al abedul como un símbolo del dominio de la naturaleza y como fuente de orientación para los olvidadizos y los forasteros.

Resultó que un pequeño ratoncillo, empezó a visitar al viejo árbol y sentía un ánimo que le reconfortaba cada vez que caminaba alrededor de este, escabulléndose entre las raíces y trepando por su ancho y fuerte tronco hasta las altas ramas, afinando la vista a la distancia para tratar de sorprender a más ratones para que fueran amigos y a más ratonas para conquistar, pues sentía una soledad que al comienzo fue buena pero con el tiempo le empezó a agobiar y hacer mella en el interior, quería conocer a una en especial que fuese honesta y tan solo se dedicara a roer de las nueces y frutos del campo sin robar , ni siquiera a esos extraños seres que en dos patas caminaban de los que se había escuchado decir allí habitaban, en extrañas casas con alacenas repletas de queso y golosinas.

Siempre olfateaba el aire desde lo alto en las ramas, y esto le producía una inefable sensación de libertad, cerraba los ojos por un momento, mientras sus barbas se quebraban hacía atrás y su hocico apuntaba a las alturas; acudía entonces la imaginación y volando muy arriba empujado por el viento que venía fuerte del noreste, daba rienda suelta a todo lo que sentía y ensimismado sonreía, observaba maravillado que la ratona de sus sueños le acompañaba y que todo era mejor. Partía a otro mundo en donde todo era posible.

Eran entonces sus amigos, el abedul, la imaginación y el viento….

Existían todo tipo de animales y criaturas en la cercanía del árbol de la colina, cada una a su manera, percibía lo que veía a su antojo, todos hablaban del abedul y cada uno según su parecer lanzaba impugnaciones o alabanzas, comentarios de aprobación o miraban a otro lado con indiferencia. El ratoncillo huía desesperado, a toda velocidad ascendía por el árbol muy rápido y esperaba de nuevo a su amigo el aire cerrando los ojos y triste pensaba en porque ninguna otra criatura ni siquiera la ratona de sus sueños se atrevía a apreciar la hermoso en las ramas y la paz que llega en forma de aire como un regalo de las nubes desde el cielo.

Había otros ratones con los que estaba obligado a vivir, pues su sociedad lo incluía de manera forzada a integrar un linaje, uno de ellos, regordete y feo, era el ratón mandamás, uno muy feo por fuera pero mucho más por dentro le oprimía tanto como podía pues veía con asombro como sus palabras ofrecían siempre un tributo a la imaginación, mientras los demás ratones le observaban con la mirada perdida y la boca abierta.

Cada vez que tenía noticias de los discursos de “soñador” como le llamaban cariñosamente los demás sentía Mandamás que le hervía la sangre y se le comprimía el vientre pues en su vida jamás había logrado animar una ratonera de tal forma…

Empezó entonces Mandamás a decidir sobre su vida y a pensar en soñador más que en los demás, exagerando sus quehaceres para que no pudiera imaginar ni soñar, y así no tuviese tanto que contar a los demás ratones que ya de Mandamás no querían oír palabra ni saber noticia o tan siquiera hablar.

Muy triste soñador empezó a intentar huir de la realidad que tenía que vivir, viendo a los demás que vivían a placer y podían subir al abedul o ir a cualquier parte sin tener que acudir a Mandamás.

Hasta que un día una ratona apareció y la poca de imaginación que tenía de colores jamás vistos se llenó, llegó entonces la tristeza nuevamente, pues el regordete ratón que le mandaba, a esa ratona todas sus ansías dirigía, y soñador con la mirada cabizbaja se dio cuenta que todas las ratonas buscaban a un ratón por su posición y cantidad de queso en madriguera, no había una que creyera en sus sueños ni en las creaciones que muy locas en su imaginación existían, pero como lo iban a hacer? Si ninguno había descubierto la magia existente en la cima de un abedul con el rostro en contra viento ya fuera de día o de noche contemplando el firmamento.

Y empezó soñador a soñar aún más con el tiempo, entonces quiso dar inicio a una laboriosa empresa, la de pintar y hacer música, dibujar con líneas de colores que transmitan sensaciones, llevar sentimientos y emociones que hacen palidecer o sonrojar un rostro, todo ello haciendo uso del arte de las letras…

Desconocía Mandamás que soñador crecía cada día mejor en su interior y que sus locas fantasías eran como gasolina que hacían de él un escritor imparable con recurso inagotable en su imaginación desenfrenada, que podía recrear universos locos fueran estos cercanos o distantes, desde una nuez caída en la pradera hasta constelaciones y galaxias que nadie se atrevía ni a mirar.

Y un día en la mañana soñador abrió los ojos fascinado, pues había tenido sueños muy extraños en los que formas de fantasmas de ratones que hace mucho ya no vivían le dijeron encantados que serían ahora sus guías, y que todo lo que escribía sería de mejor calidad si su inspiración era acompañada de aquel viejo abedul en el que esta aventura comenzaba, ahora serían los ratones testigos de un prodigio que nunca antes una ratonera había visto y sin igual.

Pero llegó la tragedia y un rayo con estruendo desde el cielo al viejo abedul quemó, su tronco destrozado, carbonizado desprendido yacía en el suelo y soñador miró sorprendido como aquel amigo murió. Desde entonces la colina poco se veía en la distancia, los olvidadizos y forasteros se perdían con frecuencia pues ya no se distinguía aquel imponente árbol a lo lejos y la amargura de soñador crecía pues no había ningún lugar alto en la pradera en donde hacer contacto con el viento, sólo le quedaba la imaginación y las palabras de Mandamás que cada día era más regordete, más feo, más odioso y delincuente pues robaba el queso a todos sin dudar.

Llegó el momento en que soñador gritó furioso al cielo y se enfrentó a Mandamás, recriminando por sus acciones y palabras le dijo: Eres un gran abusador entre los ratones, no ha salido de mí una mala intención o pensamiento hacía los demás, son mis palabras provenientes del corazón y sólo buscan que los otros conozcan otras formas más avanzadas de pensamiento que les permitan ser felices con muy poco, desconozco la razón por la que lanzas en mi contra improperios y el odio se escurre en lo que dices como la saliva que abunda de tu hocico.

Mandamás enojado y sin poder creerlo gritó enfurecido: Basta ya! Ni aún con elocuencia en las palabras serás superior a mí, yo soy quien manda a los ratones en donde sea que se encuentren y tu castigo será severo por atreverte a hablarme sin permiso.

Soñador respondió: Pues no temo a tus castigos, pues muchos he tenido ya, pero las ganas de una reprenda contigo se quedarán pues renuncio a la paga que con queso tú me das, es esto muy poco y mis intereses sin parar cada día crecen más.

De esta forma soñador se alejó de las praderas y se aventuró a vivir la vida, escribiendo lo que los fantasmas de ratones le dictaban, haciendo posible todo lo que un día consideró imposible y desde aquel entonces siempre que los ratones veían a un viejo árbol o al regordete Mandamás se acordaban de aquel ratón que un día soñó y para todos enloqueció, pues creía en la fantasía, y en la inteligencia de los ruidos que el viento producía, en todo que le susurraban al oído el abedul, la imaginación y el viento…

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