Júpiter era su nombre, por que navegaba lejos, lejos de ella.
Ella le necesitaba, le deseaba, le soñaba cada noche, como una premonición. Las doce am, hora predilecta para amarlo, cerraba su habitación y también los ojos, imaginando su respiración, respirando sus besos, bailando sobre sus pies, susurrándole una canción.
Ese momento en que todos dormían, le permitía viajar y recorrer su cuerpo, pues solo en las noches era su hombre perfecto, aunque no se sintieran, aunque no se escucharan, en los sueños se encontraban y el lo sabía, sabía que Ema era su ninfa.
Cuando llegaba tarde, Ema no le reclamaba, sólo le abrazaba, le hacia volar con sus caricias y despues cuando el sol salía aunque triste parecía, los dos regresaban a sus vidas presentes, a sus rutinas imperfectas, sus siluetas constantes y sus olores predecibles.
Era deprimente estar así, enamorados ambos de una fantasía ¿estaban perdiendo la cordura? ¿Que se puede hacer cuando el dolor de lo incoloro se vierte a fuego lento? ¿Que se siente saber que algo hermoso existe y que no lo puedes tocar con tus manos? ¿Que se siente perder algo, que no se ha ganado?
El infierno se sentía lejos para ambos, cuando el sol salia, después de noches superfluas e inconsientes.
Amores platónicos que se extinguen, sobrevivientes a la monotonia…..
El, ella, los dos saben que un día han de toparse, cruzarse de manos y observarse en tiempos cercanos bajo la toscana de la paella de sus labios.
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