Durmiendo con la muerte

Durmiendo con la muerte

Ana Sanabia

08/08/2020

Gracias por la casa

Te hemos dejado una sorpresa. Espero que te guste

Buen viaje

Hablamos

Raquel odiaba las sorpresas, pero en este caso, como había sido anunciada, ya no lo era, a lo sumo se trataba de una expectativa creada, y estas casi siempre eran causa de decepción. Sacó las llaves del bolso, las del llavero Swarovski, y abrió la puerta. Dejó las maletas en el hall de la entrada, fue directa a su habitación para cambiarse de ropa y así estar cómoda, pero no pasó de la puerta. En el suelo, sobre su alfombra color crema de lana natural, había un hombre. Era un hombre delgado y joven, con el pelo oscuro y corte clásico, facciones afiladas y una mirada que ya no era de este mundo.

Si esta era la sorpresa, desde luego se habían superado. Se acercó al cuerpo y, con cierto escrúpulo, lo empujó con los pies para hacerle rodar fuera de la alfombra hasta el parquet. A pesar de su delgadez le costó moverlo. Es como si toda la carga acumulada durante la vida se desplomase sobre la muerte, pensó.

Miró de nuevo al cadáver sin demasiado interés. Tendría que hacerse muchas preguntas, incluso decidir qué hacer con él, pero estaba agotada, acababa de llegar de viaje, las maletas estaban sin deshacer y a penas había dormido. Pensó que lo mejor sería darse una ducha y ponerse algo cómodo. Consiguió despojarse de parte de su cansancio bajo el chorro de agua caliente. Al terminar, se embadurnó de aceite de almendras y se secó cuidadosamente con la toalla, se puso un camisón de seda con la bata a juego y se dirigió a la cocina para servirse una copa de vino. Sobre la encimera, junto a la máquina de café había una botella de Viña Mein de 2018, un vino joven de la Ribera de Duero que le gustaba mucho. Le acompañaba una nota llena de corazones: gracias por dejarnos disfrutar de tu casa, muchos besos, Alicia y Víctor. Esta sí debía de ser la sorpresa, ¿y el otro? Destapó el corcho y se sirvió una generosa copa; ahora tendría que hacerse cargo del asunto que le esperaba en su habitación.

Con cuidado pasó por encima del cadáver y se recostó en la cama sin llegar a tumbarse, apoyando los codos en el colchón y adquiriendo una postura que le dejaba ver el cuerpo en toda su longitud. La ropa que llevaba puesta estaba bastante cuidada, iba conjuntado. Sus manos eran huesudas y elegantes. Tenía un cadáver delante de sus ojos y era incapaz de pensar en otra cosa que no fuese su aspecto físico.

Rebeca había enviudado hacía un año y cuatro días, motivo por el cual decidió salir de viaje. No quería pasar el mortal aniversario en su casa. Los recuerdos eran dolorosos. Había transitado el último año casi de puntillas, impecablemente vestida y maquillada, con el pelo teñido para esconder sus tempranas canas, discretamente retocada por la cirugía y vacía de vida y de amor, fría como aquel cadáver. Ahora no estaba dispuesta a estropear las cosas, lo máximo que se permitiría sentir sería la incomodidad de aquel momento y pensar en la manera más aséptica de resolverla.

Si llamaba a la policía vendrían en grupo, ocuparían la casa, moverían todo de sitio, dejarían sus sucias pisadas por todas partes y le harían un sinfín de preguntas que, probablemente, no sabría responder. Además, tendría que arreglarse antes de recibirles. Vendría un juez para levantar el cadáver y, tal vez, un forense. Eso les llevaría toda la noche.

Pensó en Alicia y Víctor, ¿sabrían ellos qué hacía ese extraño, muerto en su habitación? Marcó el teléfono de Alicia pero estaba apagado o fuera de cobertura. Llamó por WhatsApp pero la señal era la misma.

En realidad, poco le importaba el motivo por el que ese hombre había decidido morir en su casa, pero le inquietaba la manera en que invadía su espacio, evocando los recuerdos que se había esforzado en enterrar.

No había signos de violencia, la puerta no había sido forzada y todo estaba en su sitio. Con más pereza que curiosidad se levantó y, por primera vez, observó de cerca el cadáver. Del bolsillo del pantalón asomaba algo metálico. Con extremo cuidado sacó unas llaves; era la copia que le había entregado a Alicia, antes de salir de viaje, para que ella y Víctor pasaran unos días en su casa. Y, ahora, no le devolvían la llamada.

¿Tendrían algo que ver sus amigos con la muerte se ese hombre? Fue a la cocina para servirse otra copa de vino, pero decidió llevarse la botella.

Volvió a marcar el teléfono de Alicia, y después el de Víctor, pero ninguno de los dos estaba disponible.

Ali, llama cuando leas el mensaje.

Da igual la hora.

Alterada o asustada. El cansancio, la confusión, el enfado, todo se mezclaba y sentía que iba a perder el control, que se abrirían las compuertas de la memoria y empezaría a recordar el momento en el que, como cada mañana, abrazó a su marido para darle los buenos días y sintió la rigidez y el frío de la muerte.

La incipiente ansiedad se transmutó en un estado de anestesia emocional tras beber la tercera copa de vino casi de un trago. El hombre seguía con los ojos abiertos. Raquel se preguntaba qué habrían visto por última vez y si aún verían algo. Tal vez los ojos eran el verdadero almacén de la memoria. De nuevo, con algo más de confianza, se acercó al cuerpo tendido en el suelo y, con gesto decidido, cerró sus párpados para ayudarle a descansar en paz. Ella también necesitaba descansar; mañana sería otro día y podría tomar decisiones con mayor lucidez. Dormiría en su habitación en compañía de aquel extraño, tal y como un año atrás lo había hecho junto al cadáver de su marido. Sintió una extraña sensación de paz y cayó dormida.

No había pasado ni una hora cuando sonó el teléfono y, sin saber muy bien donde estaba, respondió:

– ¿Hola?

– Soy Ali, es tarde pero me pediste que te llamase. ¿Todo bien?

– Estaba dormida. Te llamo mañana.

– Ok. Le dejé las llaves al portero suplente. Descansa, amore. Mañana hablamos.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS