En el palacio a ciegas, toco los muros alargados de piedra, sellados con pequeñas piedrecillas de cal y canto, formando los muros que en calculo aproximado miden unos cuatro o cinco metros de altura.

-Mi prisión.

Muros enormes la conforman en redondel perfecto, mientras pequeñas velas la alumbran en una diáfana y peculiar luz que no alumbra, solo difumina las sombras que se diluyen con dulce lentitud mientras me observan se contorsionan de nuevo con la oscuridad.

Acostumbrada a su malformación sinfónica , mi mente divaga entre los libros que rodean el interior de mi habitación, entre textos que aun no logro descifrar del todo, las palabras en Arameo y sanscrito quedan grabadas en los muros de este estático lugar, en donde solo el escritorio de madera curtida y las goteras se pasean sin forma en esta mi tumba luminosa, llena de velas y luciérnagas que a veces se pasean entre la soledad de mi fortaleza oscura.

Con la cruz de pie, en lo alto de la cabecera de mi cama y el rosario que me cuelga del cuello, con las manos entintadas, por tanto escribir con pluma fuente, miles de rollos aun enterrados entre las piedras que como lapidas guardan los secretos de este mi monasterio interno.

Solo ese peculiar duende que a veces pretende perturbarme disipa a veces mi tan eufórica labor de traducción, ese duende es un ser de color verde y orejas alargadas, con sombrero de pico y hebilla dorada, con grandes zapatos de cascabeles color negro, nariz enronchado y enrojecidas, me mira con sus ojos amarillo canario, se ríe y me muestra su dientes sucios y amarillentos, mugrosos a veces llenos de tierra, le gusta husmear entre los pocos muebles de mi habitación, me tira mis libros al piso, me dice que le venda mis escritos a cambio de sus doblones de oro persa.

Yo solo lo observo a veces con el rabillo del ojo, pues mi meditación es tan absorta, tan profunda, tan agónica, que ni el me distrae, en esta contemplación profunda de símbolos Gnostic y encíclicas papales extrañas e indescifrables, que ni su mustio aspecto hace que me distraiga un solo momento de mi tan estática labor.

Aun con todas esas farsas de hechicera que inventa, aun con todos sus trucos, no ha podido hasta el día de hoy hacer que yo desista de mi labor, al final de cuentas ya se que todas sus monedas de supuesto oros, son piedras que levanta del camino que con astucia e ilusoria fantasía, quiere que crea que son reales.

Más tanto tiempo aquí, he aprendido a distinguir entre todas las sombras, las que pueden llegar a convencerme de que son reales y cuales no, en fin dejare que siga con su tan peculiar hostigamiento, después de todo, me entretiene.

Copyright. Angeluz Absgael

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