Dos caras de un oasis

Dos caras de un oasis

Carolina Achondo

15/04/2019

I-Génesis

Todo comenzó en una oscilación brutal de señales y mensajes, mi mente yendo a una velocidad luz y mi cuerpo quedando a medio camino de dicho proceso; las palabras salían entrecortadas de mi boca, tartamudeo le llaman, lo que me significó duras burlas, duros procesos mentales, cuerpo y mente totalmente desfasados, un encierro, desee gritar, llorar desde muy temprana edad intentando asi salir del brutal estado de ensimismamiento.

Mi núcleo familiar se reducía a madre, hermana y abuela, mi padre fue ausente, no lo juzgo ni cuestiono, tenía sus razones para no poder hacerse cargo de sus hijas, el que sus comportamientos oscilantes y padecimiento bipolar lograsen superarlo.

Dicen que ese trastorno se hereda, yo solo pude ver en aquellos años cómo crecía con carencias afectivas y con el “no puedes” tatuado en mi pequeña mente infantil; mientras los demás niños jugaban yo escribía o reflexionaba acerca de la vida y de la muerte, aquellos misterios que maravillaban mi ser.

Mi padre falleció en un cruel accidente y con él murió también la imagen paterna que aún habitaba en mí, ese día por medio de un presentimiento supe que su alma ya no volvería, segundos después, en una gélida llamada nos enteramos que había dejado de existir, el miedo nuevamente se hizo presente siendo éste solo el inicio de una serie de pérdidas; de mi padre me quedó un cuaderno con sus escritos y poemas, con ellos comprendí las similitudes en nuestras personalidades.

Estábamos más conectados de lo que pensé, había muerto la persona que comprendía bajo su piel lo que es padecer de soledad, de esa que te carcome el alma, sabía lo que era,la dificultad de expresarse, la culpa constante, el juzgarnos a nosotros mismos duramente, la incapacidad de dominar las emociones, todo eso era yo, el volcán creativo, el ser humano de mirada profunda con dones que no era capaz de vislumbrar. Ya habría tiempo para ello.

II- Caos

Después de la muerte de mi padre, con 9 años de edad, las autoridades de mi colegio decidieron que lo mejor para mí era sin duda, cambiarme del curso en el que estaba, compañera de mi hermana melliza.

El meollo del asunto era que yo no estaba preparada para el cambio, la adaptación no se dió, mi personalidad contradictoria, falencias para comunicarme pasaron factura. Pronto fui creando un escudo para que no me dañasen, tuve mucho miedo, terror, más allá de encajar o no, me paralizaba la mera razón de existir, de tener que hablar y que la veloz tartamudez se apropiase de mis palabras.

Llegué a odiarme, a buscar métodos de supervivencia al punto de comenzar a creer en los dichos y etiquetas ajenas, la culpa pasó a tener un rol importante en mi vida y sinceramente, en aquellos tiempos, era lo que menos me preocupaba.

Carito Carito ¿Qué hacías en tus tiempos de soledad?

Escribir, escribir, como si el mundo estuviera dentro de esa pluma y se plasmase en ese papel, ya no respiraba con mis pulmones, sino que con la tinta y la energía que entregaba en cada verso, lo externo dolía pero pasaba a segundo plano, donde nuevamente la mente veloz se encargaba de plasmar sus mayores inquietudes, deseos muertos, y los anhelos que llevaba por bandera.

No era fácil resistir para ponerme la armadura y vestir el traje de guerrera, tenía que ser fuerte y valiente. Y en aquel entonces aquello me quedaba grande, o así pensaba.

Un día unos compañeros me empezaron a agredir verbal y físicamente en una clase, en ese momento conocí la mezcla de la furia con la tristeza y esa combinación fue letal, tomé una silla y la lancé lejos, tenía que sobrevivir, si bien no quería utilizar la violencia bajo ningún concepto ¿Qué podía hacer para defender mi alma que pareciese que se estaba destruyendo por dentro? Así dio inicio el caos.

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