Doppelgänger: Inicio



A mi abuelito, que me contó tantas historias.



Corrosión

«He sido, más que un sabueso que busca cadáveres, uno que los encuentra.

De vez en cuando los llevo en la espalda y se aferran a mí como la gente se aferra a sus cosas; se aferran a mí como demonios, que más que a sus cosas, se aferran a la gente».

Para versión en audio: 

Como investigador paranormal me malacostumbré a siempre darle a la gente un resultado final positivo. Reconozco que como nada es perfecto tenía que existir un margen de error, pero caer desde tan alto es demasiado doloroso.

Mi grupo de investigación estaba constituido por mi padre, un camarógrafo, un psiquiatra, un físico y mi persona. De ojos de los otros cuatro yo era visto como un “Sabueso” esto porque gracias a mi don de percepción me era posible encontrar la raíz de los hechos con más rapidez que nadie. Sin necesidad de que todos se agarraran de las manos o de tener que golpear el piso y las paredes de las casas para encontrar nidos de cucarachas y ratones.

Durante el segundo semestre de 1936 los casos bajaron a tal punto que cada miembro del equipo tuvo que vérselas para conseguir un trabajo temporal; eso fue precisamente lo que me llevó a mí al distrito de Santísima Trinidad y posteriormente al turno nocturno de bodeguero bajo el mando de Don Acacio Bech, en la imprenta de la familia. Comencé a trabajar ahí a las dos semanas de andar rodando por trinidad; En el edificio nunca faltaba quién me reconociera y me preguntara por qué me decían Sabueso, yo siempre respondía gustoso.

Recuerdo que fue en ese mismo año que me tocó encontrarme con uno de los casos más desconcertantes de mi vida como investigador, fue en ese punto que me tocó replantearme la pregunta de qué tan lejos o qué tan cerca podría llegar a la resolución de un caso. Desde el día de la contratación Don Acacio me había mencionado algunos asuntos extraños entre el edificio y cierto empleado.

Estos rumores fueron confirmándose más tarde por unos trabajadores, entre ellos Amadeo, jefe del área de máquinas, que me dijo que, aunque creía que andaba en malas lenguas, al oficinista Elías Nuero, lo andaban asustando hacía un rato, supuestamente por andar de mujeriego. Llegaba con la camisa manchada de sangre y con el cuello, la espalda y el pecho llenos de aruñazos.

Este tal Elías Nuero, me dijeron las cocineras Herminia y Felicia, pasaba todo el almuerzo rascándose la cabeza y el cuello, embarrándose hasta las cejas de sangre, y yo sabía que quien rechazaba un plato de patas de chancho en salsa o una sopa de jarrete estaba en problemas. Eso me lo contaron las cocineras porque fue a ellas a quienes les tocó sanar las heridas de Elías con vinagre y sal o con yodo, dependiendo de lo que hubiera a mano. Y aguantar los alaridos que pegaba con la espalda en carne viva.

A parte de todo lo que me contaron y lo que pude ver no había nada más.

No se me olvida un día en que Elías me preguntó si me daba miedo o si no me daba miedo investigar estos casos, yo respondí que no y me devolvió la respuesta haciéndome otra pregunta: ¿Hay algo que te ponga ansioso al investigar un caso? De hecho, sí hay algo.

A las semanas de que los ataques sin autor contra Elías empeoraran, este finalmente se dio por vencido, estando encerrado en el baño se las ingenió para escalar hasta la ventana y salir por la entrada de camiones de la imprenta. Sabiendo yo esto comencé una persecución con él por casi un kilómetro de calle donde la niebla y el escaso alumbrado eléctrico me hacían perderlo por momentos. Justo como si fuera invisible.

Tal vez, si lo hubiera ayudado antes su vida no se hubiera escapado como se escapa el viento, que, aunque viaja en una misma dirección es imposible seguirle el paso; recuerdo que tomé aliento frente a una sastrería, en el ventanal vi mi reflejo. Le había respondido a Elías que como Sabueso mi único temor durante una investigación era darme cuenta de que estaba siguiendo mi propia cola, y frente al reflejo de mi cara en el ventanal de la tienda, sólo palidecí.

Después de meses de culpas ocultas los empleados notaban un claro cambio en mi comportamiento, sobre todo la miscelánea Perpetua, con quien yo era muy cercano. En su inocencia creía que una taza de agua dulce o algunas cajetas me levantarían el ánimo. Fueron precisamente esos detalles los que evitaron que me corroyera por completo, y los que terminaron enamorándome porque ella veía en mí lo que ni yo mismo percibía.

Luego de año y medio más de trabajar para la imprenta, decidí irme. Perpetua fue la primera en saberlo y la segunda en llorarlo.

Lo hice por ella. No me permitiría hacerle daño a nadie más, mucho menos a mi querida.

Me dejaron marca los recuerdos de coqueteos en la oficina de Acacio cuando este no estaba, una marca que me repetía a cada minuto, que ella estaría en la Gloria algún día y yo en otra parte.

Don Acacio me preguntó el motivo por el que decidí marcharme, yo le dije que ya era hora de volver a la antigua rutina. Me pidió que en última instancia le explicara por qué me había afectado tanto la muerte de Elías; le respondí nuevamente que yo era como un sabueso, que en vez de buscar cadáveres los encontraba. Que algunas veces esos cadáveres los llevaba en la espalda y estos se aferraban a mí como la gente se aferra a las cosas. Más precisamente se aferraban como demonios, que más que a sus cosas, se aferraban a la gente.

El día que finalmente entregué la carta de renuncia Perpetua me preguntó qué sería de mi vida después de todo lo vivido. Le puse un rosario en sus manos y con cálido beso me volví a despedir explicándole que al morir no nos juzgaría la misma persona.

—Si ya sabes lo que viene —me preguntó— ¿Por qué no cambiar la rutina?

—Te aseguro una sola cosa más mi querida; después de la corrosión, lo único que queda es desintegrarse.



En Ruinas

«Después de corroerme, lo único que me quedó fueron las ganas de irme para siempre».

Para versión en audio: ♫

—¿No escuchaste lo que pasó con Brenner?

—¿Nuestro Brenner? ¿Sabueso?

—Ese mismo. ¿No ves que andan diciendo que el carajo se volvió loco?

—¿Ah sí? ¿Qué habrá pasado?

—Mira no ves que el cabronazo ese perdió a un pobre hombre en el monte.

—¿Cómo así?

—Diay que no se sabe por qué el hombre este comenzó a perseguir al otro, y entre todo lo que corrieron y en lo asustado que estaba el muchachillo buscando como escaparse lo terminó perdiendo en los cafetales; el carajo no encontró como devolverse, y encontraron el cadáver hace días. Lo reconocieron por la ropa. Pero eso no es lo peor. ¿Es que no ves que dicen que Sabueso lo perdió a propósito? Lo correteo por horas hasta que lo metió en lo más profundo del cerro y lo dejó ahí.

—Hijuepucha. ¿Quién era el carajo?

—Elías Nuero. Trabajaba en la imprenta de los Bech.

—En serio que está tocado de las tejas este hombre. Ahora sí me preocupó. ¿Tenía problemas con este tal Elías?

—No no, ni se conocían. El problema es que Brenner dice que no se acuerda de nada.

—Di, pero puede estar mintiendo, a como es él.

—Es que yo no creo eso. Los que encontraron el cuerpo de Elías fueron unos peones de la finca, haciendo ronda un día. Y Brenner dice que desde el momento en el que comenzó a perseguirlo, sólo o se acuerda cuando ya no lo vio más.

Esa noche después de que el mae se desapareció los perros aullaban por todo el barrio, aullaban fuertísimo y no había quién los callara. Usted escuchaba a esos condenados desde la Ermita de Trinidad, por el lago, hasta la iglesia de Santa Bárbara. Todo perro en toda casa aullando y llorando.

—¿Y eso qué tiene que ver con lo de Brenner?

—Bueno, los perros aúllan por muchas cosas, a veces aúllan para comunicarse entre ellos o advertirse cosas, yo creo que estaban aullando por miedo.

—No sé si será sólo intuición mía o qué, pero para mí que a Brenner ya lo tocó el diablo. Ya está corrompido.

—Mae que problema eso. Lo preocupante es que… ¿Quién lo ayuda a uno en esos casos? Si al mae se le mete el agua, ¿Quién va a írsele encima?

—Ni la menor idea, pero de alguna forma debe ser posible controlarlo. Además, usted sabe, que bueno, si fuera el caso, el Tacto del diablo no dura para siempre.

—No, obviamente no. El problema siempre va a ser quienes estén en medio cuando eso pase. A como puede durar horas, puede durar días, y de que ese tiempo es un lamento, lo es.

—¿Usted cree que alguien haya podido… Manipularlo?

—¿Para qué? ¿Qué iban a obtener con eso si Elías no le hacía daño a nadie?

—Hacer quedar mal a Brenner.

—¿Y cómo es que lo hacen o qué? Yo tenía entendido que ese estado era muy raro verlo, y que ocurría al azar.

—Sí, eso yo también lo sabía, pero algo me dice que alguien pudo haberlo inducido. El problema es que eso funciona como en los animales salvajes; es despertar un instinto, irracional e injustificado. Después de que eso pasa por primera vez, ya quedan locos por el resto de la vida.

—Y… ¿Será que Brenner sabe que eso fue un Tacto del diablo?

—Yo creo que sí. Me pareció escuchar a Rodhlann hablar con él.

—¿Les entendiste algo?

—Algo le mencionó Rodhlann a Brenner, de que, si tocaba fondo, ya no iba a poder salir de ahí.

—Me parece haber escuchado esa frase o una parecida en alguna parte, no sé si fue Brenner o…

—Buenos días, compañeros —interrumpió Brenner— ¿Cómo amanecen?

—Bien, ¿Y usted Sabueso?

—Entre lo que cabe, bien.

Nach der Korrosion bleibt nur noch der Zerfall.


Desintegración

«No es lo mismo llamar al diablo que verlo venir».

Prólogo

No es lo mismo
llamar al diablo que verlo venir.

Desintegración o
Der Zerfall es una de las obras adicionales de mi proyecto Inside Trinity y nos
permite conocer la Costa Rica de antaño y el mundo de la psiquiatría en el
antiguo hospital Manuel Antonio Chapuí Torres, conocido en su tiempo como
“Asilo de locos” o “Asilo las palmas”.

En esta obra
quise combinar tanto el terror, misterio y suspenso de Inside Trinity con
anécdotas que recopilé y monté en un escenario de ficción histórica.

Es importante
mencionar que, parte de las anécdotas que el personaje principal de la historia
cuenta, son basadas en historias reales, y posteriormente modificadas por mi
persona.

Parte de los
datos que recopilo en esta obra son históricamente verídicos, mientras que
otros han sido agregados para favorecer el argumento ya ficticio de la obra y
del proyecto en general.

Personalmente me
hubiera gustado agregar más información y detalles históricos sobre la Costa
Rica del siglo XX; sin embargo, me he visto muy corta de tiempo para desarrollar
el proyecto, por motivos de trabajo y estudio.

Me parece
prudente, antes de que se inicie la lectura, hacer hincapié en el visible
lenguaje coloquial que se utiliza durante toda la obra. Traté de mantener a
raya la cantidad de costarriqueñismos utilizados en el diálogo, a fin de que no
sea necesario desarrollar un glosario o nota independiente donde explique los
términos; sin embargo, no tengo problema en que me comenten o me contacten para
aclarar cualquier término que no les haya quedado claro.

Siempre me ha
llamado la atención la historia en general, pero me desvela el interés
especialmente si hablamos de la historia de Costa Rica. He querido recopilar y
agregar ciertos detalles importantes sin saturar demasiado esta humilde obra,
para plasmarlo como acuarelas en las mentes de quienes quieran leerme.

En
agradecimiento, quiero mencionar especialmente a mi abuelo, quien durante
muchos años me contó toda clase de historias y despertó gran parte de mi
interés en épocas pasadas, historia de Costa Rica y género de terror.

Muchas gracias
abuelito por prestarle tu servicio a la psiquiatría y medicina costarricense, a
la fuerza contra la malaria y por tantas increíbles historias. Este es uno de
mis agradecimientos.


Introducción

Trabajé en el Asilo Chapuí y Torres cerca de 40 años. 28 para el Consejo Técnico de Asistencia Médico Social y la JPS y 14 para la Caja Costarricense del Seguro Social.

Inicié labores en julio de 1945 y me jubilé en octubre de 1987; durante todo ese tiempo presté servicio de Asistente de Pacientes en los pabellones 1 y 3 de enfermos críticos en la Unidad Geriátrica y en la Unidad Tratamiento Intensivo (UCI, como se le conoce actualmente), todo eso en turnos rotativos A y C hasta el traslado de 1974 a lo que hoy es en día el Hospital Nacional Psiquiátrico Manuel Antonio Chapuí Torres y Paut, donde se me nombró jefe en el turno A hasta mi jubilación.

Puedo darme el lujo de decir que fue todo un honor trabajar al servicio de la salud, especialmente para esta institución. Las personas pueden pensar que no es agradable tartar con el paciente psiquiátrico, pero, todo lo contrario, lo considero como una experiencia sumamente enriquecedora, ya que el trato paciente-asistente lo vuelve a uno más humano en muchos sentidos. El paciente coopera conforme uno lo ayuda y eso llega a desarrollar relaciones muy estrechas incluso con la misma familia de los pacientes.

La imagen incomprendida que se tiene del paciente psiquiátrico es la del paciente agresivo, sin juicio y sin razón, ambulante desconcertado y mal amansado, pero con el correcto tratamiento, trato y tiempo todo eso se corrige.

Durante mi experiencia puedo por supuesto mencionar experiencias buenas y malas, de estas 9 eran buenas y tal vez 1 mala, y se podía dar por cualquier situación inesperada. Por lo menos la mayor parte del tiempo. Ahora bien, entre lo que se pueda dividir entre experiencias generales y propias si va a haber una diferencia notable; yo no culpo el lugar del trabajo o el trabajo en sí, si no razones que me guardo para mi persona y que comparto más adelante.

El mundo de la psiquiatría en Costa Rica siempre se ha mantenido, considero yo, en una espesa nube de especulaciones acerca de qué es verdad o mentira. Para mí el mito más recurrente y el que citaré para cerrar con esta carta es aquel que dice que el funcionario de hospital psiquiátrico termina por perder la cordura, al igual que los pacientes con los que pasó rodeado durante el tiempo laborado; esto ocurre porque según uno termina asimilando los comportamientos del paciente como algo normal.

Es en esta parte donde se vuelve más cruel, porque si lo ponemos en la balanza el funcionario, comúnmente, trabajaría en la institución por lo menos 30 años o hasta cumplir cuotas, y ya para cuando se pensione sería cuestión de tiempo para que se le perciba aparentemente loco y se le interne en el mismo asilo psiquiátrico donde prestó servicio. Todo ese tiempo el hospital es más asilo de uno que de los pacientes; el paciente se dará de alta, pero uno, uno se queda. Para uno no hay salida.

Yo tengo buena mente para los recuerdos y por eso sé con certeza que no estoy loco. Todo el mundo decía que yo había salido tocado del techo por las experiencias que verán más adelante y la única que me daba la razón era mi chiquita, ella me dice:

“Tito, yo sé que vos no estás loco, porque yo también lo viví”.

Y cómo me parte el corazón saber que mi chiquilla tuvo que ver esas cosas desde tan joven; me daba miedo que todo eso fuera a afectarla, pero gracias a Dios pudo vivir su vida tranquila.

Por más mortificación que yo haya vivido me alegra que ella esté conmigo.

¡Cómo quema el fuego! Yo a mi chiquita la amo como si fuera mía, pero todos los males que pasé antes de tenerla a mi cuido, qué va, no se los deseo a nadie.

Ni al diablo.

D. Ernesto C. Jiménez


Capítulo I

Fue a mediados de 1945 que comencé mi camino en el servicio de la salud. Desde carajillo me había gustado la idea de llegar a ser doctor; cualquier tipo de doctor, ya fuera psiquiatra, pediatra, cardiólogo o médico general. Por supuesto mi familia; a pesar de estar bien acomodada, no tenía recursos para mandarme afuera a estudiar, así que me hice a la idea de que trabajando un tiempo como auxiliar de enfermería o asistente de pacientes me iría abriendo campo en la vocación y podría ahorrar de a poco para pagarme los estudios a futuro.

Así fue como llegué a parar al Asilo Chapuí, conocido en esos tiempos como Asilo de Locos o Asilo Las Palmas; después de que un amigo de la familia fuera a avisarnos que había vacantes. Este amigo, por cierto, también trabajaba en la capital.

Nos veníamos desde Cuatro Reinas de Tibás en cazadora (Unos buses bien antiguos que trabajaban en ese tiempo) hasta Mata Redonda; ahí mi amigo y yo nos separábamos, él para el antiguo aeropuerto de La Sabana y yo para el Paseo Colón. Compraba los tiquetes del tranvía en la Pulpería de Chico Soto, donde me compraba también algo para el almuerzo, y me subía en el transporte que me llevaba desde la estatua de León Cortés hasta el Hospital San Juan de Dios.

En las oficinas del San Juan me recibieron para hacerme la entrevista. El personal de recursos humanos, entre muchas cosas, me preguntaron por el nivel académico.

—¿Hasta qué año llegaste vos?

—Hasta quinto.

—¿De escuela?

—Del liceo.

Muchos empleados en ese tiempo no llegaban ni a segundo grado; no porque no quisieran, sino porque la mayoría debía darle sustento a la familia y no tenían chance o recursos. Yo sabía que el título de quinto me podía acomodar en un muy buen puesto, pero probablemente no me iba a sentir bien en un trabajo de oficina o de administración, ¡Qué va! Esas cosas nunca fueron lo mío.

Pregunté por el puesto de asistente de pacientes en el turno C (Turno nocturno), esto debido a que si se me antojaba hacer algún estudio adicional de enfermería o algo por el estilo tendría toda la mañana y la tarde libres para ello.

El 16 de Julio del ´45 me recibió Maximiliano Torres, mi primer jefe durante mi servicio en el Chapuí. Maximiliano era jefe de rodos los asistentes en el turno de la noche; por debajo de él estaban los supervisores que se asignan por pabellón que son los asistentes o enfermeros mejor calificados. Encima de todos nosotros teníamos a los jefes de asistencia médica, a los internistas y galenos, y por supuesto al director del hospital que fue desde 1932 y hasta 1952 el Dr. Roberto Chacón Paut.

Se me asignó primeramente en el pabellón 3 o la UTI, donde se encuentran los enfermos críticos; las labores en ese, al igual que en los otros pabellones, eran simples pero demandantes:

  • Llevar a los pacientes a las citas de control con los galenos
  • Bañarlos
  • Darles de comer
  • Cortarles el pelo y las uñas
  • Administrarles los tratamientos recetados
  • Vigilarlos y pasar tiempo con ellos, para que no se hagan daño entre ellos y para que no se frustren y se acostumbren al asilo durante su estadía.

Siempre teníamos que llevar registro de cada paciente, de qué necesitaba o qué le faltaba y pasar esos registros de turno en turno para que todos los asistentes quedáramos tablas con el brete y ningún paciente quedara desplazado.

A pesar de haberme yo apuntado al turno de la noche tuve que asistir por dos meses al turno A, esto a forma de entrenamiento por aquello de no jalarme una torta en la madrugada o algo parecido, y también por el tema de no perderse en las amplias instalaciones: “34500 metros cuadrados al lado oeste del San Juan de Dios, puertas, techos y ventanas y cerraduras de hierro. Un nosocomio bastante espacioso al que se podía acceder por una escalinata de piedra, rodeado de enormes jardines.

Había una gran capilla que ocupaba la nave central del asilo, a ambos lados de esta salían los pabellones, que en total eran 6. Todos conectados por salones y corredores muy amplios con pisos de madera que sonaban con cada que uno daba el paso.

Mi parte favorita siempre fueron los jardines, por un tiempo tenían un estanque con una estatua de Venus bellísimo, siempre rodeado de flores.

Los pabellones miraban de frente marcando un límite entre los dormitorios de los pacientes hombres y mujeres, a fin de evitar cualquier inconveniente.

Las salas de tratamiento se mantenían perpendiculares a los dormitorios con enormes muebles de farmacia en madera oscura, que los hacían parecer de alguna forma consultorios de homeopatía.

En el asilo, además de los tratamientos se promovían toda clase de actividades, esto hacia el mismo fin de curar a los pacientes por lo que uno siempre los veía ocupados; arreglando los jardines, limpiando, leyendo, haciendo manualidades, y a veces cantando y bailando, cuando los enfermeros o cuidadores nos poníamos creativos con la música.

Desde afuera el asilo podía parecer temible, pero fue precisamente adentro de esas instalaciones que supe que mi lugar estaba entre los asistentes de pacientes, eso era lo que me hacía de verdad feliz.

Capítulo II

Fue más o menos para la trigésima octava semana del año que comencé por fin en el turno nocturno; debido a la dificultad para encontrar transporte para llegar al asilo tuve que comenzar a alquilar cerca de mata redonda, y no tocaba más que caminar de nuevo para agarrar uno de los últimos tranvías de la noche.

Entre viaje y viaje conocí a Brenner Fritz, quien en varias ocasiones se sentó a mi lado para hacer conversación en el trayecto. Teníamos algunas cosas en común; a ambos nos gustaba la música y ambos sabíamos tocar la guitarra. Él me mencionó que le gustaba escuchar swing, scat, jazz, boleros, flamenco y de vez en cuando blues; por mi parte, yo me quedaba con el bolero.

Brenner había nacido aquí en Costa Rica, su papá era un inmigrante que había venido de Europa poco antes de la primera guerra mundial. Aquí el tata de Brenner conoció a quien fuera a ser su futura esposa y ambos se asentaron en lo que hoy son los territorios de La Guácima.

También me contó que su tata, él y otros 3 maes más tenían un grupo de investigación, y que entre todos los casos que revisaban, investigaban Poltergeist y temas similares; me dijo que se les había tambaleado un poco el negocio y él había salido a buscar otro trabajo mientras tanto.

—Hombre, la cuestión es que no queremos deshacer el grupo y queremos seguir en el negocio. Parte de que yo esté aquí ahora es que quiero comprarme una casita; una para mí y mi esposa y otra para mis tatas, para que no estén tan lejos de nosotros. Es que mi mujer es de aquí de San José, del distrito de Trinidad y quiero quedarme aquí con ella cerquita. ¿Vos de dónde sos? ¿Vivís aquí cerca?

—Yo soy de Tibás, pero alquilo por aquí cerca, para no tener que viajar desde tan largo.

—Ya, ¿Sos casado?

—No, por el momento.

—Ah bueno, más fácil para vos entonces.

—A parte de que por el momento no ando buscando un lugar fijo, quiero ahorrar para estudiar afuera en algún momento.

Resultó ser que Brenner fue asignado al mismo pabellón que yo. Ambos fuimos recibidos por Adelmo Ortiz, encargado del área de enfermos críticos, o pabellones 1 y 3. Adelmo era muy vacilón porque le encantaba hacer bromas, contar chiles y poner apodos; irremediablemente, nadie se salvaba de algún sobrenombre.

—Mirá, ¿Vos cuantos años tenés carajillo? —me preguntó el primer día.

—23 señor.

—Mirá que vacilón ah, el tal Danielito.

—Me gusta más que me digan Ernesto.

—Bueno, Ernestito entonces. Cielito le vamos a decir al chiquito.

—¿Y vos? —señaló a Brenner— Parece que lo asustaron a usted hombre, palidititico. ¿Sus tatas son de aquí?

—Mi papá vino del viejo continente, mi mamá es de aquí.

—¿Ahh sí? ¿Dónde naciste?

—Viví cerca de La Guácima, ahorita estoy viviendo en Trinidad con mi esposa.

—Mirá, mi mama es de por ahí, ¿Cómo se llaman tus tatas?

—Mi papá se llama Rodhlann y mi mamá Bercial.

—Ahhh no, viera que no me suena. Pero oiga, con razón salió machititico el carajo. ¿Ustedes ya se conocían que los vi llegar juntos?

—Nos topamos en el tranvía hace un rato— Contesté.

—Ya… Es que mirá que risa… Ustedes dos son como opuestos, y venían uno detrás del otro — Soltó una risa.

—¡¡¡LUIS!!! —Gritó Adelmo con fuerza— vení a ayudarme un toque.

Se acercó otro enfermero al momento.

—¿Qué acontece?

—Mirá esta carajada tan rara cabrón. Estos son los nuevos asistentes que mandó Maximiliano para el 1 y 3 de varones. Este es Cielito —me señaló— y este otro diablillo es Brenner. ¿Separados los dos al nacer ah? ¡Qué vacilón! Nos hubiera salido Ernestito moreno y la hacemos toda jajaja

—Este otro parece como una mula ´el diablo ¿ah?

—Ahh, si cierto güevón… Mula ´el diablo entonces. Bueno… —le dio una palmada a Luis en la espalda— Este es Luis “La cuecha” Álvarez. Si lo ven tirado en el piso no se asusten, porque pareciera que así lo trajo Dios al mundo. No le den varas frágiles a este carajo, ¡No hay nada que no se le caiga a este hijueputa! Sólo la cara no se le ha caído por sinvergüenza.

Además de Luis y Adelmo, conocimos a Faustino Román y a Ignacio; también enfermeros del pabellón 1 y 3. Se supone que en cada servicio teníamos que ser mínimo 5, pero por eso estaban contratando tan urgidos, por la falta de personal y la sobrepoblación de pacientes.

—Vean camaradas, la cuestión pinta así: Los dos ya tuvieron su entrenamiento, ya saben que aquí la vara está fea. El almuerzo es a las 3 de la mañana y vuelven a entrar a las 4. Ahí se ponen de acuerdo con Luis y con los otros güevones a ver qué deciden. Ya supongo que conocen un poquitico a los pacientes; si se ponen muy majaderos o violentos hay que amarrarlos y si ustedes se ponen majaderos los amarro yo a ustedes. Si tuvieran alguna duda me avisan, pero van a ver que es bonito trabajar de noche, es muy tranquilo.

Capítulo III

Es verdad que una de las partes más lindas del trabajo eran los pacientes en sí. Los había de todas las edades y en muchas condiciones. Algunos de los que llegaban lamentablemente no estaban enfermos o necesitados, y eran abandonados a su suerte en el asilo por sus familiares, ver eso era común.

El asilo trabajaba con un sistema de pensiones para algunos de los internados, eso trabajaba básicamente con una cuota que la familia del paciente brindaba, existía por clases y dependiendo del beneficio que se pagara así era la clase de cobertura que se brindaba al paciente. Estas pensiones podrían ser pagadas por medios monetarios o en cambio con bienes comestibles o similares, que le servían al asilo para mantener a los pacientes.

Para aquellos pacientes en situaciones de pobreza que no tuvieran medios para volverse pensionarios, se les aceptaba de gratis en el hospital, siempre y cuando se les declarara la situación económica por medio de un acta.

La mayoría de las enfermedades que eran tratadas en el hospital incluían la histeria, esquizofrenia paranoica, idiotismo, problemas de adicción a drogas o alcohol, entre otros.

Las terapias ocupacionales que les dábamos a los pacientes los ayudaban a estabilizarse y los mantenían ocupados y entretenidos. Al gustarnos a Brenner y a mí tanto la música, nos pusimos de acuerdo para llevar un par de guitarras y hacerles unas cuantas serenatas a los pacientes de vez en cuando.

Aquellos días que entrábamos más temprano por algún motivo, entrábamos al pabellón de geriatría o al de UTI para complacer con alguna melodía a los pacientes. En varias ocasiones pedimos también permiso para entrar a los pabellones de mujeres, a hacerle serenata a las pacientes o a las enfermeras.

Durante los turnos de día era más común hacer sesiones de música y baile, porque a los pacientes les encantaba. Brenner siempre nos sorprendía a todos cantándonos aquellas canciones que se escuchaban de emisoras extranjeras en inglés o alguna cosa así. Nos hacía semejantes espectáculos a todos con los bailongos de jazz, cantando scat y melodías inentendibles que sin embargo sonaban riquísimo.

Yo nunca fui muy ágil para aquello del baile, lo mío era bolero, paso doble y ritmos tranquilitos. Brenner en cambio gozaba sacando a bailar a las enfermeras o algunas pacientes de vez en cuanto, y deleitaba a todo el mundo con el vocerón que le salía cuando escuchaba alguna canción en el radio que le gustara.

Durante los almuerzos, si todos los pacientes estaban tranquilos durmiendo, nos íbamos Faustino, Luis, Adelmo, Brenner y yo para los jardines; discutíamos de temas al azar, tocábamos alguna que otra canción tranquilona, Brenner sacaba su pitillera y se ponía a encender algún gran puro de aquellos que había conocido por un amigo y le hacíamos ronda entre todos.

Por todo lo demás el ambiente del nosocomio se mantenía tranquilo. En la pura mañana levantábamos a los pacientes para que los de la mañana llegarán a bañarlos y darles de desayunar. Brenner y yo entonces nos poníamos de acuerdo con otros compañeros de pabellones al lado para irnos todos en el tranvía y bajarnos en el paseo colón, donde cada quién se iba para su hogar.

Así entonces, como una estela de luz, pasaron los tres o cuatro mejores años de mi vida.

Capítulo IV

Uno de tantos días, ya acercándose la segunda mitad del siglo 20, me encontraba almorzando con Brenner cerca de la fuente del jardín, junto con Faustino y otro enfermero.

—¿Cómo van las vidas compañeros? Yo estoy por casarme en estos meses que vienen— Mencionó Faustino.

Faustino se casaría pronto y muchos de nosotros esperábamos la boda con ansias. No tanto por la ceremonia en sí, más bien porque éramos bien fiesteros.

La famosa fecha del evento reventaba la fiesta y el templo con empleados del nosocomio y familiares de él y su ahora esposa. La ceremonia y la fiesta de bodas se habían organizado en una espaciosa quinta en Cartago, ciudad natal de la novia.

La celebración estaba organizada alrededor de un filial metido entre potreros y bosque. Tenía una nave central donde se entraba al templo y dos naves laterales que formaban juntas una estructura en U. Las naves laterales tenían un salón de eventos, baños, cocina y pasillos amplios que se usaron para colocar las mesas. Al centro de las naves, había un planche de cemento donde se estaba armando un bailongo con una banda de por ahí que contrataron para ir a tocar.

No faltaba quien pidiera canciones y uno que otro ya tocado por el alcohol.

Faustino había guardado una mesa especial para los amigos cercanos, que, por supuesto nos incluían a mí, a Brenner y Adelmo que andaban con sus esposas, a La Chuecha, a Ignacio y a Félix, uno de los guardas del hospital.

En algún momento, Brenner se fue con Luis, Ignacio y con Felix medio largo para ir a fumarse unos puros mientras conversaban de temas al azar. Adelmo, su esposa Marta, María Perpetua y yo nos quedamos en la mesa conversando mientras sonaba la música.

—¿Y vos qué Cielito? ¿Planeas casarte en algún momento?

—Mirá que la verdad no estoy urgido, estoy muy metido en el trabajo, y creo que, si me fuera a estudiar a otro lado, me daría lastima dejar a mi esposa aquí solita. Prefiero pensar en eso cuando termine el estudio.

—Ahh que bueno pues, está enfocado por lo menos.

Adelmo y su esposa se levantaron para ir a la pista de baile un rato, entonces quedamos sólo perpetua y yo.

—Mirá y… ¿Cómo van las cosas con vos y con Brenner?

—Bastante bien, queremos un bebé. Lo intentamos hace un tiempo, pero los perdí. Queremos volver a probar suerte otra vez.

—Ahh bueno. Siento mucho lo del bebé y les deseo lo mejor. ¿Quieren una familia grande?

—Lo que Dios quiera, nosotros lo aceptamos gustosos.

—Si claro. Dios primero siempre.

Poco me había hablado Brenner sobre Perpetua. Fuera de que me había dicho que era de Trinidad y que la había conocido en aquella imprenta. Era una muchacha menudita, de unos veintitantos años, de pelo negro ondulado y brillante que peinaba en un moño bajo. Sus ojos eran como dos bolinchas cafés y sus labios rojos mostraban una sonrisa bellísima de dientes blanquiticos.

Como sabiendo a lo que iba, me moví un momento de la mesa para saber si venía Brenner.

—¿Se enojará Brenner si bailamos un par de canciones?

—No creo, para nada. Yo sé que ustedes son muy amigos.

—Voy a buscarlo a ver si lo veo por aquí.

Caminé cerca del portón de la quinta, para encontrármelo conversando con unos maes sobre carros. Se quitó el Churchill que se fumaba de la boca para responderme luego de hacerle la pregunta.

—Claro claro Tito, sáquela a bailar un rato, yo llego en un momentico a acompañarla, me estoy averiguando algo con estos maes de un carro que me interesa.

Me devolví entonces a buscar de nuevo a Perpetua, para que me concediera un par de canciones mientras llegaba su esposo.

Me la llevé de la mano hasta el planché donde estaban los demás bailando.

—Me imagino que Brenner la tiene acostumbrada a bailar, ¿cierto?

—Absolutamente, de vez en cuando salimos a bailar.

—Qué bonito.

Perpetua y yo nos fuimos hasta el centro, donde comenzamos a bailar lentico agarrados de las manos.

—Y dígame, Tito, ¿Qué es lo que usted quiere estudiar?

—Quiero estudiar medicina, me gustaría ser doctor en algún momento.

—Qué bien suena eso, le deseo lo mejor.

—Muchas gracias.

Entre varios boleros Perpetua y yo nos acercamos poquito a poco.

—Me come la curiosidad Tito, ¿Será que te da cosa irte sólo a estudiar?

—Pues sí, mira que da cosilla, más que todo por la familia. La ventaja es que como le dije a Adelmo, todavía no tengo esposa o hijos, porque si me partiría el corazón no llevarlos conmigo.

—Si claro, se entiende. Da cierta zozobra separarse de toda la gente que uno conoce.

—Claro que Brenner tuvo mucha suerte, pero es que él es un hombre muy carismático.

—¿A qué se refiere?

—Pues bueno, él la tiene a usted. Yo estando con un mujerón como usted, lo pensaría dos veces antes de irme, digo, si no pudiera llevarla conmigo.

—Ayy Tito, ¡Sos un coqueto! ¿Verdad? — Perpetua se sonrojó un poquito.

Algún borrachillo ahí pidió una canción que Perpetua y yo disfrutamos mucho bailar.

¿Será cierto eso que dicen que Dios sabe por qué pasan todas las cosas? Yo me distraje viendo a la banda tocando y cantando mientras los dos bailábamos, y volteando la vista a Perpetua de nuevo, ¡Espíritu Santo! Se me nubló toda la vista y sentí como un jalonazo eléctrico por todo el cuerpo, se me aceleró el corazón como nada y se me pusieron las manos sudorosas… ¿Qué raro verdad? ¿Por qué hasta ese momento? Qué raro que trabaja este Señor en el cielo.

Ella me regaló una risa melódica y quietesita, como haciéndose la que no era con ella, y me agarró la mano con más fuerza.

El diablo y yo

Firmamos un convenio,

Y le pedí, que tú me quieras mucho,

A cambio de que cuando me muriera,

Iba a entregarle, el alma entera…

Pero a pesar de ser tan viejo el diablo

Se le olvido pensar con la cabeza

Pues al quererte me robaste el alma

Y el pobre diablo se muere de tristeza…

Esta verdad resulta una ironía

Que nos uniera el diablo vida mía

Y no podre borrar de mi memoria

Que por el diablo conocí la gloria…

(Odilio González – El diablo y yo )


Cuando Brenner volvió María Perpetua siguió bailando con él, y yo me fui a sentar. Félix, Ignacio y Luis seguían hablando de los benditos carros aquellos que los tenían fascinados. Intenté agarrarle el hilo a la conversación, para saber de qué me había perdido.

Me sentía como vacío, con un hueco en el estómago y otro en el corazón. ¿Qué me pasaba? ¿Acaso tenía envidia de mi mejor amigo? Los latidos me llegaban casi a la garganta y observaba con ojos tristes a la pareja de casados bailando.

Hubiera querido bailar con ella todo el resto del día, llevarla a caminar por los jardines, sentarme con ella a comer a la mesa, y bajar con ella las escalinatas de la iglesia con aplausos, silbidos y una lluvia de arroz. Pero no, mi camino estaba trazado de una manera muy diferente.

¡Ah! charita, Perpetua, Hubiera deseado que quién te llevó de regreso a tu hogar hubiera sido yo.

Capítulo V

Aproximadamente 15 días después de la boda de Faustino, me encontraba hablando con Ignacio en el comedor del hospital.

—Cabrón, ¿Te sentís bien? Desde hace días lo veo raro.

—Sí sí, tengo un par de pensamientos incómodos y ya está. Estoy distraído.

—¿Qué es lo que me lo tiene incómodo?

—No quiero hablar de eso por acá, usted sabe lo que es la gente.

—Bueno, usted sabe que no lo juzgo. Cuando quiera podemos hablar. Vieras que varios huevones del pabellón de hombres hemos estado yendo a tomar guaro por aquí cerca, ahí a la cantina La Bohemia, entre calle 5 y avenida 12. Digo, por si se quiere ir un día con nosotros, así aprovecha y me cuenta qué es la vara. Es que en serio lo veo tocado de las tejas a usted Cielito. ¡No me diga que anda enlunado!

—¡Sea necio güevon!…

—Diay mae es que, usted sabe que no es por andar de chepito ni nada. Es curiosidad mía y pues, saber si le puedo ser de ayuda.

—Pues ayuda sí ocupo. Viera que sí. ¿Qué día van para La Bohemia?

Entonces un día resulta que nos vamos todos en pelota para la cantina, éramos tantos que casi abarcamos toda la barra.

Por dicha Brenner estaba lejos de mi asiento, cerca de Adelmo y Luisito. Yo me quedé con Ignacio en dos de los últimos asientos de la barra.

—Mae y bueno, entonces, ¿A quién se le anda usted escondiendo? ¿Le tiene amarrado el perro a alguien?

—Ayy no, no invente. Es que es algo que me tiene con la jupa dando vueltas. Pero no quiero que todos escuchen. Menos Brenner.

—Lo escucho entonces.

—Mirá que no ves que… Me salió una oportunidad de irme afuera a estudiar…

—¡Hombre me alegro mucho! ¿Cuándo se va?

—La cosa es que no quiero irme. Pero es güevonada mía.

—No entiendo.

—Conocí a una muchacha Ignacio. Una mujer preciosísima. Hombre he pasado días pensando en ella, estoy demasiado distraído, paso soñando despierto con ella desde hace días. Mae, pero es casada… Es la mujer de Brenner.

Ignacio casi devolvió el Ron que se estaba mandando de la sorpresa. Volvió a ver a Brenner a la distancia y volvió a verme a mí.

—Olvídese de ella hombre, ¿Qué pelota le va a estar dando a usted?

—Esa es la cosa. Ella… Bueno, no quiero confundir coqueteo con amabilidad, pero, creo que ella me estaba echando los perros.

—Jueputa, ¿¡Usted está loco!? Este hombre mete asesinos a la cárcel. Busca muertos en los potreros y en los cafetales, ¿Y crees que no te va a encontrar a vos trabajando en el mismo puto pabellón?

—¡Malparido, Ignacio, yo ya sé eso!

—¿Entonces? Mae Ernesto, yo sé que lo que usted puede estar sintiendo ahora es muy fuerte, pero fuerte va a ser el semerendo pichazo que le va a volar ese hombre a usted si se da cuenta de que le hizo ojitos a la mujer. Pero dígame, ¿Cuándo pasó todo eso?

—El día de la boda de Faustino, en el bailongo aquel.

—¡Uyy mae! ¿Y qué? ¿Cuál era su plan maestro?

—Verla, quiero verla otra vez. Quiero que salgamos. Brenner me había dicho que ella trabajaba en una imprenta ahí en Trinidad. Se me ocurre que podría ir a buscarla ahí, en el día o en la tarde obviamente, porque el mae al que Brenner le compra los puros trabaja ahí, pero de noche.

La noche se inundaba de sonidos de botellas de vidrio golpeando entre ellas, vasos, platos que se caían, risas, cantos y una musiquita de tango de fondo.

—Ernestito. Usted sabe lo que usted está haciendo. Esto puede acabar con el matrimonio entre ellos dos y usted lo sabe. Si está tan seguro de que ella le echó los perros y está interesada en más que pasar una noche con usted, todo bien. Pero aclaren las cosas primero. ¿Por qué no le escribe una carta?

—No sé dónde vive exactamente, y tampoco tengo la dirección exacta de la imprenta. Esa es la cuestión.

—¡Qué care’barro que es usted! No puedo creer que le esté ayudando a hacer esto.

—Hombre ayúdeme.

—Tito. Esa gente ya lleva como 7 años casados…Yo no he escuchado a Brenner quejándose, él la quiere mucho.

—Ella me estuvo mencionando que desde hace tiempo querían empezar una familia, pero ella perdió el bebé y pues, supuestamente quieren volver a intentar.

—¿No será que le quiso decir que quería un hijo, pero suyo, Tito?

—¡Calláte güevon! No diga esas cosas.

—Oh care’barro. ¡No serás vos el que quiere jalar con ella!

—Pues sí, quiero conocerla mejor y salir en algún momento con ella, aunque sea para ir por un café. Pero quiero confirmar primero lo que creo que está pasando. Y no se crea güevon, parte de esta angustia que me ando cargando es porque no quiero traicionar a Brenner. Él es uno de mis mejores compas.

—Bueno. Hagamos una cosa. Vaya este lunes que viene a buscarla, hable con ella y deje en claro su visión y lo que cree. Deje que ella hable y explique. No se precipite. ¡Y por amor a Dios Tito! —empezó a susurrar— sea discreto, por lo menos por ahora… Esta decisión es importante, demasiado. Sobre todo, porque usted puede ser el causante de un divorcio, y puede perder a su amigo por eso. Si está mujer no vale la pena y anda buscándolo sólo para una noche, le va a hacer más daño que beneficio.

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