No podría recordarlo de otra manera. Mi abuelo era un hombre maravilloso. El tenia en su rostro la mejor disposición de cada mañana. Sabia cual era su papel. Cada historia en su voz era un susurro que alimentaba el alma. Lo ame como ahora amo a mis palabras cada vez que regresan de algún lugar lejano que quizás habita en mi . Lo conocí cuando nuevamente el era un niño. Jugamos el mismo juego de la vida. Nunca estuve cerca de su juventud y sin embargo la llevo en mis ojos. Creo sentir su fortaleza y me siento orgulloso de verme en el.

Mi madre nunca se alejó del abuelo y mucho menos después de la muerte de su esposa, la señora Ana. Ambos fueron el mismo ejemplo de aquella generación. Recuerdo cada frase en cada conversación y siempre hubo un poema cuando de hablar de amor se trataba. Pasaron muchos años después de ese recuerdo y sin embargo parecía que Don Rafael nunca dejaría de envejecer, tampoco dejaría de amarla. Doña Ana seria la oración de cada día.

– Como no, como no – era lo que siempre te decía antes de sentarse en la palabra. También te enseñaba la cicatriz en su brazo después de haberse enfrentado a varios bandidos. Nunca perdió su valentía. Un día llegó a casa bañado en sangre porque sus reflejos olvidaron prevenirlo del anden fracturado a un lado de la calle. Ese día fue extraño y maravilloso.

Don Rafael era un campesino y su mayor riqueza era la honestidad. Ya quedan pocos como el. Eran otras épocas. Otra clase de hombres. El nos premiaba en cada cumpleaños con un par de monedas, cuando la plata valía, así era como el se refería al valor del dinero mientras pasaban los años. Me hubiera gustado conservar ese tesoro, porque es ahora mismo donde cada cosa adquiere valor. Hubiera querido muchas cosas. Hubiera querido ser mucho mas para el.

Cuando cumplió sus 90 años hicimos una gran fiesta. El abuelo tocaba las caderas de todas las señoras que se sumaban al festejo. Todos querían de alguna manera despedirse de el, pero el abuelo aun se sentía joven y a pesar del inevitable cansancio, decidió quedarse muchos años mas. Cada año sucedió la misma fiesta.

Hoy por hoy suelo silbar el recuerdo de sus labios después de que el abuelo perdiera su voz por culpa de la vejez. Él fue un músico fantástico aunque nunca conocí ninguna de sus viejas melodías. Tal vez solo existían en él como muchos de sus consejos. El abuelo era el amigo de todos y ya todos se han ido detrás de su nombre. Don Rafael es una araucaria mas en la tierra de Fermin. Santa Rosa de Cabal guarda sus huellas y yo me encargaré de guardar su nombre para siempre.

El final tenia que llegar porque nada es para siempre.

Creo que esa noche ya había dejado de existir. Lo encontré oculto en su sombrero y me senté como siempre a su lado para escucharlo silbar.

Quería pensar que solo era una noche más. Una noche donde las historias darían paso a ese vinculo divino que por largos años había entre los dos. Quise suponer que nada en la vida seria tan fuerte como para doblegar a la persona que cada vez se convertía en mi punto de equilibrio, en mi diccionario de sueños, en la posibilidad se ser mejor. Tuve la opción de dormir al lado de sus anécdotas, cerca de su aroma y bajo el techo sagrado de toda una vida.

La nostalgia no tenía lugar, la esperanza dejaba su ropa guardada en el inocente cajón. El hombre, estaba a punto de cumplir toda una década.

Esa noche era un contraste de emociones. La cita con la realidad iba dándome sus primeras frases existenciales. La prudente inocencia lógica era para mí el secuestro constante de mis palabras, algo así como el alma refugiada en un vientre perdido, sin fecha clara, sin sonrisa que espere.
Tenia el miedo normal de quien se enfrenta a lo que nunca ha visto. También tenía el cariño derramándose en mi corazón, esperando en el silencio un segundo de abrazos, para llenar algún punto suspensivo si es que existía esa posibilidad ante la angustia inmediata de un inesperado punto a parte.

Mientras él dormía, repasaba en mi mente el álbum familiar, las reuniones que aún son mencionadas, los aplausos de improvisados recitales, la memoria extraordinaria de los cuentos que aun se cuentan, el prodigio que algún día emocionado suspiró en las callecitas Caldenses, la vida entre comillas y el valor extraordinario de un ser que parecía salido de la misma tierra donde brota el fruto divino que jamás se cansa de alimentar, de calmar la sed. El fruto que nunca dejará de lado a esa tierra bendita que lo vio nacer.

Debo hacer una pausa para abrazar a la agonía.
Debo morder nuevamente mis labios para no pronunciar mi desespero. Debo ser de nuevo, el compañero perfecto en el final de un largo camino que podría convertirse en el mío si decido ser tan perfecto como el aliento que esa noche, dejaba el cuerpo que a mi lado moría mientras sembraba sus semillas en mí.

Hay dos luces entrando por la vieja ventana.
Hay un viejo que se aferra a ambas luces.
Hay un dolor en medio de la absurda despedida.
Hay un amanecer que anuncia un nuevo día.
Hay algo en mi voz que va a causar un llanto eterno.

Ha muerto mi abuelo.

Y las personas que lo conocieron, cuentan haber visto a un hombre deslizarse cada mañana por un rayo de luz. Creo que han visto a mi viejo. Han visto toda una tradición dejando en claro una historia de vida. Han visto lo que jamás podrán sentir de la misma manera que lo he sentido yo. Ha muerto mi abuelo. Murió una hermosa historia de vida

Paz en la tumba de los Abuelos. Paz en la tumba de Don Rafael.

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