¿Hace cuánto la luz dejó de iluminar las azabaches hebras de tus cabellos? dejaste de experimentar la gloria de Dios por extensas guerras carentes de sentido; mírate ahora, pues, a los ojos del más alto dejaste de ser el favorito, el Iluminado, el Terrible para ser nada más que un ser humano con codicia, esa codicia que nos comprometió la entrada al Edén. Esa codicia que ocasionó la cólera del Padre de Todo.

      No hay oponente que se te oponga a los designios que impartes sin piedad, pues acabaste con todos ellos a punta de tu alma y la de los que te siguen sin rechistar. Somos simples seres mortales, ajenos a la extensión del tiempo, diminutos en el Cosmos, una burla ante la Naturaleza pero que aún así, escalando evolutivamente, llegamos a la comprensión de que el destino hizo mal en encaminarnos a un destino de sabiduría y razonamiento, evocando todas las cosas que hemos hecho desde el primer fuego hasta esta mera realidad dividida por el ego, el miedo y la avaricia de unos pocos.

     ¡Oh, mi querido Paladín! ¿qué le han hecho a tu espada? ¿qué le han hecho a tu luz? ¿qué te han hecho en vida? para que al mirar a tus ojos que eran de avellana, encontrarme con la opacidad del vacío y el destino cruel, ruin y despiadado que retorció tu mente a cambio de un costo mucho mayor: Darle la espalda a tu Dios. A mí.

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