Creo que el infierno existe.
No soy creyente de nada más que de mi mismo, pero aún así he visto cientos de infiernos distintos y yo también he vivido el mío.
El infierno es algo personal, íntimo y solitario, por eso es tan aterrador. ¿Sabes que cada religión y cultura tiene uno? Cuántos infiernos se viven día con día y no hay mención honorífica alguna más que en los titulares amarillistas, las citas al psicólogo, las salas de hospital o la filas en las funerarias. Lo peor de estos infiernos cotidianos es que nunca sabes qué tortura seguirá. Cada murmullo que jamás fue escuchado, cada oración que no fue atendida, cada esperanza destrozada y cada sueño roto. Cada uno de nosotros está hecho trizas con cada infierno. Si, el infierno existe. En cada uno. Irrepetible. Inesperado. Y aún así, seguimos viviendo. Somos los mártires de la nueva era.
Sin esos infiernos ¿Qué seríamos? Indignos seres sin propósito. Cada infierno da fuerza y sentido. Más allá de la acción-reacción. La dicotomía de la existencia.
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