Diario de una muerte

Diario de una muerte

Jimmy Jazz

26/03/2018

Algunas cosas trascendentes en la vida tienen su origen en hechos triviales. Por mi parte, se me hace difícil recordar el por qué de ellas, la causa de algunos fenómenos que relativamente cambiaron mi alma y marcaron mi vida para luego aparecer temores nocturnos, miedos dominicales, días de aburrimiento, hartazgo de meses y años.

Tomar decisiones nunca me asentó bien, gran dilema cuando la sospecha debe inducir en el examen y no en la decisión.

Dejé escapar a un desequilibrado asesino dos veces: la primera fuera de tiempo y la otra en el tiempo preciso, preciso para no saber qué hacer y dar lugar a uno más de los misterios sobre el comportamiento humano.

Soy policía, mi padre lo fue también, no tuve opción a elección frente a un padre imponente que me menospreciaba y desmoralizaba cada vez que podía. En las mañanas, en las tardes, noches, al salir, al llegar, en mis sueños.

Santiago Paz fue un verdugo que quitó una vida inconsciente y la devolvió heroicamente.

Él sabía en todo momento lo que iba a pasar, tenía premoniciones, víctima de una maldición al azar, el típico ‘’estar en el lugar y hora equivocada’’.

Lo encontré muerto, tumbado sobre su cama, su cuerpo no chillaba una herida mortal, en la mano izquierda sujetaba pequeños pedazos de rosigadas fotografías suyas subyacentes a una baraja vieja y, por último, lo más abrumador: tinta recién fundida en su piel, en su torso, escritos suyos. El caso resuelto.

Tal evidencia se trataba de los últimos días de Santiago, sus últimos escritos, el final de su diario.

Leer las últimas letras del diario de Santiago y su corta vida fue deprimente, e incluso hasta injustificable, pero trajo consigo ideales perfectos para aferrarme a la vida, a mi entorno y acercarme a mi nueva virtud, el amor.

Empezaba con miedo y a la vez con mucha soltura y franqueza:

‘’Le temo a la oscuridad, le he temido siempre. Pero no le temo a la de callejones, o a esa que desaparece con sólo encender una lámpara antigua o un fluorescente moderno, me refiero a la que he creado cuando cierro los ojos, cuando mi alma ya no escolta a mi cuerpo y mis manos extinguen la vida de otros.

Sin ver siluetas de colores ni tonos grises, siempre a las tres de la madrugada despierto, no sé si sea una costumbre que pueda cambiar pues no soy quien elige esa determinada hora. Despierto por la misma razón, una necesidad primaria. No sé qué le pasa a mi vejiga, me hace sufrir dándome a elegir entre impulsarme en ir al baño, que está a seis metros, o recreando en mi cabeza una vergonzosa situación húmeda en la cama. Tomo mucho valor, todo el que puedo concentrar en mí, decido ir al baño. Me levanto, camino un par de metros, me detengo y las imágenes vuelven entre sollozos muy aturdidores que automáticamente hacen erizar mi bronceada piel, qué temor más estúpido. De hecho, sé lo que tengo que hacer: cerrar mis ojos y desterrar mi nombre, mis miedos, mi alma, será mejor porque no tengo nada ni a nadie enfrente a quien quitarle la vida con mis manos.Se me estruja el corazón y me siento caer de bruces en algo suave, con un olor muy familiar y hasta personal, es mi cama. Abro los ojos y ya no tengo la necesidad de orinar, veo la hora en mi celular y no recuerdo qué pasó, mi cerebro enmarañado no recuerda nada después de eso, últimamente estoy muy mal. ¿A dónde fui? ¿Por qué demoré tanto? ¿Me oriné? Muchas preguntas y sólo una respuesta a la última pregunta pues nunca me he sentido húmedo. Ya no se me hace extraño, vivo con eso, con algo que no soy capaz de controlar. Quisiera poder saborear esos actos en medio de la tiranía de mi vida, de esa vida injusta que me tocó, porque esto no se lo deseo a nadie, esto no.

Despierto y siento que no me quiero vestir, me siento libre, relajado, un autista ante los demás y un desnudista ante mis ojos. Hoy soy un mango violado por gusanos y no una pera que espera ser golpeada para dejar de ser más verde que el carajo; no me gustan los cocachos, así no aprendo, me gustan las caricias fingidas y los retos que otros ya batieron. Hoy me siento un Sargento Pimienta setentón y no un David Bowie maricón, me he visto al espejo tres veces y ¡joder! sigo siendo marrón, he levantado cuatro monedas que había olvidado levantar hace un par de años o más, sé que no me traerán suerte, no son de suerte. He tocado una de mis guitarras, la eléctrica, la negra, Patzy, así la llamo desde que…ya no recuerdo. Sin querer queriendo Patzy sonó más rica que la última vez que tampoco recuerdo que tan bien sonó, sólo lo sé y me planto porque soy muy terco. Sigo tocando, una vieja aguantada golpea bruscamente mi puerta muchas veces, tal vez quiere que deje de manosear a Patzy. Ya no manoseo a su nieta por su culpa y ahora me quiere prohibir tocar a mi Patzy, a mi caderona.

No tengo amigos, ellos así se denominan serlo a pesar de lo hipócrita y sarcástico que soy cuando discutimos sobre la importancia de la amistad. Lo que si tengo son amantes, chicas hambrientas y fogosas que me citan cuando quieren y voy por ellas cuando quiero.

Es muy temprano, seis y media de la mañana, necesito desayunar. Entro al snack de la vieja Gloria, me saluda detrás de su surtida barra y hace una broma sobre mi falta de ropa en uno de los inviernos más entumecedores de los últimos años. Me río y le respondo: ‘’es que soy tan cool que tu opinión me la paso por el trasero’’, vuelve a reír, esta vez se unió un policía a la broma sentado en la barra mirándome de pies a cabeza y advirtiéndome sobre mis desatados pasadores, tenía prisa le respondo arrogante. Nunca me gustaron los policías, malditos perros, les pesa el uniforme.

Me siento lejos de la barra, mastico lentamente como si no hubiera un mañana, sentado entre olores y sabores, siempre me gustó este lugar. Voy al baño, ‘’sírveme más café’’ le digo a Gloria, me responde con un ademán que interpreto como un ‘’ok’’. Entro al baño, me quito las legañas, me lavo la cara, y de repente una nueva visión, una premonición tal vez; es Paula, alguien la sigue, está acorralada, en peligro. Me desespero y salgo corriendo del baño, avanzo por el comedor y Gloria grita ‘’oye espera, págame’’; -el policía se levanta, el vigilante del snack me intercepta en la entrada- ‘’espera flaquito, ya escuchaste a Gloria’’ -me habla prepotente-, ‘’no tengo tiempo’’ le respondo, lo empujo, él me responde con otro empujón que logra derribarme, en serio no tengo tiempo.

Mi instinto criminal aflora de nuevo, saco la llave de mi departamento y se la clavo en el cuello al atrevido vigilante, automáticamente chisguetea sangre en mi rostro y polo blanco sin estampado algún. Cierro los ojos, en ese momento sentí haber abierto la puerta del infierno y pintado con sangre el cielo una vez más.Abro los ojos y a unos cuantos metros una turba indignada, enajenada, un mar embravecido por corrientes de odio que rodean a una mujer arrodillada custodiando una llave hundida en el cuello de un hombre joven uniformado que yacía en el pavimento.

La muchedumbre a penas se abre para dar paso a los paramédicos que entran a socorrer al herido, a la víctima de un desquiciado, de un sádico. Puedo ver todo desde el tercer piso de un centro comercial, no sé cómo me deslicé del problema y llegué al borde de ese edificio, ya no tengo vértigo.

Es preciso mencionar cuán feliz me hace saber que tan efectivo soy asesinando, pero también lo infeliz que me hace no saber cómo logro serlo. La perfección es muerte, la imperfección es arte.

Para escapar no necesito correr, ni esconderme; encontrarán mi cuerpo, me fulminarán, me mutilarán, seré cenizas, pero aún los seguiré viendo y redimido ante ellos estaré con más eficacia y frialdad. No es que le tema a la muerte, pero no quisiera estar allí cuando suceda. No me espanta, porque sé que me exterminará o transformará mi existencia. Soy joven aún, para mí la muerte es sólo naufragio, no el puerto.

Al final, lo único que queda es recordar y saber que no se puede volver a empezar, nada volverá, nada; pero mejor aún, porque no empieza el juicio final. No tengo verdugo más que yo mismo. La gente le teme a la muerte, y joden cada vez que alguien quita vidas, ¿no saben acaso que la muerte es la cura? La cura a todos nuestros males que rebalsan nuestra alma, y algunas veces no hay que esperar hasta el final. Está bien morir, matar, para volver a nacer, y el que quiere nacer tiene que destruir un nuevo mundo. ¡Mierda!

Me apuro y llego a la residencial donde vive Paula, el ambiente está muy quieto, siento cada vez más el frío, me congelo, me cuesta respirar y moverme. Tengo la llave, la uso sin mirar sobre mi hombro, el portero no me prohíbe nada, no quiero volver a cerrar los ojos. Subo las escaleras y llevo conmigo un vendaval de frustraciones, de impotencia, de malas ideas y pesimismo.

Paula no está en su departamento, registro hasta el último rincón y lo único que llama mi atención fue una nota sobre su cama que dice ‘’Parque Planeta en 15 minutos’’. Qué desgaste simular que me importa Paula, en realidad es extraño, me he dado cuenta que la muerte es más dura asumirla que padecerla, siempre son los demás los que se mueren.

El sol ya salió y lo recibo corriendo, apurado, muy apurado, con más movilidad ya que el frío va desapareciendo y me recupero paulatinamente. El sol no me deja ver bien, ni el sol ni la muerte puede mirarse fijamente, me pone de mal humor, lo detesto.

Llego al parque, todo es muy frío de nuevo, el sol se escondió de mí, busco a Paula por todo el parque, no está, intento hacer el menor escándalo para no llamar la atención de nadie. Soy aparentemente un prófugo de la justicia y lo que mejor puedo hacer ahora es moverme sigilosamente. No quiero que me atrapen antes de hacer algo bueno por alguien, mucho menos que me quiten la oportunidad, la única oportunidad para saber el porqué de estas visiones, de esto indescriptible que me arroja cada vez más a algo que no conozco, a mi muerte más deseada después de la de mis padres.

No encuentro a Paula, no sé en qué estoy metido ahora, no sé, me muero de la intriga, mis ganas y esperanza están hechas trizas, no siento su corazón, la vida de Paula. No hay esperanza entonces. Sin ningún plan, camino hacia el lago que está rodeada por pocas bancas apolilladas. Alguien está luchando, quiere salir del lago, no sabe nadar, es Paula. Me muero por ir a salvarla, pero dos policías se acercan al lago a socorrerla, uno de ellos es el policía del snack de Gloria, lo reconozco automáticamente por su prominente mentón y su nariz aguileña, dilema a la vista, haré lo impredecible y lo menos auto beneficioso, salto al agua, me sumerjo. Paula ha dejado de luchar contra toda esa masa, la elevo hacia la superficie, no me costó nada, lo hice con un pedazo de corazón en la mano y sin cerrar los ojos. Le aplico la reanimación cardiopulmonar, está funcionando. Paula respira, la siento conmigo de nuevo, su corazón, toda ella. Paula a penas me ve se espanta, no lo entiendo, la acabo de salvar. El segundo policía la tranquiliza. Aún arrodillado levanto la cabeza, miro al policía, leo el nombre sobre su bolsillo derecho en su uniforme, L. Orellana, ese es el nombre del policía. Lo sigo mirando, no me levanto aún, el me mira también, sólo espero, no quiero hacer nada más. Espero que corra hacia mí y me apunte con su arma para llevarme y ser condenado a una pena injusta, como la vida, como la mía.

El policía ni se inmuta al escuchar la gente que se asoma para adorarme por mi heroica actuación. Me levanto, me alejo lentamente, siempre con la mirada en los ojos de Orellana. Salgo del cuadro dejando a Paula en mejores manos, siempre estará mejor sin mí.

Regreso a mi departamento, hay una patrulla vigilando la calle, veo a uno de los oficiales camuflarse en la jardinera al frente del edificio donde vivo. Tengo un mejor panorama que antes, los veo mejor ahora, desde cualquier ángulo. Trepo muros, es muy fácil llegar a mi departamento sin la necesidad de entrar por la puerta.

Una nueva premonición, Orellana está subiendo las escaleras, está llegando a mi departamento, golpea mi puerta, la derriba. Paula ha muerto y por mi culpa, eso es lo que me quiere hacer creer el policía. Veo venir una bala, está entre mis ojos. Es hora de irme, no lo entenderían.

Necesito papel, necesito escribir. Me siento solo, muy solo, mi muerte viene, asumiré mi soledad. He perdido la costumbre de vivir, me mantendré despierto, así podré ver mi muerte, si me duermo, la soñaré y no quiero eso, quiero ver mi muerte como un accidente, como debe ser. La muerte nunca es natural. Quiero que mi muerte ponga en cuestión al mundo, a todos. Se siente rico por ahora, qué genial sentir que viene la muerte, si no fuera un preludio a otra vida, esta puta muerte sería una broma muy cruel y de mal gusto. Mi lado inmortal se alejará sano y salvo, es lo que más quiero.

Tomo fotos de un álbum viejo, quiero tener conmigo los mejores recuerdos. No olvidaré mi mejor baraja, la más ganadora, gracias baraja. No tengo papel aún, está bien, qué mejor lienzo que mi propia piel, mi cuerpo.

¡Dispárame Orellana!, le ordeno, lo provoco.

¡Pon las manos sobre la cabeza Santiago! Me ordena el policía, como si fuera hacerle caso, ‘’es inevitable lo que pasará’’ le digo. ‘’Puedo ayudarte Santiago, déjame ayudarte, tu novia está muerta, tú mismo la secuestraste y la lanzaste al lago, has creado universos paralelos Santiago, necesitas ayuda, por favor, déjame ayudarte, confía en mí, acuéstate en el piso boca abajo, me acercaré’’.

Qué tipo más tonto, me habla de confianza, la confianza es la puta de todos -le digo-, y ‘’no me trates como a un loco, no lo estoy, sólo déjame ir, es lo que más quiero’’. ¡No te acerques! No lo hagas Santiago –suplica el oficial.

Mientras el pedía ayudarme, más compañeros suyos entraron en mi departamento con sus armas apuntándome. Quieren detenerme, sus miradas asustadas e inseguras me dieron más seguridad de hacer lo que tenía que hacer. Orellana prometió que nadie me iba a disparar, nadie iba hacerme daño. Por un momento sonó tan convincente que me dio lástima por lo que iba hacer y lo que sería de él después.

Me fui acercando, le pregunto ¿qué hacen los asesinos? No me responde. Le vuelvo a preguntar lo mismo, nadie responde, es mi turno entonces, ‘’los asesinos asesinan, Orellana’’. Me acerqué veloz y con convicción y una bala bienvenida del revólver de Orellana se hunde en mi frente, en mi ceño, como lo había visto antes, entre mis ojos.

Estoy muerto, desnudo, con letras en mi piel. Me siento libre, relajado, un desnudista ante los demás y un autista ante mis ojos. Espero encuentren la carta que les dejé, podría servir de algo, y en cuanto a ti Orellana: gracias, me ayudaste, lo hiciste de la mejor manera posible, mejor no pudo ser.

No encuentro a Paula por aquí, ¡oh, joder! Ya recordé, yo recluto para el otro bando.

Es genial poder elevarme, veo todo, ya no tengo vértigo’’.

Santiago no cambió, ni lo intentó. Yo si cambié, me aferré a la vida, le tengo más miedo desde aquella vez, pero el amor le quita el protagonismo, lástima que no sea siempre.

La carta no se la mostré a nadie al tomarla, la tengo aún conmigo, digamos que es uno de mis recuerdos más morbosos escritos con tinta sangre:

Hoy, 16 de Julio de 2015, domingo, a las 7:30 horas, he decidido por voluntad propia y sin ninguna clase de coacción externa, poner fin a mi vida, y lo hago siendo plenamente consciente de que lo que me espera al otro lado no es sino el vacío más absoluto, la nada, la no existencia.

La sola idea hace que mi pulso se acelere y la sangre se me congele en el pecho. Ni siquiera en estos momentos soy capaz de levantar la mirada ante semejante visión y no estremecerme de terror, pero la idea de permanecer un minuto más en este mundo es aún peor. Un mundo salvaje, egoísta, cruel y lo que es aún peor, hipócrita, un mundo del que reniego y al que no quiero pertenecer. No, ya no.

Fui un soñador durante todos estos años al pensar que existiría un papel para mí en esta pantomima, en este esperpento ridículo de sociedad que finalmente encontraría mi lugar en el mundo.

Abrí mi corazón, he dado todo lo que tenía y más, pero a cambio solamente he recibido incomprensión, desprecio y la más absoluta y dolorosa ignorancia.

El amor y la amistad son dos caminos vedados para mí, y mis ojos se inundan de lágrimas cada vez que pienso que me iré sin haber conocido a una sola persona con quien compartir todo lo que llevo dentro de mi ser.

Ya es demasiado tarde para la autocompasión, no puedo abandonar este mundo con mi corazón cargado de rencor y frustración. Mis últimas palabras han de ser de amor y agradecimiento, agradecimiento a mis padres que me dieron la vida y la esperanza de un mundo mejor y que desgraciadamente ya no están aquí.A ellos debo todo lo que he sido. Amor, a pesar de todo, hacia este mundo que seguirá girando impasible cuando todos hayamos desaparecido y en el que a fin de cuentas no siempre fui desgraciado.

He hecho todo lo que estaba en mi mano pero las cosas no han salido bien, soy débil y no he tenido el coraje necesario para seguir adelante. Ya es tarde, las fuerzas me abandonan, la vida se me escapa. Me voy de este mundo y me voy solo.

Bienaventurados los pecadores, porque de ellos será el reino de los cielos.

Adiós.

Santiago.

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