
Casi es extraño que llueva tanto, en esta ciudad no está previsto.¡Ufff, ya he metido el pie en un charco¡. Alcorque sin árbol. Intento dar un paso adelante, pero una fuerza tremenda me empuja al interior de esa sima; recuerdo mis pinitos como espeleólogo e intento bucear defendiéndome del sifón.
No siento miedo, cuando abro los ojos e intento respirar no tengo ningún problema en desenvolverme en aquel océano. Intento consultar mi reloj-teléfono sumergible, la correa me oprime muchísimo el brazo. Noto con estupor en ese momento que resulta mi incómoda su ubicación en una aleta de pez globo. Siempre he sido rellenito, pero adivinarme en este exceso redondeo me hace sonreír.
Quiero encontrar mi boca, fuerzo un giro y la adivino redonda, así son también mis ojos desorbitadamente saltones. Veo acercarse a mí desde las turbias aguas un tiburón, y mis branquias se agitan convulsivamente.
Soy Manolo-me saluda-, el barrendero de la Plaza de San Miguel. Llevo mucho tiempo en este lugar y no consigo salir. La sorpresa y la angustia me pueden en este momento… y milagrosamente mi reloj-telefono funciona.
Marco 112 con temblorosa rapidez, y mucha dificultad al tener que hacerlo con mi gelatinosa aleta.
-Bomberos al habla, por favor, indique ubicación…
Oigo un alborozo carcajeante de fondo al referirles nuestra situación.
Inmediatamente veo un aspersor, cuatro caras de asombro desde un camión rojo, y por si me habían tomado en broma decido darles las gracias cortésmente, me despido de Manolo, y mojado como una sopa continúo mi camino disfrutando de poder saltar charcos a dos piernas
OPINIONES Y COMENTARIOS