«La soledad, ese estado del que siempre he querido renunciar. Ese deshecho perverso en el cual me había encontrado alguna vez en mi infancia», pensó Maite, mientras tomaba una taza inundada de ese aroma a café que tanto deseaba después de un día desastroso.
Aquel día, fue un remolino de sensaciones, a pesar de haber amanecido celeste, con la eléctrica y ansiada luz del sol. Maite pasó una mañana oscura y tormentosa. En el colegio todo era oscuro como el negro azabache de sus propias pupilas.
-Maite, ¿cuándo será la próxima orgía? -le preguntó fríamente Mary.
Mary era una mujer alta con dulce rostro, su cabello la hacía parecer aún más angelical, cada tono de sus palabras que salían de ese profundo hueco rojizo de su boca eran sonoras marcadas, sobre todo las consonantes «s». Era una de las mayores mujeres deseadas por los hombres de aquel colegio. Allá donde fuese, su rostro angelical no pasaba desapercibido. Maite quería parecerse a ella, atraer más la curiosidad de los hombres.
Por aquel maldito motivo, quizás ahora Maite se encontraba en ese odioso momento en clase, donde se oía un susurro de voces hablando de ella, bolas de papel volaban acariciando su negro cabello, risas enlazadas que crecían aún más por el silencio que aguardaba Maite a aquella comprometida pregunta.
El día anterior fue uno de los peores días para Maite. Ese día pensó que desearía no haber existido en este mundo injusto. Maite no sabía lo que era sentir el calor de unos labios en los suyos, eso era algo que la resultaba demasiado curioso y tentador. Con solamente doce cumpleaños, no sabía lo que la podía haber deparado aquel beso.
Mary preparó una fiesta en casa de Maite, aprovechando que los padres de ella no estaban. Así que, Mary invitó a Lucas y a los compañeros de clase a la fiesta. Lucas era el chico más popular del colegio. Maite no sabía que Mary había invitado a más gente a parte de Lucas.
Sonó la puerta, Maite abrió. Cuando abrió ese trozo de madera no se pudo creer lo que sus ojos estaban viendo. Había mucha más gente de la que esperaba. Los nervios recorrían su cuerpo, no sabía qué era lo que Mary quería hacer en realidad ese día. Todos entraron en la casa empujando a Maite y a su hermana Claudia, que se quedaba en casa con ella.
La gente se sentó en el salón. Lucas fue al dormitorio de Maite. La joven no sabía qué era lo que estaba pasando; la decían que fuese al dormitorio con Lucas, pero no era lo que ella buscaba. Ella solamente quería saber cuál era la sensación de besar a un chico. Amigos de Lucas empujaron a Maite al dormitorio, a pesar de los impedimentos que intentaba Claudia para que no llevasen al dormitorio a su hermana, resultaron ser imposibles; aquellos chicos empujaban también a Claudia separándole de su hermana.
Silencio, eso es lo que oía Maite en su dormitorio. Encendió la luz y vio a Lucas sentado en la cama. Bajó la mirada y vio que Lucas no tenía sus deportivas puestas.
«No creo que sea lo que me estoy imaginando que pueda querer él», pensó Maite. Su corazón se fue acelerando cada vez más deprisa, el miedo la recorría sus venas, parecía como si la sangre que la recorría fuese fuego que la iba quemando por dentro.
-Venga, quítate la ropa. -dijo Lucas.
-N-n-n-o-o…. yo, yo, no que-que-ría esto. -respondió Maite tartamudeando. Sentía como si sus palabras fuesen un hilo de aire que salían de su boca con miedo a pronunciarlas por lo que pudiese ocurrir después.
-¿Pero que me estás diciendo? ¡Quítate las deportivas! ¡Vamos, no me jodas!.
Aquella muchacha temerosa, comenzó a quitarse las deportivas; era como ir desgarrándose un trozo de su piel.
-¡Venga, ahora la camiseta!.
Maite agarró unos de los picos de su camiseta y comenzó a subirla. Iba sintiendo como si se arrancara su propia piel, notó que sus ojos cielo empezaban a humedecerse, una gota comenzó humedeciendo su suave y blanquecina mejilla. Aquellos ojos comenzaron a demostrar el miedo y la angustia de Maite.
-¿Pero qué haces, chica? ¿Qué es lo que pasa? ¿No quieres follar? -preguntó Lucas en tono brusco. Su rostro estaba furioso, parecía como si sus ojos se saliesen de sus órbitas cóncavas.
-No, yo solo dije… de un beso. -respondió Maite temerosa por la comunicación de aquel rostro que tenía delante de ella.
-¡Venga, tía! ¡Vete a la mierda, puta!
Lucas, se calzó. Se levantó de la cama, empujó a Maite hacia un lado retirándola de su camino para salir del dormitorio.
Cuando salió aquel joven, Maite, temblando no dejaba de llorar.
«No es posible que esto me haya ocurrido a mí, ¿qué he hecho yo para que me haya entendido que quería tener relaciones? ¿por qué no me dejaban salir de mi dormitorio?. Soy una mierda, mi vida está arruinada. Todo el colegio va a saber lo que ha ocurrido, Esto es un infierno». pensaba Maite.
Se dispuso a salir del dormitorio. Salió, vio a Lucas y a sus amigos riéndose de ella. Notaba que su interior se hundía cada vez más. No tenía fuerzas para hablar, para decirles que parasen. Vio a su hermana Claudia llorando. Al cabo de un rato de tanta hipocresía de aquellos jóvenes, se fueron de la casa.
-¿Maite, estás bien? ¿te han hecho algo?, le preguntó Claudia, preocupada.
-No. ¿Donde está Mary?, preguntó Maite.
-En la cocina.
Maite fue a la cocina a buscarla. Cuando entró vio a Mary tumbada en el sofá gimiendo encima de Sergio (otro compañero del colegio) rozándose sus miembros. No era capaz de recibir aquella información que sus pupilas estaban intentando enviar a su pequeño cerebro.
-Mary, ¿qué estás haciendo? -fue lo único que pudo conseguir sacar de su interior.
Mary, al ver a Maite allí, agrandó sus ojos, se recompuso inmediatamente y respondió:
-Pues que voy a hacer, follar. ¿No querías una orgía? Mira que fiesta te he montado.
Maite sintió como su interior se iba quemando por dentro como si fuese una bola de fuego que quisiera fugarse y esparcirse por fuera sin control alguno.
-¿Qué? ¿Una orgía? ¿Tú sabes lo que acabas de hacer? ¡Vete ahora mismo de mi casa! ¡Vete ya!.
Mary, se levantó del sofá con Sergio. Sonriendo, quería hablar con Maite; pero ella, no quería oírla más, no dejó que pronunciarse ninguna de esas palabras que provenían de aquella joven maldita. Mary y Sergio se fueron de la vivienda.
Ya había pasado todo, Maite y Claudia estaban abrazadas juntas sin necesidad de hablar, solamente sentirse la una a la otra unidas. Al rato, empezaron a oír voces y gritos que provenían de la calle. Claudia se asomó por el balcón.
-¡Están todos afuera!
Maite se asomó y vio que la calle era un cúmulo de todas aquellas personas.
-¡Vamos Maite, ábrenos! ¡Es una fiesta!
Claudia y Maite volvieron dentro de la vivienda. Querían que toda esa pesadilla terminase. No sabían qué podían hacer para poner fin a aquello; lo que las tranquilizó era que su madre volvía a casa sobre las 20:00 y pensaron que iba a poder ayudarlas. Así que, decidieron esperar a que diese la hora. Las voces parecían que iban a ser interminables, que aquello nunca acabaría.
Se oyeron unas llaves rozar la cerradura de la puerta de la vivienda. Era su madre. Maite no sabía cómo contar lo sucedido, pensaba que era su culpa lo ocurrido, que se enfadaría su madre con ella. No se atrevía a contarla nada. Claudia tomó la iniciativa.
-Mamá, tenemos que contarte algo que ha ocurrido esta tarde en casa y Maite no es capaz de contarte por miedo.
-¿Qué ocurre? -respondió Laura. Empezó a preocuparse por tanta seriedad que la había trasmitido su pequeña.
Se armó de valor y empezó a contarla todo lo ocurrido aquella tarde. Después de oírlo, Laura rompió a llorar sin poder pronunciar palabra. Claudia dijo a su madre que su hermana no se atrevía a contárselo por miedo al posible enfado que pudiese tener hacia ella.
-¿Qué? ¿Enfadarme? Ella no es culpable de lo que la han hecho. Debemos hablar con papá. Lo que ha ocurrido es una violación, es algo bastante serio. –contestó Laura.
Al cabo de un rato llegó Marcos a casa, el padre de Maite y Claudia. Se encontró a su mujer llorando en la cocina, las niñas en el salón sentadas en silencio. Sabía que algo ocurría, que algo no iba bien. El ambiente que se respiraba era profundo y devastador.
-Laura, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás así? –preguntó nervioso.
-Hoy en casa ha habido una fiesta con varios compañeros del colegio de las niñas. La fiesta la organizó Mary, la amiga de Maite. Ha faltado muy poco para que a Maite la violasen, la han obligado a entrar en su habitación, a quitarse las deportivas y la camiseta. A Claudia no la dejaban ayudar a su hermana. Mary estaba aquí en la cocina dándose el lote con uno. Maite se siente culpable por lo ocurrido, no se ha atrevido a contármelo. Me lo ha contado Claudia. Sabemos que Maite está yendo al psicólogo por lo que está pasando con sus compañeros de colegio, pero no me podía imaginar que la llegasen a hacer una cosa así. Sabía que esa niña no era buena compañía para ella. Se lo dije mil veces. ¡Mil veces se lo he dicho, Marcos! ¡Pero nunca me hace caso! ¡Hace lo que la da la..!
-Tranquila, Laura. Hay que hablar con Maite y poner solución. Lo que ha ocurrido hoy aquí es un delito. Vamos a tener que hablar con el colegio y tomar medidas. –la interrumpió Marcos.
Maite llevaba muchos años sufriendo acoso escolar en el colegio. Empezaron quitándola el bocadillo que se llevaba, después recibía insultos sobre su pelo, sobre las coletas que la hacía su madre de pequeña, su frente ancha, la decían que su frente era una pista de patinaje… Maite se vio sola, sin amigos, sus compañeros de clase no la dejaban jugar en la hora de recreo con ellos; odiaba la hora del recreo, se veía abandonada, no hablaba con nadie porque siempre recibía insultos, empujones… Los profesores no la dejaban que jugase con su hermana y las compañeras de ella en la hora del recreo. La decían que jugase con los compañeros de su clase y ninguno de sus compañeros quería jugar con ella.
No quería estudiar ni ir al colegio. Sus notas eran pésimas, la mayor nota que lograba conseguir era un mísero 4. Sus padres la regañaban por las notas, ellos no sabían lo que la ocurría. Maite tampoco habló de ello con sus padres. Había profesores que pensaron que una de las soluciones era separarla en un pupitre al lado del profesor, para que así, mejorase en sus notas. Una profesora empezó a insultarla delante de sus compañeros, diciéndola cosas como: ¡atiende! ¿Qué estás en Marte? Baja de allí, extraterrestre. Sus compañeros cuando oían algo así, se reían de Maite. Incluso, aquella profesora la daba “capones” en la cabeza, quizás así podría estar más atenta. Pero no. Maite no quería estudiar, siempre estaba deseando que llegase el fin de semana para terminar todo ese horror.
Empezó a crecer y llegó a hacerse mujer, sus pechos se agrandaron, le bajó el periodo… todo aquello que describe a una mujer. Un día, Maite sin darse cuenta manchó la silla de clase de su periodo. El profesor se dio cuenta, cuando se levantaban para terminar la clase. Delante de todos sus compañeros la dijo que limpiase inmediatamente la silla con la lengua.
Tanto sufrimiento tuvo que pasar, que ya no sabía que podía hacer para tener amigos. Así que, pensó en Mary (la chica más guapa del colegio) y decidió ser como ella. Empezó a no comer, cada vez fue siendo más delgada. El odio que sentía a sus padres era inmenso, pensaba que ellos tenían la culpa de lo que la estaba ocurriendo en el colegio. Así fue como sus padres se dieron cuenta que Maite tenía un problema. Empezó yendo a un psicólogo donde la evaluaron con: principio de anorexia y acoso escolar.
-Maite, ven. Tenemos que hablar. –le llamó su padre.
-Lo siento, papá. Yo no quería hacer la fiesta, solo me gustaba un chico. –comenzó a explicarse Maite.
-Pero ¿tú querías tener relaciones con ese chico? ¿Tú te quisiste desnudar? Esto es serio, hija; más serio de lo que piensas. –habló Laura.
-No, mamá. Yo solamente quería besarle, pero no quería desnudarme ni tener relaciones.
Maite sentía como si fuese a hundirse la tierra y fuese a caer dentro. Tenía vergüenza.
-Vale, tranquila hija. Esto se llama violación. Puedo imaginarme como te puedes sentir. Te sentirás sucia, avergonzada… no sientas vergüenza, tú no has hecho nada. Dúchate y te sentirás mejor. –intentó calmarla su madre.
-Vamos a hablar con el colegio. Tienen que tomar medidas. –le dijo su padre.
Maite fue a la ducha. Se dio un baño. Pero esa agua no borraba las huellas que tenía dentro. Eran heridas imborrables incapaces de arrancarse.
Al día siguiente, Maite no quería ir al colegio. Sabía que ahora iba a ser más pudoroso estar en clase. Así fue. Con aquella frase de Mary: “¿Cuándo será la próxima orgía?”. Pero Maite, estaba dispuesta a sacar todo su interior. No quería que la arruinase más su persona. Entre bolas de papel que lanzaban una y otra vez hacia ella, rozando su cabello, pensó: “Tú, mísera estúpida que planeaste aquella fiesta. No estoy dispuesta a darme por vencida. Voy a cambiar”. Se armó de valor, dentro tenía una coraza fuerte resistente a lo externo. No quería aguantar más insultos, más hipocresía hacia su persona.
-No quiero volver a verte más, puta. Se acabó. Tú hiciste esa fiesta. Eres una zorra. –contestó Maite sin pudor.
Al escupir aquel conjunto de palabras, su coraza era más fuerte. Sentía como crecía por dentro su rabia, su odio. Maite había cambiado. Nadie esperaba que se atreviese a contestar con aquellos modales. Paró la lluvia de bolas de papel, las risas se convirtieron en un profundo silencio ensordecedor. Sabía que había ganado la batalla.
La megafonía que provenía del pasillo rompió aquel silencio victorioso:
-Mary, vaya a dirección.
Mary se levantó de su pupitre y se dispuso a acudir a dirección. Después de unos cuantos minutos, aquel altavoz volvió a hablar. Maite se dio cuenta que estaban llamando a cada una de aquellas personas que estuvieron aquel día en su casa. No sabía qué podía estar pasando. Los nervios volvían a encontrarse en el fondo de su estómago, sus piernas eran frágiles como algodones que en cualquier momento se esparcirían.
Los padres de Maite habían hablado con el director del centro. El director les comentó que Maite no dejase el colegio. Prometió hacerse cargo de lo sucedido. Hablaría con cada uno de los que estuvieron en la vivienda. No querían que denunciasen al centro. Sus padres confiaron en que el centro pondría cartas en el asunto.
Cuando terminaron llamando a todos y a cada uno de los compañeros que estuvieron allí, llamaron a Maite. Salió de clase, aquellos nervios empezaron a convertirse en sudor. Pensaba que no podría respirar con el calor que brotaba de su cuerpo. Bajó las escaleras, sintió sus frágiles piernas como flojeaban al descender por cada uno de los peldaños. Por fin llegó a dirección.
-Pasa Maite, siéntate. Ahora vuelvo. –dijo Carlos, el director del centro.
Aquella habitación era fría y temerosa. No sabía lo que podría ocurrir allí. Todavía se sentía culpable por lo sucedido, incluso no quería que les ocurriese algo a sus compañeros. Ella solamente quería poner fin a lo que había vivido ese día y todos los días desde que entró en el colegio. Un golpe que provenía del exterior la inquietó aún más:
-¿No te jode, la niñata esta de mierda que va a conseguir que me cierren el centro? ¿Pero qué se ha creído, la payasa?. – dijo Carlos dando un puñetazo a la puerta de dirección.
Maite se encogió, se sentía diminuta ante la superioridad de aquel hombre. Carlos entró en dirección. Se sentó en su amplia y cómoda silla. Estaba nervioso y sudoroso. Maite nunca le había visto así. No le conocía en ese estado.
-Bueno Maite… tú has liado todo esto. Tus compañeros me han dicho que ellos no organizaron nada, que fuiste tú la que planeaste aquello. Con Lucas también he hablado y me ha dicho que fuiste tú la que le insististe en que se quitase la ropa, que querías tener relaciones con él. –empezó a decir Carlos.
-No, yo no lo organicé. Fue Mary, yo solamente la dije que me gustaba Lucas. Ella llamó a toda la clase y organizó aquello. Yo no quería tener relaciones con Lucas. –consiguió excusarse Maite.
-Voy a hablar con tus padres. Esta tarde quiero hablar con ellos. Vas a decir delante de ellos que tú organizaste la fiesta, que tú querías tener relaciones con Lucas, que le insististe en que se quitase la ropa. Quiero que sepan quién eres. No estoy dispuesto a que me jodas mi centro. Así que, se lo dices, esta tarde a las 20:00 que vengan aquí a hablar conmigo. ¿Te ha quedado claro?.
-Sí, se lo diré. –respondió temblando.
Cuando salió de allí, sentía un mar de olas dentro de su estómago, quería llorar. No podía llorar, no quería que nadie viese sus lágrimas. No quería que la viesen débil. Volvió a clase. Todo transitó con normalidad. Parecía que al hablar el director con sus compañeros, la paz volvía en el colegio.
Sonó el timbre de salida. Las clases terminaron. Maite salió. Al salir vio que un grupo de sus compañeros estaban riéndose de ella. Su padre fue a recogerla aquel día porque Maite se lo pidió, tenía miedo por si iban a pegarla. Lo que la dio fuerzas para no escuchar aquellas risas fue la imagen su padre. No estaba sola.
Cuando se encontró al lado de su padre, agachó la cabeza y le dijo entre lágrimas:
-Papá, se están riendo de mí. No quiero volver más al colegio. ¡No me hagas venir más a este colegio, por favor! ¡Te lo pido por favor! No quiero venir más. Cámbiame de colegio, por favor.
-¡Para Maite! Vale, no te preocupes, mañana muevo papeles para cambiarte de colegio. Deja ya de llorar. –contestó su padre aportándola tranquilidad.
-Carlos quiere hablar con vosotros dos, esta tarde. Me ha dicho que vengáis a las 20:00. Me dice que diga que yo organicé la fiesta, que quería tener relaciones con Lucas y que yo le insistí en que se desnudase. Tengo miedo, papá. –siguió diciendo Maite entre lágrimas.
-¿Cómo? Mira, no te preocupes, vamos a ir a hablar con él. Vamos a estar contigo en todo momento, no te vamos a dejar sola porque eres menor, eres nuestra hija. No te va a obligar a mentir, tienes que decir la verdad. Tienes que atreverte a decir la verdad delante de ese individuo. –dijo bastante enfadado.
-También le he oído decir cómo me ha llamado niñata y que al final le voy a hacer que le cierren el centro por esto.
-No te preocupes, cariño. Ese tío no tiene por qué insultarte, ni hablar contigo sin estar yo o mamá delante.
La tarde parecía interminable. No quería que llegase el momento de que sus padres hablasen con el director, pero pasaban las horas y veía en aquel reloj de la cocina como se acercaba la hora. Sabía que tenía que ser fuerte.
“Ya basta de que me humillen, de que siempre se rían de mí los demás. Tengo a mis padres, no estoy sola. Ellos son mi fuerza. Diré la verdad. Tengo que hacerlo.”, se decía a sí misma una y otra vez.
Dieron las 20:00 y allí estaban sus padres, Carlos y Maite en aquella sala repugnante. Se saludaron formalmente y comenzó la reunión:
-Bien, he estado hablando con Mary y con todos los chavales que estuvieron en su casa. Todos coinciden en lo mismo, me dicen que su hija fue quien organizó la fiesta y que ella quedó con Lucas para tener relaciones. Fue ella la que insistió en que se desnudase el chaval. He hablado esta mañana con Maite y me lo ha cerciorado. –comenzó a decir Carlos.
-¿Eso es así, hija? –preguntó Marcos.
Se sentía nerviosa. Tenía miedo por aquel hombre que estaba delante de ella, el director. Por un momento pensó, por miedo, que debía decir que sí, simplemente por terminar aquel infierno. Pero, no quería quedar como una mentirosa, y decidió decir la verdad, con la fuerza de sus padres. Era el momento de seguir creciendo aquella coraza fuerte que había decidido tener dentro de sí.
-No, todo lo contrario. Además, hoy Carlos me ha insultado y ha dicho que voy a conseguir cerrarle el centro con este lío. –consiguió defenderse Maite.
-Muy bien. Mira Carlos, a nosotros no nos vas a mentir. Mi hija está yendo a un psicólogo por todo lo que la estáis haciendo pasar, la estáis haciendo acoso escolar. Ahora me vienes a cambiar las palabras de ella, por salvar el culo de tu centro. Podría meterte en la cárcel por lo que habéis estado haciendo y agravarlo con esto. Mis hijas no volverán a este centro. Sois unos impresentables. –contestó Marcos bastante enfadado.
Maite y sus padres se fueron de allí sin más. En cuanto cambiaron a Maite y a su hermana de centro, Maite consiguió mejorar en sus estudios, sus notas se convirtieron en notables y sobresalientes, empezó a tener amigos, a conocer gente, empezó su felicidad.
Todo aquello lo publicaron en los periódicos. Las familias de la ciudad de Lyon, donde estaba aquel colegio, dejaron de llevar a sus hijos. El colegio tuvo que cerrar.
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