Ahí estaba ella, servida a los pies de la gran ciudad con su traje elegante y sus guantes impecables, como todos los días.
Pero un día, dio un paso atrás, respiró. Se extrajo de las personas que la empujaban para no perderse el semáforo, sumergidos en la vorágine diaria. Miró a su alrededor: las copas de los árboles se movían de un lado a otro, los pájaros intentaban pararse entre los cables de la ciudad, el sol se reflejaba en las vidrieras y se vio a ella, alejada de la gran ciudad.
– Nunca me vinculé con lo esencial- pensó.
Sonrió, no cruzó la calle. Despertó.
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