Respiraba muy rápido. Había despertado y la magia se acabó. Miró alrededor. Vio su cama vacía, el librero desordenado. No recordaba el origen de aquella histeria. No lo creía. Despertar desnuda en el suelo de su habitación no era de chicas bien. No podía hablar, quería gritar. Recordaba soñar con él. Sentía sus labios hinchados por los besos ficticios en su inconsciente. Pensó en levantarse y tomar una ducha fría que removiera los escombros existenciales. Decidió quedarse inmóvil un poco más; pero el silenció la aturdió, y forzando una sinapsis antidepresiva, se puso de pie. Su figura era esbelta. Adoraba verse en el espejo con los modelos de diseñador y los tacos -suela roja- que la destacaban. En redes sociales gustaba de los «likes» y aumentar «seguidores». Aunque, allí mismo, quisiera ahogarse en un profundo grito de soledad. Era bella, pero no suficiente.
Buscó su celular, y decidió buscar los rastros de la noche anterior. Miró las fotos en su cuenta de Instagram. Habían varias. Exactamente nueve tomas. Confirmó que habían estado los tres juntos. Nadie intuiría que entre ellos combustionaba la pasión. En la última, se veía a Julia en medio de los dos. Con su bolsito de lujo, que adquirió en su último viaje. Julia, tan bonita, con el perfil perfecto: educada, culta, independiente, e intelectual. Reunía todos los clichés posibles que trae el nuevo «empoderamiento femenino en redes sociales». O en otras palabras una ególatra fashionista, quien desconocía la apuesta del novio a un juego de seducción letal con otra mujer.
Sin embargo, sentía que el juego estaba acabando con ella. Quería hacerlo público. Difundir lo que pasaba entre ellos. Pero lograba cierto apaciguamiento, porque negaba reconocerse «enamorada». Acaso por el precio de no tenerlo en público obtenía la verdad de sus sentimientos. Por lo menos a ella no le ocultaba nada. Iba por ella. La buscaba, como un depredador ansioso. Odiaba las miradas que la veían bailar en los «afters» privados. Contó las veces en que las escenas de celos finalizaron en una explosión multiorgásmica. Obviamente, después de enviar a Julia a casa, previa justificación de una reunión de trabajo imprevista. A ella no la podía engañar. Aceptaba la clandestinidad a cambio de honestidad. Ella era la personificación del engaño. A mi sí me ama – se repetía. Y así estuvo, observando por mucho tiempo las redes sociales. Hasta que se calmó. Pero aún no entendía, que había pasado la noche anterior. ¿Por qué su departamento estaba tan desordenado? Y ella sin ropa, y sin rastro de él dentro de ella.
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