Sentada en el marco de la ventana observo sin mirar la calle.En el cielo,la dama luna interpreta su papel en un teatro de nubes,negras como los ojos de Platero. Una vela blanca besada por el viento antes de sucumbir en el naufragio.Un diente plateado entre los posos del café.Un holograma del satélite en el cielo futurista.
Mis pensamientos vagabundean cuando se ven súbitamente empujados hacia un punto » de lo de fuera»: la hierba recién pintada se ve rasgada por repentinas sombras, que ligeras cuales fantasmas de la noche,apenas rozan el manto radiactivo de la tierra. Las llaman zorros. El verde pliegue convexo se convierte en el compás de una velada bestiaria, los tiernos brotes se estremecen ante el contacto de las almohadillas rasposas. La piel olivácea del vientre fértil vibra con las cosquillas de las criaturas danzarinas que bailan un ritual eterno, ignorando mi ojo que nombra.
Las nubes ya no acechan a la luna. Ya puedo sentarme en su silueta,esperando sentir la colgadura de tu mano,el pliegue de tu muñeca en mi ventanita de la realidad,la cual se comba a la facilidad de tus labios, como ha hecho desde hace millones de años.
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