Le dice que yo no existo, habla de otro tiempo, el de nuestros ancestros. Otros colores, otros olores, no necesariamente mejores sencillamente desconocidos. Dotaba de un tinte melancólico la descripción de un mundo en el que no estoy yo, ni tampoco él. Quizá el deseo de lograr maravillar con sus palabras hacía que se decantase por una vida pasada que jamás sería la suya. Una ficción, una evocación del ayer repleta de un deseo de pertenecer y sentirse enraizado.

Encontró preguntas que dejaban libre a la interpretación, no había respuestas que censurasen a su imaginación. Fue lo que terminó de convencerle, viviría en un ayer fingido.

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