Hoy fui al dentista, a la cuarta sesión de mi triple tratamiento de conducto. Fue hermoso.
Fue hermoso también por inesperado, ya que el recinto se asemejaba más a una planta productora que a una consulta privada. Decenas de estaciones de trabajo ocupaban la segunda planta del edificio. Todo muy limpio y bien iluminado. Pero la sensación de industria era reforzada por los estrechos pasillos, el ruido blanco de los taladros dentales y el notorio olor a aquellos químicos indescifrables pero por todos conocidos.
Su silueta cubierta me era ya un poco más familiar, tal como el camino a seguir para llegar al cubículo designado. Nunca vi su rostro, pero si sus ojos, manos y cuello. Todo fue tan delicado como impersonal, tan cercano como protocolar, y tan mio como de los demás.
La cama medica me acogió con firmeza y me contuvo. Su esponja tenía la consistencia precisa, ni muy dura para hacer doler, ni muy blanda como para incomodar. Su mecanismo me llevó a lo horizontal y una manta leve me cubrió de pies a cuello. Una luz potente se activó sobre mis ojos e hizo más lejana la distancia a la rutina. Las paredes matriciales se acercaron y parecieron aislar un poco mejor el ruido circundante. Una radio eterna se hizo presente, e irradió con fuerza su frescura anglo-pop y adolescente.
Por largo rato así quedé, escuchando maquinas, música y voces. Una gran pieza de goma fue puesta sobre mi boca y cubrió con ello gran parte de mi vista. Los lentes colo amarillo amniótico que me pusieron al llegar, se cubrieron poco a poco de gotitas y vapor. Fue así que solo un rinconcito de vista nublada me quedó. Y en ese transe estaba yo. Viendo de cerca a la ninfa cuidadora, a su joven asistente y su metálico arsenal de curaciones.
Entre dormido y despierto vi sus ojos, cuello y pechos; sentí sus manos y su abrazo. Me vi en casa de niño con mi mamá, acogido y abrigado. Sus pinchazos eran cariños y su dedicación mi relajo. Fue hermoso, primitivo y maternal, delicado e impersonal, fue anónimo, pero especial.
OPINIONES Y COMENTARIOS