Nada ocurre. Y pienso que hoy va a pasar, tiene que ser hoy. Aparecí en el principio de los tiempos y desde entonces no pasa nada.
Me sembraron el primer día en el jardín que linda con el patio, por puro aburrimiento. Y ahí, poco a poco, vi que era una plantita de ají. Pronto me sentí echando frutos, que en ocasiones me arrancaban para alguna comida que yo no disfrutaba, pues no podía comer. El perro me orinaba encima cuando no miraban y tiempo después lo enterraron a mi lado.
Me cercaron con cemento, lo echaron hasta encima de lo que quedaba de mascota. Y me sentí isla al ver como aparcaban, cada día, los dos vehículos con los que hacían movilidad escolar. Salían a trabajar y volvían a acostar las combis. Ni me miraban.
Cuando el civismo llegó a mi tierra, ese día, no cogieron ni un fruto. Y eso que habían convocado una gran reunión para comer de pie, tal era la pena. Cavaron a mi alrededor y me cogieron en brazos, trasladándome a una caja con todo lo necesario para sobrevir al viaje y me dormí. Desperté con otra luz, otro olor y otras exigencias. En el nuevo lugar me pedían el fruto maduro, que se cayera solo. Pedían y pedían. Me salieron patas y fui en metro. Iba a la taquilla a comprar el boleto para la ida y la vuelta y me licencié en agrono-economía. Lo hice por la tierra, por el dinero y por el fruto maduro. Perdo nada era suficiente para cubrir las demandas de este mundo. Yo había esperado lo prudente y pese a los esfuerzos, nada ocurría. Me cansé y me planté.
Por eso vivo en una maceta, puesta en el alféizar de un hogar desconocido. A veces, no noto la diferencia entre estar dormida, quieta, muerta o renovada tras una poda. Pero ya hace más de cien días y escucho unos pasos que vienen lento.
OPINIONES Y COMENTARIOS