DEJAVÚ

Aún recuerdo con nostalgia esa mañana, mes y año en la que desperté con la ilusión de ver más cerca el viaje de mis sueños. Esa aventura que llenó por años mis deseos e ilusiones. Tantas veces me imaginé allí, que casi había pisado sus tierras, su frondoso verde. El simple hecho de colmar mi mente con la silueta del país de la sonrisa dibujaba una en mi rostro.

La economía y el ritmo de vida actual cortan las alas de los sueños de los humildes. Pero es este ángel sin alas el que mantiene viva la llama de la esperanza. La esperanza de volar más allá de los límites sociales aterrizando en nuevos mundos e imaginándonos viviendo esa realidad ansiada. No existe un medio de transporte tan mágico e inverosímil como nuestra imaginación.

Siempre fui de esos viajeros que disfrutaban casi tanto, preparando el viaje como llevándolo a cabo. Adoraba empaparme en cada página de cada guía que me transportaban a exóticos lugares de ensueño. Llegaba a imaginarme allí acariciando la cabeza de un elefante asiático o chapoteando en el barro delos arrozales. Degustando un pad thai en plena calle y deleitandome con los aromas picantes y dulzones de la Street food tailandesa. Podía sentirlo, notar el barro en mis pies y los aromas de los mercados callejeros llenando mis sentidos. Llegué a escudriñar tan profundo enaquella tierra multicolor, de tantos viajes nunca realizados, que me sentí parte de ella.

Tailandia, más que un viaje, se había establecido ya en mi mente como una Valhala idealizada, en el que cualquier realidad se quedaría corta. Mi imaginación había viajado tantas veces allí que si mi cuerpo llegase a profanar aquel santuario de mi mente, mancillaría mi paraíso particular. Todos necesitamos nuestra utopía, una cima que nos cueste alcanzar. Muchas veces, en la vida es más importante el ascenso, el escarpado camino a esa cumbre que resplandece sobre nuestras cabezas y nos impulsa a alcanzarla. Pero, ¿la sensación una vez alcanzada la meta constituye una evolución psicológica tan importante como la escalada en sí? Viajar nos ayuda a crear recuerdos que son el único equipaje que carga el alma cuando abandona nuestro cuerpo mortal. Nos ayuda a construir nuestro templo particular en el cual refugiarnos cuando las vicisitudes del camino nos embriagan.

Hoy, querido nieto. En este punto de mi viaje vital que rosa su final; sin haber alcanzado ese lugar marcado en rojo en mi cuaderno de bitácora. Sin coronar la cima que los caminos de la vida me han negado. Quiero entregarte mi vieja guía, que durante tantos años entre sueños e ilusiones constituí junto a un billete de avión y mis escasos ahorros. Para que vivas por mí aquel sueño que mi maltrecha salud hoy me impide. Qué sientas las emociones y sensaciones que yo no pude vivir. Que cuando pises esa tierra de mi anhelo, pienses en este anciano, pero sobre todo fijes así tus propias cimas y disfrutes al máximo de tus ascensos.

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