Leer «Escritura(s)» de Ramón C. fue como darme cuenta de cómo el mundo digital ha cambiado la manera en que nos expresamos. Me hizo recordar mi propia historia con la escritura, desde aquellos diarios en los que escribía en mi infancia hasta los infinitos audios de WhatsApp que me envía mi mamá.

Cuando era apenas una niña de unos nueve años, escribía en el primero de muchos diarios que me regalaba mi madrina. Solo me desahogaba en esas páginas. Recuerdo ese amor de mi niñez que se llamaba Pedro José, a quien admiraba mucho, pero que también era mi mayor competencia en matemáticas. Escribía muchísimo sobre él. Las historias que contaba sobre mi día, mis sueños y hasta mis enojos, ahora las miro con nostalgia. Había algo tan auténtico en escribir para mí misma, sin filtros. Hoy, en medio de tanta tecnología, siento que he perdido un poco de esa espontaneidad y naturalidad. Aun así, me siguen gustando las cartas escritas a mano. Son tan personales, tienen una cercanía que no se logra de otra forma. Cada año, para mi cumpleaños, mis amigos me escriben alguna, y las guardo como un tesoro. Porque lo escrito a mano tiene un valor emocional que no se puede comparar.

Y entonces, llegaron las redes sociales a mi vida. Mi primer contacto fue con Hi5, donde empecé a compartir fotos y escribir frases. Ese fue mi primer paso hacia un cambio: de lo privado a lo público, de lo personal a lo compartido. Las fotos empezaron a tener el mismo valor que las palabras. Antes, yo coleccionaba mis fotos en álbumes físicos, como pequeños tesoros de papel. Ahora, algunas de las cosas que me he atrevido a escribir están en línea, disponibles para una red de amigos… y de “amigos”, muchos de ellos desconocidos, pero con quienes comparto intereses. Y se volvió otra forma de contar historias. Lo que antes se escribía en un cuaderno, ahora se deja en el muro de una red social.

Como dice Ramón C., ahora no solo se escribe con letras. Fotos, audios, emojis… todo comunica. Ya no es solo qué se dice, sino cómo se dice y con qué lo acompañamos. Cada formato le pone su propio tono al mensaje.

Y hablando de cómo nos expresamos, no puedo dejar de mencionar a mi mamá, que encontró una forma de “escribir” que antes ni se imaginaba. Ella apenas llegó hasta quinto de primaria. Nunca se sintió muy cómoda con las letras, y mucho menos con las reglas de ortografía. Pero desde que descubrió los audios de WhatsApp, me manda mensajes de voz a diario. Y ahí, en esos audios, está ella entera, de una forma que no se capta con palabras escritas. Como decía Marshall McLuhan, “el medio es el mensaje”: no solo importa lo que se dice, sino cómo lo decimos. Mi mamá me “escribe” con su voz, con su cariño, y eso tiene un valor tremendo.

Lo mismo veo en mi hijo, que tiene trece años. Él se comunica jugando en línea, usando emojis, stickers y frases que, a veces, ni entiendo. A primera vista, parece un lenguaje extraño, pero si lo miro bien, me doy cuenta de que también está contando historias, que se está conectando con su gente. Es su forma de escribir, en su idioma. Ramón C. habla de cómo la escritura digital se amplía, se mezcla, se reinventa. Y a mí me gusta pensar que mi hijo también escribe, solo que a su manera.

Todo esto me lleva a pensar: la escritura ha cambiado, y nosotros con ella. Antes escribíamos con lápiz y papel, ahora lo hacemos con teclados, pantallas y micrófonos. La manera en que nos comunicamos sigue evolucionando, y la escritura ya no se limita a un formato tradicional. En las redes, blogs, e incluso en los mensajes de WhatsApp, lo que escribimos es una mezcla de recursos: desde un emoji hasta un video. Es una escritura híbrida que nos obliga a aprender a usar las herramientas digitales de nuevas formas.

Pero eso no quiere decir que hayamos perdido la esencia. A veces la nostalgia me lleva a esos días en que escribía a mano, sin preocuparme por el internet ni por cuántos me iban a leer. Me sigue gustando escribir como antes, porque esas cartas, esas notitas, tienen una cercanía que no se puede sustituir. Pero también reconozco que la tecnología ha abierto muchas puertas. Hoy, escribir es mucho más que poner palabras en un papel: es compartir una imagen, un audio, una historia, y todo eso forma parte de un lenguaje mucho más amplio.

Al final, la escritura se adapta a los tiempos, pero siempre busca lo mismo: conectar, contar, compartir. Y aunque las herramientas cambien, lo que no cambia es ese deseo de comunicarnos y de ser escuchados.

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