Los imanes ya no se pegan unos con otros. Con tal de no hacerlo, se objetan mutuamente tanto que da risa, y se conforman así algunas de las situaciones más hilarantes que uno presenciará en esta vida. Valga el ejemplo de ayer cuando fui a pegar el aviso del nuevo almacén del barrio: si hubiera usted oído la perorata que le propinó la heladera al imán del aviso no habría tardado mucho en desvanecerse de la risa. En principio, comenzó por cuestionar que su contraparte no tenía regularizada su situación fiscal, es decir, que no contaba con sus impuestos al día. Luego, que era importado y que, al no provenir de la industria nacional, era el producto de otras foráneas y desagradables manos, de cuya labor , encontrándose uno en su sano juicio, jamás podría sentirse orgullo y finalmente culminó por sentenciar que resulta agraviante para sus derechos personales el tener que sufrir de su indeseable compañía por un segundo más. Citó, para fundamentar su oposición, extensos e ilegibles párrafos del manual de uso que expide la fábrica de heladeras e incorpora a la paquetería en el acto de despacharlas. Acaso lo más emocionante de atestiguar aquel singular suceso fue la reacción de nuestro amigo el imán, quien ciertamente sorprendido por semejante situación, pergeñó, en lugar primero, apaciguar la situación, respondiendo con la ductilidad que le es característica a los dignos ejemplares de su especie. Adujo, entonces y entre otras cosas, que no pretendía molestarla, y que su accionar respondía unívocamente a las leyes de la física. De nada sirvió. Ante cada estocada de razón, el orgulloso congelador permanecía cada vez más firme en su tesitura, perorando a su enemigo en tono de progresiva condescendencia. Luego de una breve meditación al respecto, y no sin un cierto destello de tristeza, nuestro protagonista decidió que debía iniciar tratativas con algún otro electrodoméstico del hogar, y comprendió, además, que en el futuro debía ser más cauto al acercarse a estos gigantes de la industria.
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