I.
Me diste la Palabra,
Ciencia verso,
Contra facta.
Te di el silencio
De mi espalda,
Llama, fuego, calma.
Éramos dos desconocidos
Metidos en una cama,
Suma extraña.
Y al día siguiente,
La mañana.
II.
El día extraño de tu despedida
Era desconcierto de lucro
Sin afán.
Te eché de menos dos minutos
Notando aún cálidas tus manos
En la cama.
Salí del nido, batiendo alas
Prestadas por una semana
Hacia la ventana.
Y allí, viéndote bajar por la escalera
Destartalada, parece hueso roto,
Te rezaba.
Si tú eres mi Dios, y yo tu ángel
De contrabando en este cielo,
¿Dónde quedamos?
III.
No debo envidiarte, me decías esa tarde,
¿Por qué no? Quiero envidiarte, enjutado,
Enflaquecido por morderte y no devorarte.
Eras tú la alta torre que la brisa de mi fuego
Ladeaba, siendo yo el huracán estrecho,
Eras tú lo que no podía ser, y también eras verso.
Me mirabas como sólo sabe mirar un Dios,
Me mirabas, en toda la acepción de la palabra,
Y yo sabía que me mirabas, porque te amaba.
Y yo, atontado por la envidia, te adoraba,
Te adoraba tanto que te envidiaba,
Y tú no sabías ver las señales que te daba.
IIII.
A semanas de adoración pasaron
Siglos de indiferencia, interrumpidos
Por catástrofes, hambres, pestes, guerras.
Y en mí se anidaban los pájaros, en el hueco
Que dejó mi corazón, arrancado a fuerza
De dejar de pensar en ti.
Usaré uno para mandarte en su pata
Una misiva de derrota,
Bandera blanca.
Me has ganado sin presentar batalla,
Diría, me has vencido como el sol
Vence a las hojas de parra.
Y nos volvimos a ver, una tarde,
qué triste está la tierra
Cuando del cielo bajan las estrellas.
V.
Eras una bola de fuego que barría a su paso
Todas las flechas que las miradas lanzaban.
Cuando cerca es demasiado cerca,
Y cuando lejos es demasiado lejos,
La vida que pende de ello lo nota.
Eras el sol de este sistema heliocéntrico,
La envidia, mi órbita,
La indiferencia, tu gravedad.
Y en este tira y afloja del Universo,
En esta lucha banal en la que me desangraba,
Dónde mis celos, dónde mis manos
Para romper tu aura dorada,
Forzar tus cabellos de oro
A hacerme una reverencia taimada.
Y no te odiaba porque no fueras mío,
O porque estuvieras en boca de tantos,
Era porque me recordabas, sí,
Como una especie de figura de cera,
Lo que era imposible, pero era.
VI.
Si te dijese que te quería
Me dirías que miento.
Estando tan alto no ves
Mi corazón indignado.
Y esto es tan viejo
Como el tiempo.
Te odio, te amo,
Resumido lo dejo.
VII.
Tú me creaste por antinomia,
Arrimaste los ladrillos a los cimientos,
Mi mano hizo el resto,
Juntando piedras y argamasa.
Hice una casa sin puertas ni ventanas,
Y tú fuera, y yo dentro, mi cárcel,
Y tú brillando, y yo sufriendo.
Creíste
Que estabas libre de culpa,
ni sospechaste
que siendo el Bien
Se necesitase el Mal.
Era tu Destino, era mi suerte,
Tú, nacido para los gozos,
Yo, nacido para la muerte.
VIII.
El cerebro de broca,
dejado,
Los dientes de cristal roto,
Estos son mis reproches:
Cuando me muerdo el labio,
Sangro.
Si así me hiciste,
Construyéndome de lo que parecen
Restos ajados,
De aquí y de allá,
De restos de fábricas de cuerpos,
Si así me hiciste, repito,
No encuentro explicación.
No te hagas la víctima conmigo,
Pues cazo con trampa en este bosque
A los seres huidizos.
Tú, feliz en tu cielo,
Todo bien en la tierra.
IX.
Bebiste ese café amargo, que era dulce
En tus labios, y me miraste,
De nuevo me miraste como aquella vez,
Y yo en mi tumulto interior, preso
De un indecible deseo, de una incesante rabia,
Fiera, humana, común, mediocre.
¿Qué hacer cuando las estrellas te visitan?
¿Cómo actuar cuando te hablan?
Rehogado en golpes sangrantes de pómulos,
Encendido como un tenaz tizón entre escarcha,
¿Qué era yo comparado con tu Alma?
Aquí abajo, gusano mezquino y ruinoso,
Hacia arriba miraba.
El elefante pasaba ignorando a la hormiga,
Y te odiaba, te odiaba tanto
Que se me trababa la lengua, y espumarajos
Del ansia de mis ojos zozobraban.
En mis sienes te notaba con tu peso.
Te odiaba, tanto te odiaba.
X.
No decías nada,
Háblame, azur de lirio,
Háblame.
El Universo entero
Se calló, se podían oír
Los primeros versos
De la Creación.
Cuando todo era nuevo,
Y tú y yo nos queríamos,
Esta mañana.
Seguiste callado por un buen rato,
Hasta que a la grana de tus besos
Le dio la gana de hablar.
León de Judá,
Una palabra tuya bastará para sanarme.
XI.
Irreprochable, inextinguible, inestimable,
Hablaste ,
¿Qué podía yo reprocharte?
Sangre de otra sangre, y carne de otra carne,
¿Era yo acaso tú, tú eras acaso yo?
¿Creías que no tenías razón?
¿Qué me descubriste un mundo nuevo,
Trillado por tu mente,
Fecundado por tu sudor?
No me dijiste nada, viejo,
Muy viejo, más viejo aún,
Archiviejo,
Era lo que me enseñabas.
Tu voz no era ni una inflexión,
Sino un hilo de alambre de púas
Que le arrancaba la carne
A mis pensamientos.
XII.
Me quisiste ilustrar, Monarca absoluto,
Y yo no me dejaba,
Los que te historian creerán
Que es orgullo.
Todo el que se te opone
¿Por orgullo lo hace?
Te amé y me amaste,
¿Dónde queda ahí el orgullo?
La envidia, no el orgullo,
Cala más en el Amor,
En el ansia rolliza alimentada
Por los celos de ser otro.
Eras un espejo en aquel entonces
¿Qué doblez podía haber?
Me miraba en ti y me nutría,
Hasta que caí lejos de allí.
XIII.
Me marché lejos, lejos, lejos,
En la llanura espesa de matorral
Me oculté.
Era yo el perseguido, el apestado,
No tú, nunca tú, jamás fuiste tú,
¿Derramaste lágrimas de incomprensión?
Yo las derramé de incertidumbre,
Negras, espesas como brea,
Apestando a azufre.
¿Lloraste por tu vida, o por la del resto?
Yo lloré por la mía, criado como era
Espíritu de pocilga, mente estrecha…
Sé cómo me llamabas,
Sé qué siseaban las paredes
Cuando a solas quedabas
Con tu pensamiento.
Era yo el charco que el Océano
Cubre en la blanca orilla,
Tú eras el niño y la concha que lo llenaban,
Y yo siquiera San Agustín ,
Que preguntaba “Cuándo acabará esto”.
XIV.
Me diste al fuego de tu indiferencia,
Y como el café que sorbes,
Si acaso me soplabas un poco
Para aliviarme.
Y yo te odiaba tanto,
Que olvidé amarte.
XV.
Una vez dicho todo,
No hay atrás,
Experimenta el Absoluto,
He dado a tu máscara
Mis cadenas,
Sujétame como te plazca.
Revelar un secreto es
Dar a los demás el Poder.
XVI.
Esa noche regresé a mi casa,
Mi casa sin puertas ni ventanas,
De ladrillos tornasolados
hechos con el barro de Adán.
Y allí dormí, pensando de nuevo
En tu despedida,
En tu adiós, en tu suma de adioses,
que me liberaban.
Me dijiste que ese era
Peor destino que la Muerte.
XVII.
Y un día, una mañana
De esas en las que te quería,
Te olvidé.
Abrí una puerta
Y una ventana en mi Cárcel,
Y permití el paso franco.
Y la gente entraba y salía,
Te seguía odiando.
Pero menos.
XVIII.
Entró volando una tarde, una hora
De sol ocre sobre el monte negro
Que no puede distinguirse,
Otro ángel.
No un Dios, no un demonio,
No espíritu, no fantasma.
Otro Yo.
Y comprendí de golpe.
Otro, como, yo.
XIX.
No vi en él lo que vi en ti,
Alejado, brillante y distante
Flotando en el frío de la Nada.
Vi, desvalido, a una persona,
A un igual,
Y me conmoví.
Estuve tan cegado
Que me olvidé de los demás.
Y te odié un poquito más.
XX.
No me enseñaste, Dios de mi pasado,
A conmiserarme con los demás,
Lo aprendí,
No me dijiste nada nuevo que no supiera ya,
Ni me abriste la puerta ancha,
Me dejaste la estrecha rendija de las cartas.
Y ahora, veo al ángel de mi presente
Que me sonríe,
Señalando al Hombre del futuro.
Esta rendija es ancha,
Esta puerta siempre está abierta
Incluso para ti.
XXI.
Hoy, juego con él,
Le enseño mis trucos,
Mi paz y mi guerra,
Napoleones de plomo.
Y en esas extrañas tardes
De verano ,
De brisa llena del ahínco
De recordar
Que un día estuve triste,
Le miro, le hablo,
Y se me pierde
El agua amarga del desierto
Que llega a la mar.
XXII.
La sublime paz del olvido,
Llena del gozo intermitente
E interminable, de recónditos
Parajes, siempre nuevos
Inacabables.
Te perdono,
Perdono que fueras el elegido
Por la suerte y el Destino,
Perdono a mi vida imperfecta,
Me perdono a mí mismo.
Perdono mis grandezas,
Que a los demás incomodarán
Tanto como un día las tuyas me incomodaron,
Perdono mis bajezas
Que sólo atentan a mi dignidad de humano.
Perdono a la muerte,
Es su trabajo,
¿Puede ser un lince una liebre?
Por eso te he perdonado.
Olvido, perdono, amo,
Santísima Trinidad
Del destino Humano.
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