De Dios y el Diablo

De Dios y el Diablo

Juan Tamayo

30/11/2017

I.

Me diste la Palabra,

Ciencia verso,

Contra facta.

Te di el silencio

De mi espalda,

Llama, fuego, calma.

Éramos dos desconocidos

Metidos en una cama,

Suma extraña.

Y al día siguiente,

La mañana.

II.

El día extraño de tu despedida

Era desconcierto de lucro

Sin afán.

Te eché de menos dos minutos

Notando aún cálidas tus manos

En la cama.

Salí del nido, batiendo alas

Prestadas por una semana

Hacia la ventana.

Y allí, viéndote bajar por la escalera

Destartalada, parece hueso roto,

Te rezaba.

Si tú eres mi Dios, y yo tu ángel

De contrabando en este cielo,

¿Dónde quedamos?

III.

No debo envidiarte, me decías esa tarde,

¿Por qué no? Quiero envidiarte, enjutado,

Enflaquecido por morderte y no devorarte.

Eras tú la alta torre que la brisa de mi fuego

Ladeaba, siendo yo el huracán estrecho,

Eras tú lo que no podía ser, y también eras verso.

Me mirabas como sólo sabe mirar un Dios,

Me mirabas, en toda la acepción de la palabra,

Y yo sabía que me mirabas, porque te amaba.

Y yo, atontado por la envidia, te adoraba,

Te adoraba tanto que te envidiaba,

Y tú no sabías ver las señales que te daba.

IIII.

A semanas de adoración pasaron

Siglos de indiferencia, interrumpidos

Por catástrofes, hambres, pestes, guerras.

Y en mí se anidaban los pájaros, en el hueco

Que dejó mi corazón, arrancado a fuerza

De dejar de pensar en ti.

Usaré uno para mandarte en su pata

Una misiva de derrota,

Bandera blanca.

Me has ganado sin presentar batalla,

Diría, me has vencido como el sol

Vence a las hojas de parra.

Y nos volvimos a ver, una tarde,

qué triste está la tierra

Cuando del cielo bajan las estrellas.

V.

Eras una bola de fuego que barría a su paso

Todas las flechas que las miradas lanzaban.

Cuando cerca es demasiado cerca,

Y cuando lejos es demasiado lejos,

La vida que pende de ello lo nota.

Eras el sol de este sistema heliocéntrico,

La envidia, mi órbita,

La indiferencia, tu gravedad.

Y en este tira y afloja del Universo,

En esta lucha banal en la que me desangraba,

Dónde mis celos, dónde mis manos

Para romper tu aura dorada,

Forzar tus cabellos de oro

A hacerme una reverencia taimada.

Y no te odiaba porque no fueras mío,

O porque estuvieras en boca de tantos,

Era porque me recordabas, sí,

Como una especie de figura de cera,

Lo que era imposible, pero era.

VI.

Si te dijese que te quería

Me dirías que miento.

Estando tan alto no ves

Mi corazón indignado.

Y esto es tan viejo

Como el tiempo.

Te odio, te amo,

Resumido lo dejo.

VII.

Tú me creaste por antinomia,

Arrimaste los ladrillos a los cimientos,

Mi mano hizo el resto,

Juntando piedras y argamasa.

Hice una casa sin puertas ni ventanas,

Y tú fuera, y yo dentro, mi cárcel,

Y tú brillando, y yo sufriendo.

Creíste

Que estabas libre de culpa,

ni sospechaste

que siendo el Bien

Se necesitase el Mal.

Era tu Destino, era mi suerte,

Tú, nacido para los gozos,

Yo, nacido para la muerte.

VIII.

El cerebro de broca,

dejado,

Los dientes de cristal roto,

Estos son mis reproches:

Cuando me muerdo el labio,

Sangro.

Si así me hiciste,

Construyéndome de lo que parecen

Restos ajados,

De aquí y de allá,

De restos de fábricas de cuerpos,

Si así me hiciste, repito,

No encuentro explicación.

No te hagas la víctima conmigo,

Pues cazo con trampa en este bosque

A los seres huidizos.

Tú, feliz en tu cielo,

Todo bien en la tierra.

IX.

Bebiste ese café amargo, que era dulce

En tus labios, y me miraste,

De nuevo me miraste como aquella vez,

Y yo en mi tumulto interior, preso

De un indecible deseo, de una incesante rabia,

Fiera, humana, común, mediocre.

¿Qué hacer cuando las estrellas te visitan?

¿Cómo actuar cuando te hablan?

Rehogado en golpes sangrantes de pómulos,

Encendido como un tenaz tizón entre escarcha,

¿Qué era yo comparado con tu Alma?

Aquí abajo, gusano mezquino y ruinoso,

Hacia arriba miraba.

El elefante pasaba ignorando a la hormiga,

Y te odiaba, te odiaba tanto

Que se me trababa la lengua, y espumarajos

Del ansia de mis ojos zozobraban.

En mis sienes te notaba con tu peso.

Te odiaba, tanto te odiaba.

X.

No decías nada,

Háblame, azur de lirio,

Háblame.

El Universo entero

Se calló, se podían oír

Los primeros versos

De la Creación.

Cuando todo era nuevo,

Y tú y yo nos queríamos,

Esta mañana.

Seguiste callado por un buen rato,

Hasta que a la grana de tus besos

Le dio la gana de hablar.

León de Judá,

Una palabra tuya bastará para sanarme.

XI.

Irreprochable, inextinguible, inestimable,

Hablaste ,

¿Qué podía yo reprocharte?

Sangre de otra sangre, y carne de otra carne,

¿Era yo acaso tú, tú eras acaso yo?

¿Creías que no tenías razón?

¿Qué me descubriste un mundo nuevo,

Trillado por tu mente,

Fecundado por tu sudor?

No me dijiste nada, viejo,

Muy viejo, más viejo aún,

Archiviejo,

Era lo que me enseñabas.

Tu voz no era ni una inflexión,

Sino un hilo de alambre de púas

Que le arrancaba la carne

A mis pensamientos.

XII.

Me quisiste ilustrar, Monarca absoluto,

Y yo no me dejaba,

Los que te historian creerán

Que es orgullo.

Todo el que se te opone

¿Por orgullo lo hace?

Te amé y me amaste,

¿Dónde queda ahí el orgullo?

La envidia, no el orgullo,

Cala más en el Amor,

En el ansia rolliza alimentada

Por los celos de ser otro.

Eras un espejo en aquel entonces

¿Qué doblez podía haber?

Me miraba en ti y me nutría,

Hasta que caí lejos de allí.

XIII.

Me marché lejos, lejos, lejos,

En la llanura espesa de matorral

Me oculté.

Era yo el perseguido, el apestado,

No tú, nunca tú, jamás fuiste tú,

¿Derramaste lágrimas de incomprensión?

Yo las derramé de incertidumbre,

Negras, espesas como brea,

Apestando a azufre.

¿Lloraste por tu vida, o por la del resto?

Yo lloré por la mía, criado como era

Espíritu de pocilga, mente estrecha…

Sé cómo me llamabas,

Sé qué siseaban las paredes

Cuando a solas quedabas

Con tu pensamiento.

Era yo el charco que el Océano

Cubre en la blanca orilla,

Tú eras el niño y la concha que lo llenaban,

Y yo siquiera San Agustín ,

Que preguntaba “Cuándo acabará esto”.

XIV.

Me diste al fuego de tu indiferencia,

Y como el café que sorbes,

Si acaso me soplabas un poco

Para aliviarme.

Y yo te odiaba tanto,

Que olvidé amarte.

XV.

Una vez dicho todo,

No hay atrás,

Experimenta el Absoluto,

He dado a tu máscara

Mis cadenas,

Sujétame como te plazca.

Revelar un secreto es

Dar a los demás el Poder.

XVI.

Esa noche regresé a mi casa,

Mi casa sin puertas ni ventanas,

De ladrillos tornasolados

hechos con el barro de Adán.

Y allí dormí, pensando de nuevo

En tu despedida,

En tu adiós, en tu suma de adioses,

que me liberaban.

Me dijiste que ese era

Peor destino que la Muerte.

XVII.

Y un día, una mañana

De esas en las que te quería,

Te olvidé.

Abrí una puerta

Y una ventana en mi Cárcel,

Y permití el paso franco.

Y la gente entraba y salía,

Te seguía odiando.

Pero menos.

XVIII.

Entró volando una tarde, una hora

De sol ocre sobre el monte negro

Que no puede distinguirse,

Otro ángel.

No un Dios, no un demonio,

No espíritu, no fantasma.

Otro Yo.

Y comprendí de golpe.

Otro, como, yo.

XIX.

No vi en él lo que vi en ti,

Alejado, brillante y distante

Flotando en el frío de la Nada.

Vi, desvalido, a una persona,

A un igual,

Y me conmoví.

Estuve tan cegado

Que me olvidé de los demás.

Y te odié un poquito más.

XX.

No me enseñaste, Dios de mi pasado,

A conmiserarme con los demás,

Lo aprendí,

No me dijiste nada nuevo que no supiera ya,

Ni me abriste la puerta ancha,

Me dejaste la estrecha rendija de las cartas.

Y ahora, veo al ángel de mi presente

Que me sonríe,

Señalando al Hombre del futuro.

Esta rendija es ancha,

Esta puerta siempre está abierta

Incluso para ti.

XXI.

Hoy, juego con él,

Le enseño mis trucos,

Mi paz y mi guerra,

Napoleones de plomo.

Y en esas extrañas tardes

De verano ,

De brisa llena del ahínco

De recordar

Que un día estuve triste,

Le miro, le hablo,

Y se me pierde

El agua amarga del desierto

Que llega a la mar.

XXII.

La sublime paz del olvido,

Llena del gozo intermitente

E interminable, de recónditos

Parajes, siempre nuevos

Inacabables.

Te perdono,

Perdono que fueras el elegido

Por la suerte y el Destino,

Perdono a mi vida imperfecta,

Me perdono a mí mismo.

Perdono mis grandezas,

Que a los demás incomodarán

Tanto como un día las tuyas me incomodaron,

Perdono mis bajezas

Que sólo atentan a mi dignidad de humano.

Perdono a la muerte,

Es su trabajo,

¿Puede ser un lince una liebre?

Por eso te he perdonado.

Olvido, perdono, amo,

Santísima Trinidad

Del destino Humano.

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