—Sí. Hola. Ya puedo hablar, no hay nadie… Estoy en el segundo piso de la biblioteca.

Laura reacomodó su asiento y exhaló con brusquedad volteando los ojos y torciendo los labios para que la persona escondida entre los estantes se percatara de que no estaba sola. Volteó para lanzarle una mirada amenazante, pero el hombre se encontraba perdido entre los recovecos y la oscuridad de los estantes. Esperó algunos segundos de silencio y volvió hacia su libro, releyó el último párrafo para no perder la hilación y volvió a sumergirse en el mundo de Carolyn Keene.

—¡No! No, no hagas eso. Deja el paquete ahí. Yo lo recogeré en la noche.

Laura levantó la mirada nuevamente, pensó en bajar al primer piso para leer cómodamente, pero inmediatamente descartó la idea ¿por qué habría ella de cambiarse de lugar? Pensó en pararse y decirle al joven que se marche a hablar por teléfono a otro lugar. Ella nunca había sido de reacciones impulsivas de agresión, sin embargo, pensó que esta situación lo ameritaba, pero cuando estaba a punto de empujar sus pies sobre el suelo para pararse lo dudó. Quizás el hombre había tenido un mal día y necesitaba un momento para darse cuenta de lo obvio. Laura decidió esperar.

—Si gustas acabo con él y nos quedamos con el paquete, yo lo hago desaparecer en… me das quince días y te doy el treinta por ciento.

Laura cerró el libro. La conversación había captado su atención.

—Sobre el jefe ya no te preocupes, yo hago desaparecer el problema. Tú lo único que tienes que hacer es armar lazos con el proveedor. Háblale de mí, dile que yo conozco el rubro y cómo conversar con la gente. Tengo contactos para volvernos internacionales. Todo, obviamente, con perfil bajo, no queremos competir con las ligas mayores.

Laura reconoció que espiar una conversación ajena era contraria a sus principios morales, pero esta vez no pudo evitarlo. La conversación de ese sujeto era más interesante que el libro que leía. Por un momento se sintió como investigadora policial, sacó su pequeña libreta de notas y empezó a anotar lo que pensó que era relevante. De inmediato se sintió protagonista de su propia novela de ficción.

—¿Tu hablas seguido con el jefe? Yo lo encontré una vez allá, en la calle Los Capulíes, en una cafetería.

Laura sacó su celular y buscó si existía algún café en alguna calle Los Capulíes. Encontró tres y se sobresaltó cuando se dio cuenta que frecuentaba uno de esos pequeños cafés para su dosis diaria de té verde. «¿Lo habré visto?».

Por encontrarse ensimismada y fantaseando con preguntas, solo llegó a escuchar la última parte de la frase pronunciada por el hombre que se encontraba escondido tras las sombras.

—… entonces dame la dirección exacta en la que va a estar hoy a las tres de la tarde.

«Pobre hombre» pensó sintiendo pena por el “jefe”, pero luego se dió cuenta de que quizás estaba mal pensando. Quizás la conversación tenía un tono turbio, pero no siempre las cosas son lo que parecen.

—No, no estaría dejando a una esposa y dos niños pequeños, no te preocupes por eso. Me aseguraré de que no quede nadie que pueda investigar.

Laura se quedó inmóvil escuchando en silencio, tratando de concentrarse. Frunció el ceño, convencida de que, al hacerlo, estaba aumentando su capacidad auditiva. Pensó en sus dos hijos, pensó en su esposo, pensó en ella, y pensó: «Quizás esta vez las cosas sí son lo que parecen».

—Voy por el jefe a las tres, si así te sientes más tranquilo. Oye, oye no te preocupes. Pensé que me solicitarías algo semejante, por eso estoy aquí monitoreándola. Termino con la esposa de un tiro y voy por el jefe. Tú haz lo que debas con los niños.

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