Cupido
O su variante más fiel.

¿Se me tacharía de demente si afirmase con rotundidad que soy una de las tantas reencarnaciones de Cupido? De no ser así, por lo menos quiero creer que soy la variante actual más fiel a su origen. Mi modus operandi no es ir a cuerpo gentil cubriendo únicamente mis zonas erógenas con una seda e ir lazando flechas con la punta en forma de corazón. Del mismo modo que tampoco voy volando sobre las cabezas de la gente con unas pequeñas alas de ángel que a duras penas podrían sostener mi peso.

No soy hijo de Venus, diosa del amor, belleza y fertilidad, sino que soy hijo de María, diosa de la “no me toques los cojones” y “para mí siempre estás guapo, hijo mío”. Ni tampoco soy hijo de Marte, dios de la guerra, sino que soy hijo de Juan, dios de la sabiduría de pueblo y creador del enfrentamiento innecesario en su casa.

He sido creado bajo el concepto de amar. Quizás no como la figura idealizada de Cupido (haciendo que todo el mundo se enamore bajo el efecto de la embestida de las flechas), sino dotado con la capacidad de tener un sinfín de cariño, afecto y devoción por conceder hacia aquel que esté dispuesto a ser bendecido con mi habilidad. Me atrevería a decir que el sistema de alimentación que mi Supremo Hacedor me otorgó fue el amor. Con lo cual, mi dieta se basa en pasión, ternura y entrega. Podría no alimentarme de la comida convencionalmente como la conocemos y llenar mi buche exclusivamente de cariño.

Aunque no es fácil el cometido que se me ha asignado. Desafortunadamente no se me incluyó un manual de instrucciones junto a mi partida de nacimiento. Nadie me enseñó cuáles eran las ventajas y desventajas, la letra pequeña ni los efectos secundarios. No me acompañó un mentor durante los primeros años de vida. No se me notificó que todo no iba a ser un camino de rosas ni que sería como el Edén, donde no hay ni un ápice de maldad ni dolor. Donde no hay conocimiento de qué es sufrir. Donde la realidad se aleja bastante de la mitificación del bienestar.

Aquellos que por suerte o por desgracia no tienen la capacidad de sentir sus emociones hasta el punto de alcanzar el paroxismo, se atreven a tacharme de débil o frágil.

Aquellos que por suerte o por desgracia no tienen la capacidad de sentir sus emociones hasta el punto de alcanzar el paroxismo, se atreven a tacharme de débil o frágil. Y bajo mi punto de vista yo creo que están equivocados. El hecho de vivir todo más intensamente me hace apreciar profundamente hasta lo más insignificante o invisible ante los ojos de los demás. No voy a negar que este hecho puede ser un arma de doble filo porque sí que es cierto que a causa de este factor tan caprichoso estoy expuesto a un alto porcentaje de sufrir más.

Teniendo en cuenta que soy una interpretación contemporánea de este dios romano o eso quiero utilizar para justificar lo siguiente, tiendo a ofrecer una entrega afectiva con gran carga emocional. Además, valiente e inocente de mí, lo hago desde el inicio del encuentro con la persona en cuestión. Desinteresadamente. Es en este momento donde dentro de mí brota la ilusión, el encantamiento, la ceguera, concesión y devoción de manera mística. Aunque quizás los tres últimos componentes no se aplican hasta transcurrido un tiempo, pero tampoco se demoran mucho.

Asimismo estos mismos que no logran entender mi carácter, exponen que mi felicidad no debe depender de la persona que “decido” seleccionar o se me presenta en el camino. Estoy de acuerdo con ese razonamiento. No, no depende del otro sujeto, pero sí que incrementa su potencial. Esa sensación al saber que tienes a tu lado a alguien con el que tienes una conexión la cual nadie más tiene el privilegio de tener contigo. Ese alguien con quien puedes exponerte de manera totalmente abierta, desnudar todos tus complejos y tus inseguridades sin ser juzgado y que recogerá todo eso para restarle la importancia tan absurda que le das. Que el simple hecho de unir ambos cuerpos se sienta diferente que si lo hicieses con otra persona. Como si de algo espiritual se tratase. Los niveles de endorfina aumentan, los vellos se erizan, las comisuras de los labios se alzan, los ojos tienden a achinarse, la noción del tiempo se pierde, el cuerpo se relaja y actúa de forma involuntaria como si no tuvieras autoridad sobre él. Pensar en alguien más que no sea en uno mismo. Darle prioridad en ciertos aspectos antes que a otras personas. Otorgarle privilegios que sólo este sujeto puede gozar. Las ventajas de ser amado. Las ventajas de ser el elegido.

Cuando hacía referencia a los efectos secundarios, quería hacer mención al polo sur de toda esta cuestión. Hay quienes llegados un punto de la relación se sienten saturados y abrumados de tanto recibimiento de apego. Experimentan una sensación de ahogo y se ven en la obligación de querer deshacerse de esa disyuntiva entre alejarse de aquello que aunque aporte bienestar, les angustie la responsabilidad emocional ajena y querer seguir sintiéndose protegido, mimado y acogido. ¿Qué le sucede a mi cuerpo cuando el individuo en cuestión decide concluir este vínculo? ¿Cómo reacciona mi organismo? Mis entrañas empiezan a retorcerse y contraerse. Se agitan como serpientes alborotadas viéndose amenazadas con fuego. La temperatura de mi cuerpo aumenta desde los dedos de los pies hasta el inicio de mi craneo de manera gradual. Una especie de taquicardia se apodera de mi ser y empieza a temblar. Comienza a alborotarse de conmoción y temor. Se origina un cortocircuito el cual mi psicomotricidad queda totalmente inhabilitada. La inquietud se hace con el control de la voluntad de movimiento de mis extremidades. No responden a mi órdenes. Mis poderes como deidad quedan neutralizados. Paso a ser otro mortal más. Mis particulares alas invisibles, mi arma divinizada y mi casi inexistente atuendo se desvanecen. El apetito desaparece, se torna algo totalmente secundario e innecesario por el momento. La pérdida de peso empieza a ponerse en marcha. El corazón entra en pánico. Su tamaño parece empequeñecerse. Se cierra y hace un grandísimo esfuerzo por seguir latiendo de la misma manera que si tuviese su medida original. Es posible notar como

desde su interior intenta desgarrarse. Queriéndose liberar de toda esa materia nociva adherida en las paredes de su figura. Ansiando volver a recuperar su total capacidad. Mostrando signos de fatiga en el rostro. Signos de vencimiento. Como si de la lucha entre David y Goliat se tratase. Donde yo encarno a Goliat, y por ende, soy derrotado. Pero en este caso, en lugar de ser vencido a golpe de piedra proyectada desde el tirachinas de David, soy derrotado a golpe de desafecto directo al corazón. Experimento la humillación de haber sido derruido por alguien de menor tamaño teniendo en cuenta mis grandes dimensiones. La rabia y frustración de no haber salido vencedor de esta batalla no deseada. Con la sensación de no haber llegado al final de mi cometido. De haber fracasado. Mi mente entra en una constante recapitulación de todo recuerdo vivido con esa persona. Mi cerebro cree que es buena idea recurrir a la rememoración, tirar de carrete, de memoria fotográfica. Pero lo que desconoce, aunque sea un autoreflejo, es que de este modo lo único que logra es incrementar el dolor. Sospecho que su única intención es querer aferrarse a aquello que se mantiene vivo dentro de mí respecto al individuo. Y en su insistencia de flagelarse, opta por proyectar todo aquello que podríamos haber vivido, todo lo que nunca llegaremos a experienciar y los recuerdos que nunca grabaremos en nuestra memoria. La reflexión a la que llego es de no haber decidido nunca por mí mismo, de no haber tenido la protestad de mi cuerpo ni de mis actos, de haberme regido por los pasos de otro, de haber vivido en un espacio y tiempo en el cual yo únicamente me encontraba de paso.

Incluso ahí, donde mi cuerpo ya no pueda permitirse mover, con la mente totalmente nublada y sin la posibilidad siquiera de sentir, tendrá el único deseo de tenerle.

Me causa cierto desconcierto, cómo a pesar de haber sufrido un sinfín de indeseadas sensaciones, mi persona aún anhela permanecer junto a él, aún sabiendo que volveré a padecer pero que éste será mi único método de sentirme bien. De recuperar mi fuerza y mis habilidades. De volver a sentirme pleno. Muchos son los que me sugieren casi de manera obligada que no cometa el error de volver a caer en el mismo pozo sin salida. Que no sea tan torpe de regresar a ese agujero negro que pudo lograr consumirme todas las existencias de mi energía para vivir. Para sobrevivir. Supongo que el sufrimiento también forma parte de mi naturaleza y es algo que va ligado del amor y de lo que no puedo deshacerme ni negar. Pero aún así, fruto de la ceguera y la más noble candidez, mi rotundo propósito es persistir amándole hasta que otro ataque al corazón me deje fulminado e inservible. Incluso ahí, donde mi cuerpo ya no pueda permitirse mover, con la mente totalmente nublada y sin la posibilidad siquiera de sentir, tendrá el único deseo de tenerle.

Hay quien me ha sugerido posicionarme en la tesitura del egoísmo. Pensar primero en mí. Priorizarme a mí. Sin anteponer a nadie por delante. Y sí, quizás es ahí donde yo tiendo a errar. ¿Pero no es cierto que a nosotros ya nos tenemos todo el día desde que nos levantamos hasta que nuestro cuerpo se apaga al final del día? ¿Qué hay de malo pues, en pensar quizás un poco más en el amado que en ti? En brindarle dedicación y tiempo. Me resulta gratificante conceder comodidad e interés y encontrar el placer en ello. Me reprochan que no me valoro, que me abandono. Que dejo de existir para mí mismo. Que anulo por completo mi persona. Y que si por lo menos ese hecho fuese recíproco, entonces sería valido y justificaría mi conducta. ¿Y qué beneficios obtendría dedicándome un homenaje exclusivo a mi ser? Teniendo en cuenta que eso

no me va a aportar ninguna satisfacción. Que Cupido, temiendo llegar al narcisismo, no es capaz ni de acercarse a niveles inferiores a ello.

Si accediese a esta sugerencia, no sería quien soy. Dejaría de ejercer como el mitificado ser que se supone que represento. No tendría sentido mi comportamiento y estaría siendo una criatura fraudulenta. Podría decirse que correspondería a la antítesis de Cupido. Me convertiría en todo lo contrario al propósito por el que he sido creado.

Y es que, ahora, soy yo, el que a punta de flecha, es atacado por la animadversión. Y es que podría decirse pues, que el desamor es mi criptonita.

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