Todo tenía el mismo olor sospechoso de siempre a casualidad forzada, dónde acomodábamos las circunstancias para que una vez más, y después de un tiempo sin vernos, por alguna razón —que paradójicamente siempre era irracional— volviéramos a estrechar manos y labios y almas… en fin.
Era la tarde de un lunes como tantos cuando la esperaba en aquella banca que muchas veces nos vio tomar las decisiones importantes. Ese lugar que parecía nuestra sala de juntas corporativa con cielo azul y un farol al costado que tenía un chicle pegado por cada suspiro del que fue testigo. Yo estaba ahí con el mismo sudor frío que siempre me recorría el cuerpo al esperar verme en sus ojos, sí, esa mini taquicardia de la espera que termina con su cómicamente habitual —Perdón por el retraso, pero así nací ¿Cómo estas Flaco? — Yo trataba de concentrarme en estar tranquilo y no explotar. Y es que uno siempre se confunde en esas circunstancias hay que intentar no mezclar los besos con los sesos, los sesos con sus besos, los besos con excesos… ¿O cómo era? Bueno, se hace lo que se puede.
Llegó por fin, y el farol no fue necesario, para mí, ella lo iluminaba todo. Y la vi como hacía mucho no la veía, venía con un vestido color calma — como la que tanta falta nos hizo tiempo atrás— que la hacía ver inenarrablemente hermosa, traía paz en la mirada y en la sonrisa, el cabello castaño y sujeto dejando el cuello desnudo como queriendo mostrar una magia subcutánea. Jamás he visto un angel, pero si existen, estoy seguro de que así es como se ven. Se paró frente a mí y pronunció el saludo citado anteriormente. Ya de pie yo la sujeté de la cintura para abrazarla y a mitad del abrazo y quedito, como para que la media voz ayudara al impacto de la emoción de las cosas, dijo —Que guapo— Ocupamos la banca, cada uno en su esquina y se inició la ráfaga de preguntas.
— ¿Cómo has estado?
—Pues para ser del país no me quejo ¿A ti como te va? — pregunté al final de la oración
Ella abrió bien los ojos como queriendo detener su desorbitacion e hizo un gesto inconforme —Son tiempos difíciles, pero estoy bien. Aquí están los documentos que dejaste en mi coche la otra vez— Después, muchas preguntas más, familia, trabajo, salud, lentes nuevos: la vida.
—¿Qué quieres hacer? — pregunté yo como recurso cuando vi que las palabras se hacían más escasas y espaciadas —lo que tú quieras— contestó con mirada serena y a los ojos enmascarando un desafiante vértigo que solo nosotros comprendíamos, solté una carcajada, quizás nerviosa —esa denominación es muy amplia ¿será que puedes aterrizar un poco más la idea? — Ella tocó mi rodilla y empezó a reír, también quizás nerviosa, y después, una traición directa de mi inconsciente, brutal, incontenible y sin filtro, o quizás la jugada maestra —¿Quieres comer-nos?…da tiempo— Pegunté.
Su mirada desarma, siempre desarma la mayor fortaleza que yo pueda generar, entonces no importa el tiempo que invierta en tranquilizarme, en evitar la taquicardia, en separar besos sesos y excesos, ella desarmaría al ejército ruso si se lo propusiera, desarma incluso mi sintaxis —¿Dijiste comer o comernos? — Preguntó con una sonrisa mientras parpadeaba rápidamente —dije comer e hice el comentario de que nos da tiempo— contesté cobardemente, con cara de estúpido ya sin claridad de ideas pero con el corazón en HD —ah perdón, entonces yo escuché mal— acotó —bueno no hice ninguna pausa entre la s y la d, pero si en eso estás pensando…— ella hizo otra pausa, se carcajeó y sujetándome por la parte posterior del cuello contestó —hoy yo quiero lo que tú quieras— exhalé aire de ese que no sale de los pulmones sino del corazón y me acerqué, sus labios recibieron los míos como si no se hubiera separado nunca, como si hubieran resguardado aquel santo grial de la pareja que un día fuimos.
Lo que siguió es perversamente imaginable, algarabía, sudor, carcajadas: Quizás amor.
—¿Por qué siempre terminamos así? — preguntó ella mientras trataba de aplacar la revolución que traía por cabello.
—¿Así como? — Pregunté torpemente y en un acto de autocomplacencia.
—Pues así, ensabanados en una cama — Dijo dándome la espalda, en horizontal y recostada sobre su codo derecho
—¿Quieres que te diga por qué? — Le contesté mientras una de mis manos se estacionaba en sus caderas y la otra recorría su desnuda espina dorsal. Entonces ella empezó a reír, ahora si evidentemente nerviosa —Ok, mejor dejémoslo así. ¿Oye, tú no tenías que ir a otro lado? — Ya con las piernas hechas trizas de cansancio, la barba mal peinada y una felicidad punzante, recordé la clase de Creación Literaria —Si tenía, pero ya no—
Un par de horas después nos despedimos —Cuídate Flaco, yo estoy contigo en corazón y mente, cualquier cosa me avisas— dijo mirándome con esa ternura que, para mi desgracia, solo la he hallado en su mirada —Muchas gracias, espero que tus tiempos difíciles terminen—. Después, un beso para cerrar la noche, ese beso que no sabía si era el último de nuestra noche o el ultimo de nuestra vida. Me despedí como siempre, con esa sensación de no saber cuándo será la próxima vez que la vea, o más bien, de no saber si existiría esa próxima vez. Me quedé con aquella mezcla de temor y placer de cuando la proximidad con el riesgo acaba de terminar y sales bien librado, con la ansiedad de predecir cuándo será nuestro encuentro final y un inundante presentimiento de que ese encuentro acababa de suceder.
Aún con la sonrisa iluminando mi rostro, se asomó un leve sentimiento de culpa por no cumplir con la clase e intenté pensar sobre lo que pasaría por no haber asistido. La verdad es que no pensé en mucho, mi mente estaba en otro tiempo y lugar. Al final de todo, la memoria me jugó la mejor de las partidas y me dio el salvoconducto que me quitó hasta el más ínfimo gramo de culpa por mi ausencia, me regaló el recuerdo del maestro diciendo: “Si quieren escribir van a encontrar el tiempo, a una amante jamás se le deja plantada”. Cumplí.
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