Quizás fuiste un escape o al menos lo intente, eso quería que seas. Llegaste como cuentan los cuentos cursis de amor; cuando menos lo esperas. Yo, animal rutinario que lleva una vida tan cómoda y aburrida, o bueno, aburrida para el resto quizás. Para es genial.

Siempre los mismos cafés, tabacos y libros. No existe mayor sorpresa en el mundo para mí, si, si, 24 años no son nada, pero, ¿qué más se puede encontrar? Las personas son pasajeras y cambian o uno los obliga a cambiar con nuestros actos, la vida carente de sentido una maldita vida que nos recuerda a diario que ella puede hacer con nosotros lo que le plazca, y no podemos hacer nada. Y el aburrimiento desde Freud a Lugo libros y toneladas de letras y temas sobre lo que las personas llaman cultura. Pasaron frente a mi desde que era un adolescente.

¿Y? ¿de qué sirve? Si, llégate tú. Intrigada talvez. ¿y qué más?, mi habitación está llena de libros, pero no sirven de nada, al enfrentarse a la realidad la angustia es la misma con o sin libros. Tal vez ya no hay que quejarse es lo que hay y nada lo va hacer cambiar.

Tu silueta irrumpió en el viejo café de la plaza del teatro. Delicada, esbelta y femenina envuelta en un vestido negro, aquel vestido que es una ofrenda a la lujuria y desenfreno.

Regrese a mi lectura y me olvide del mundo, otra vez. De repente tu voz rompió el silencio.

-Hola

-Hola- respondí titubeante

– Te molesta si me siento aquí, es el único lugar libre.

-Claro no hay problema.

Yo me perdí otra vez en las páginas de Bukowski, buscando paz por unos instantes.

Y tu volviste a interrumpir.

– ¿tienes fuego?

Acerque mi mano a tu boca para encender tu cigarrillo, y por primera vez contemple tus ojos, eran como estrellas en el firmamento, deslice mi mirada por el cuello y descendí hasta tu escote, los encajes negros de tu brasier me distrajeron, quizás lo notaste, pero no le diste importancia.

Tal vez por agradecimiento iniciaste una conversación, eras una mujer primitiva, básica, hermosa, pero hueca, a fin de cuentas.

Hablabas cada huevada que hasta fue divertido ponerte atención. Cruzaste las piernas y te pusiste cómoda. Que espectáculo ver tus piernas firmes, blancas y sensuales. Y que tetas, no tengo palabras para describir esos dos terrones de azúcar.

Al terminar tus letanías, el silencio se coló en la mesa. Sonreíste me miraste y dijiste:

-Disculpa mis modales. Soy Domenica Vallejo, mucho gusto.

– Daniel Endara, el gusto es mío.

Motivado por terminar en tu cama. Inicie la conversación. Algo superfluo que me diera las llaves para poner abrir tus piernas. Lo básico. A que te dedicas, de donde eres, y de mas bla bla bla.

No lo percate ni siquiera lo intuí, tú eras una profesional en esto. No era yo el que trataba de ir a tu cama, eras tú la que desde un principio me quiso en la suya.

-¿ese es tu plan para coquetear?

-No, a mí eso de coquetear se me da muy mal. Dije sonriendo.

– no lo creo por lo general la gente más callada es la peor.

Dentro de mí una carcajada broto. Pero que pendeja, replique.

El silencio se apodero otra vez del recinto.

Y yo intentando acabar de la manera más caballerosa y decente.

Dije:

-y si nos evitamos todo el rollo social de conocernos porque a mí no me interesa tu vida y creo que a ti no te interesa la mía.

-y tenemos sexo como dos adultos.

Me miraste fijamente.

Dispuesto a recibir la cachetada y exponerme a la humillación, esperaba paciente.

Rompiste el silencio.

-Sí, dale tengamos sexo.

-Pero con una solo condición.

-Cual-replique

-Que el control lo tengo yo. Tu solo obedeces.

Acepte los términos de quien iba a terminar siendo mi perdición y mi puerta hacia mis más bajos miedos.

Caminamos de la mano en silencio por las estrechas calles de San Francisco.

Después de andar un buen rato, nos detuvimos frente a un hotel de paso en la 24 de Mayo, un lugar donde las putas hacen sus negocios y hombres desesperados pagan con dinero, aquello que la sociedad te ha puesto como puro y sincero por tanto tiempo.

En la recepción un hombre de unos 53 años de pelo blanco y ropas gastadas, nos dio la bienvenida.

Diez dólares el momento o veinte toda la noche, que prefieren. Exclamo. Mientras miraba con ojos de deseo a Domenica.

A ti no pareció importarte muy al contrario me atrevería a decir que lo disfrutabas.

-Toda la noche, cariño. preguntaste.

– Si, respondí como robot sin poder decir más.

– estoy segura de que aquí tu esposa no nos va a molestar.

Sacaste el dinero de tu cartera y le pagaste al tipo.

Subimos por unas escaleras maltrechas entre caricias y besos. Llegamos a la habitación 7.

Abriste la puerta y no pude dejar de notar el color de las paredes, era verde. Verde como las hojas de los árboles que adornaban la calle de la casa de mis padres en la vieja Floresta ese barrio borracho por tradición y un nido de hippies hijos de puta por convicción.

El contraste entre las paredes y el castaño de tus cabellos se me hizo muy interesante. Nos sentamos en la cama un momento.

-¿Por qué lo hiciste? Pregunte

-¿hacer qué?

-por qué dijiste que mi esposa no nos va a molestar.

Estallaste en carcajadas.

-No notaste como me veía aquel cerdo

– sí, ¿y?

-era una pequeña broma eso es todo.

-pero a fin de cuentas ¿no es así?

-no, porque no soy casado. Replique.

Me miraste en silencio un momento.

-comprendo- exclamaste

-quien se va a casar con alguien como tú.

Me sorprendió el tono y gesto que tenías.

-¿Qué?-exclame

-Sí, solo mírate tan aburrido y seco. No creo que exista mujer que se fije en ti.

Reí vagamente. Bueno puede ser-dije- pero tú fuiste la que se fijó en mi esta noche, creo que tú eres ese tipo de mujer de la cual hablas.

No, no fue esta noche. Ya te eh visto antes, siempre haces lo mismo. Fumas, tomas cafés y lees. Siempre solo, modestamente vestido. Eso me llamo la atención. Es más, con unas amigas hicimos una apuesta.

Dijimos que algún día antes de terminar el año te sentaras a tomar café con una mujer. Bueno, ellas lo dijeron yo dije que creo que eres gay.

¿gay? Eche a reír, no entiendo por qué si crees que soy gay, estas en un hotel conmigo realmente eres una mujer muy… cómo decirlo “especial”.

-Me quiero quitar la duda, eso es todo.

-Bueno, dale entonces.

Te pusiste de pie frente a mí. Apoyaste tus rodillas en mis muslos y comenzamos a besarnos. Mis manos exploraban el interior de tu vestido, que cada vez se ponía más caliente.

Te incorporaste nuevamente y te quitaste el vestido, que bello espectáculo.

Deslicé mi lengua por tus pechos y mordí tus pezones. No eh experimentado nunca otra sensación igual a escuchar tus gemidos. Supongo que así suena los ángeles en el cielo.

Dimos gusto al deseo de la carne una y otra vez, envolviéndonos en un torbellino de sudor.

El amanecer me sorprendió dentro de ti, con tus uñas aferradas a mi espalda.

Miramos el techo un rato en silencio, tu interrumpiste.

-En que trabajas

-Escribo

– ¿Y te va bien?

-no me puedo quejar

– ¿Sobre qué escribes?

-¿Realmente importa?-exclame

Y acto seguido fundimos nuestros cuerpos otra vez. Despacio como con miedo de poner olvidar cada escena.

Tal vez puede encontrar experiencias nuevas contigo. Tal vez no, pero decidí terminar tus días aquella mañana de septiembre, asfixiarte más que nada fue un placer.Nunca lo había hecho antes, pero me gusto hacerlo. Sentir como tu vida se escapaba de entre mis manos fue algo maravilloso. Por favor no me juzgues. Esto podría salir bien y terminar en algo peor, como matrimonio, por ejemplo.

Dejo flores en San Diego, cada martes en muestra de respeto. Sé que ya lo echo antes pero no sé por qué, contigo fue diferente. La policía aún no puede resolver el caso, por lo que escuche tenías fama de ser, como decirlo, de tener virtud fácil. Y ahora algunos de tus amantes están en investigación, creen que todo esto se resume a un crimen pasional. Pobres cojudos.

Sé que no vas a leer esto, mi querida Domenica, pero eh decidido hacerte parte de mis escritos, no sé, quizás sean tus gemidos o tus tetas. Pero me cautivaste, creo que me enamoré de ti. Lo sé, lo sé, lo nuestro ya no funciona ahora con esto de que estas muerta. Pero pongámoslo así, es una relación a distancia tu estas en el cielo, y yo en este infierno que es San Francisco de Quito.

No sé qué dices, ¿quieres ser mi novia?.

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