De pronto se vió encajonada, incapaz de salir. Ya no sentía el viento. A su izquierda, una pared, a su derecha, otra pared, intentó subir, intentó bajar. Todo fue en vano, estaba atrapada.

En su desesperación golpeó su cabeza numerosas veces contra la esquina entre el techo y la pared. Aturdida y con un poco de sangre en el entrecejo vió la luz, acudió emocionada, aumentó la velocidad solo para golpear su frente contra una gran ventana que dividía el mundo en dos. La gran caja de cristal donde se encontraba, y afuera, el paraíso.

Su desesperación incrementó, sintió la angustia apoderarse de su pequeño cuerpo y lo golpeó desenfrenadamente una y otra vez contra la pared cristalina que le impedía huir hacia su libertad. al cabo de diez minutos estaba exhausta, mareada y resignada. Se acomodó en un pequeño rincón, cerró los ojos y esperó atenta a cualquier movimiento o ruido que le dé algún indicio con respecto a la ubicación de la salida.

Si tan solo pudiera encontrar el pequeño agujero por donde entró.

Unas manos la tomaron, la inmovilizaron y la echaron afuera.

Ahora solo le quedaba volar.

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