Cuando decimos lo leí en un libro…

Cuando decimos lo leí en un libro…

“En el principio existía la Palabra, y la Palabra era Dios, y la Palabra estaba junto a Dios”, inicia el Evangelio según san Juan.

Si en algo, hemos robado a los dioses un pedacito de su divinidad, es en el lenguaje. A la manera de Prometeo, que obra como quien domestica el fuego, así hemos domesticado nosotros a las palabras: primero desde nuestra boca, después desde robustas rocas, luego en pieles vegetales y animales, seguido de una sofisticada piel vegetal llamada papel, y ahora a través del interfaz de un sinnúmero de dispositivos, pantallas. ¡Silence, the Big Brother is watching you!

A cada forma de expresarnos, le sobreviene una forma de imaginar. Las primeras formas del habla nos enseñaron a relatar los sucesos que acontecían, con un propósito moral, por lo general alrededor de un objeto común: la luz, los alimentos, el agua, entre muchos otros, aprendimos a narrar y a narrarnos, pero fueron las primeras formas de escribir las que materializaron dos grandes productos de la imaginación humana: las leyes y los dioses. Con el paso del tiempo nuevas formas, engendraron nuevas imaginaciones, nuevas elaboraciones: la ciencia, la poesía, la filosofía – si es que todas no pertenecen al mismo islote en el océano de lo humano -.

Con la escritura digital: ¿Se habrán apagado las ganas de imaginar diluidas en medio de tanta información? ¿Nacerán nuevas formas de imaginar de las cuales hasta ahora solo apreciamos su gestación? ¿Son las redes sociales el cultivo de nuevas formas de apreciar la genialidad o un auténtico nido de estupideces –según la opinión de Eco-? Nuestra identidad, está atravesada por nuestra música, por nuestros vestidos, por nuestras costumbres, y todas ellas son carabelas que atracan en el mismo puerto: las palabras.

“El mundo no está hecho de átomos; el mundo está hecho de historias” Eduardo Galeano.

Los entornos digitales nos han enseñado que el tinglado de nuestra comunicación cabe en un solo lugar. Imagino a la primera persona que puso una imagen al lado de las letras, tal vez en la búsqueda de graficar las palabras, o ilustrar sus argumentos. Pero sin ninguna deferencia, los entornos digitales nos han ayudado a explorar diversas formas de la comunicación que no limitan las palabras, tampoco las imágenes. Por esta razón es oportuno pensarnos como seres pluralistas. Escritura (s), es precisamente una invitación a percibirnos en un escenario resbaladizo, polifacético, abierto y contundente. De esta manera, podremos descubrirnos como “lectores digitales”, que no será otra cuestión que quien viaja entre los textos y otros materiales con versatilidad y flexibilidad.

Siempre se nos ha invitado a leer entre líneas, siempre en una lectura maniquea de la realidad un libro físico es una representación de la virtud y un teléfono del vicio. Nuestra tecnofobia no es otra cosa que la resistencia a un mundo que no conocemos. Hemos olvidado que la escritura se ha transformado – y con ella seguramente nuestras formas de imaginar – , con cada nuevo entorno, nueva forma, nuevo lugar de las palabras: hemos aprendido a pensar y quizá a soñar. Nuestras palabras persiguen moldes, y esos moldes son quienes les dan forma.

Yo persigo una forma – Prosas profanas de Rubén Darío.

Lo leí en un libro, no es otra cosa que afirmar que nos configuramos con la palabra pública, la palabra compartida, la palabra del otro. Ese exótico criterio de verdad que se realza en medio de conversaciones cotidianas para validar nuestras opiniones, tan solo es un ejemplo de que solo en la palabra autorizada y compartida, para nuestro caso en los entornos digitales, habitan esas formas llamadas escritura (s).

A propósito de Escritura(s), de Ramón C. https://clubdeescritura.com/?p=35672

Cipión el Bárbaro.

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