
Usualmente, los que tenemos algún cargo con responsabilidad sobre otros vemos que nuestra lista de cosas por hacer se vuelve interminable en el sentido estricto: nunca terminamos con todo lo que nos proponemos.
Quizás porque pecamos de soberbios y creemos que podemos con todo; quizás simplemente por no tomar en cuenta el tiempo real que demandan las tareas que nos autoasignamos.
Lo cierto es que, muchas veces, la lista crece en lugar de decrecer, y esto termina frustrándonos.
Justamente por esto, cuando alguien necesita ayuda, solemos escudarnos en todo lo que tenemos pendiente para no ofrecer la nuestra, porque hacerlo nos exigiría dedicar tiempo a otros en lugar de avanzar con nuestros propios pendientes.
Sin embargo, en muchos casos nuestra lista contiene tareas que podríamos delegar y otras que podrían postergarse sin inconvenientes, algo que de hecho ya ocurre cuando no llegamos a completarlas.
Pero volviendo al punto anterior:
¿Realmente perturba tanto nuestros planes ofrecer ayuda?
¿O se ha convertido en una respuesta automática que fuimos aprendiendo con los años?
Por experiencia propia, ayudar a otros nos da un poco de aire fresco; nos corre del eje y, al menos por un rato, dejamos de mirarnos el ombligo para tomar el pulso de otras realidades y otras necesidades que, muchas veces, son incluso más importantes que las nuestras.
Más aún: si pensamos en el verdadero sentido del liderazgo, veremos que estar al servicio de nuestros equipos es su definición última.
Por lo tanto, nuestras agendas nunca deberían estar tan cargadas como para no tener tiempo de ofrecer ayuda cuando alguien lo necesita.
En lo personal, encuentro realmente grato ayudar a otros.
Quizás porque yo también estuve del otro lado y muchas veces apareció esa mano amiga, esa luz en la oscuridad que me sacó de un problema o me ayudó a resolver algo.
Y eso se sintió fantástico.
Tan fantástico como sentir el bienestar que provocan en otros este tipo de acciones.
Siempre recuerdo esa máxima:“Quien da sin esperar recibir, recibe mucho más de lo que da.”
Y creo que expresa exactamente lo que ocurre.
Por lo tanto, sería muy sano y aconsejable no saturar tu lista de tareas con compromisos imposibles de cumplir.
Sé consciente del tiempo que demanda cada actividad para que tu lista sea realmente útil.
Y no pierdas la oportunidad de ayudar a otros porque —aunque no esté en tu lista— el balance final será mucho más gratificante.
Preguntas para evaluar el estado de tu organización
- ¿Los líderes de tu organización disponen de tiempo real para acompañar a sus equipos o todos están “hasta arriba” de tareas operativas?
- ¿Cuántas de las tareas que hoy ejecutan los líderes podrían delegarse o automatizarse?
- ¿Existe una cultura donde pedir ayuda es bien visto o se percibe como debilidad?
- ¿Cuándo fue la última vez que un líder intervino para ayudar a otro equipo sin que se lo pidieran?
- ¿Qué tan claro está que liderazgo implica servicio, y no acumulación de pendientes?
- ¿Los equipos sienten que pueden contar con sus líderes cuando realmente lo necesitan?
- ¿La organización premia la colaboración o únicamente la “productividad personal”?
Conclusión fuerte y llamado a ayudar
Si tu agenda te impide ayudar, entonces no estás liderando: estás administrando tu supervivencia diaria.
El liderazgo auténtico se mide por la disponibilidad, la cercanía y la capacidad de ampliar la mirada más allá de tus propios pendientes.
Revisa tu lista, libérala, delega, reorganiza… y abre espacio para estar cuando otros te necesiten.
Ese gesto —simple, humano, poderoso— puede transformar culturas, equipos y resultados.
Actúa hoy: el liderazgo que no se entrega, se pierde.
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