Crónica de una noche a la mesa

Crónica de una noche

Por: Eduardo Martínez Gallegos

Conchita me dijo que cuando nos viéramos me contaría algo muy personal y muy grave, después de tanto buscarla por la calle, y ya cuando nos vimos estando en mi casa sentados a la mesa mientras bebíamos, alcancé a ver unas profundas cicatrices en sus muñecas, y sin decir nada las acaricié lentamente con mi dedo índice, mientras pensaba en lo frágil que es la vida y en lo frágil de las emociones, en lo quebradizas lo volubles que son. Pensé en todo aquello que ella había pasado para querer arrancarse la vida de ahí dentro, en el dolor, en que tal vez un día su cara bonita se vio tornada gris por la tristeza. Desde que la conocí me cayó bien, por su sinceridad aparente y el tono satírico con el que hablaba, me comenzó a gustar mucho cuando reconoció que su cariño había muerto por su pareja. Siempre que salíamos ella usaba suéter o manga larga para ocultar sus cicatrices, ya que muchos dicen que fracasar en un suicidio solo es eso “un fracaso”, y las personas quedan portando cicatrices que hacen ver lo patéticos que fueron y por lo tanto deben avergonzarse,y ella por influencia de eso siempre se preocupaba porque la gente no viera sus marcas, porque no la juzgaran, porque [y esto lo pienso yo], hay algo ahí dentro que no se ha superado del todo, hay aún fuego que apagar, o mejor dicho un nuevo fuego que encender. Le dije que portara con orgullo sus cicatrices, que ella se conocía más que la mayoría por el simple hecho de haber intentado lo que yo no he podido pero he pensado.

Yo no conozco a muchos suicidas, y pienso que los demás solo somos suicidas de closet, porque solo intentamos matarnos poco a poco, por ejemplo yo con mis tres cahuamas diarias, pero como dijo Cioran “Mi misión es matar el tiempo y la del tiempo es matarme a mí”, me quedo pensando, ¿y si todos somos suicidas?.

Pero ella y yo estamos a un paso más cerca de tocar fondo, un trago más, un beso arrebatado, una canción, una revolución mental, la extinción, la gloria del amante extasiado, la forma de tragarse la depresión, un intento más en tratar de no tomar la decisión de no matarme hoy, como si fuese esa bala que me recuerda que tarde o temprano se alojará en mi cráneo, algún día, que acabará con este intento de hombre, con esta caricatura del hombre que sería, el que quería mi madre, el que pensó mi padre.Conchita se queda mirándome, yo casi me ahogo de pensar, tomo su mano, acerco mi cara a su pequeña cara, veo un poco de su iris café claro y percibo algo de su perfume que me parece familiar, le beso en el cuello, y ella no se resiste, somos como víctima y victimario en el preámbulo de un sacrificio sangriento, como verdugo y condenado, como león y una desafortunada gacela atrapada, pero sin saber ni tener idea de cuál papel desempeño yo.

Ella comenzó a escuchar el ruido de las calles, comenzó a defender con el silencio mi propio silencio, ha visto al que soy en sociedad, y al que soy en solitario, me veía desde lejos como tratando de descifrar en qué consistía yo,la forma en que podía ser un tipo “brillante” y a la vez un completo idiota, y de disfrutar de la misma forma de lo cursi o de lo obsceno, esa fórmula que yace en mi pasado y afecta mi presente, eso que tala mis huesos, eso que me hace beber como loco,mis diferentes tonos de risa y de voz, mis pinches poemas, y ella, ella para mí se dijo con todas sus palabras y a la vez con ninguna, en completo silencio y en un ambiente fúnebre hicimos el amor, yuxtapusimos pasiones y risas, dolor y muerte, desengaño y engaño.

Después fuimos a cenar, y le mostré que tengo al fantasma de José Alfredo encerrado en mi cuarto, para que todas las noches me cante, que odio el regetón, y que también me gustaPedro Infante. Me propuso amistad más allá de las palabras complicadas, que ella siempre confiaba y quería siempre de más, que esos tal vez eran sus errores más frecuentes, su defecto, le traté de hacer ver que no era un defecto y que también yo lo poseía, le mostré poquito de mi alma quebrada al leerle algo del mayor Sabines, ella me veía desde lejos, tal vez la transporté a otro lugar, o tal vez la acerqué más a mí, me pidió otra cerveza, la fui a traer del refrigerador, algo de cerveza helada que apague los dolores y encendierala noche.

Se marchó con la noche y no la he vuelto a ver, pero me dejó sus zapatos para saber que regresaría, como un pacto secreto entre los dos, los zapatos cafés los conservo en un solitario cuarto,ellos esperan por ella, porque yo nunca he sabido esperar, me bebo un trago, se calienta esta garganta, veo el alacrán en el interior de la botella, me pregunto si el alacrán viviría feliz su vida, si logró ser lo que soñó de niño, ¡claro!, a pesar de haber devorado a su madre lentamente al nacer, y al crecer sin tener ni putaidea de quien era,mientras recuerdo a la chica que sentada a la mesa conmigo y que me dijo que hubiera querido ser maestra. Me he quedado solo aparcado en este cuarto, escuchando música y el sonido del agua cayendo por la calle,viendo aquellos zapatos cafés,como si por el simple hecho de estar ahí en la repisa me quisieran decir algo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS