Creo que será

El suelo se acercaba cada vez más, pero su color había cambiado, ya no veía lo que había creído eran burbujas blancas y un azul en movimiento. Cuando por fin tocó el abismo, dio una voltereta con tal confianza de quien juega en una cama saltarina y cayó limpio y suave en sus pies descalzos a un agradable y elástico pasto verde claro. Examinando el terreno, al cual le tenía mucha familiaridad y a la vez, le provocaba un enérgico sentido de aventura, se iluminaba pensando en cuál sería su destino del día de hoy.

Era de mañana, el sol se había despertado hace algunas horas, pero no alcanzado su punto máximo, dándole calidad y tranquilidad al ambiente, pero dejando la puerta abierta para horas y horas de diversión antes de volver a esconderse. El joven miró a lo lejos las montañas, no tan grandes, pero aun con una nieve amigable en sus puntas, lo que le recordaba a un cuadro que habría visto alguna vez, pero no sabía dónde, y así eligió su aventura. “Haré un agradable campamento, cocinaré algún pez que pesque en el camino y miraré las estrellas hasta dormirme” Pensó.

Al comenzar su caminata, un viento cálido, cantando con los tréboles y acianos, lo ayudaban con sus primeros pasos. Parecía animarlo a buscar la paz. El joven no ocupaba su cabeza con grandes dilemas o preocupaciones, simplemente se maravillaba de alguna joya en el camino; el claro y serpenteado río a su derecha, haciendo la más bella y sutil música, la única nube esponjosa y amigable que flotaba despreocupada por la brisa o las aves construyendo sus nidos en alguno de los muchos y variados árboles que cubrían el terreno.

“Creo que me rodaré colina abajo” Pensó el joven con una sonrisa cuando llegó a una pequeña cima, y mientras bajaba caminando la misma: “Lo haré en la siguiente, mejor camino por el río, podré pescar y mis pies gozarán su perfecta temperatura.”

Con una gran y honda respiración, que exhalaba la más pura felicidad, se dijo “De cualquier manera, tengo todo el tiempo del mundo.”

Al poco tiempo de caminar descalzo sobre las piedras escondidas debajo del río – que producían dolor alguno en sus nervios – al norte se acercaba corriendo y saltando su peludo amigo. Ladraba y movía su peluda y larga cola. Saltó frente al joven y este lo atrapó en sus brazos en pleno aire, sin amainar su caminata. “¿Cómo estás? – Acariciando su cuello y orejas – ¿A que me has extrañado?

Por buen parte del día, el joven solo dedicó su tiempo a reír de las acciones de su querido amigo; persiguiendo hojas arrancada de los árboles por el juguetón viento, en ocasiones dando grandes saltos desde el pasto al río, y ladrando a los peces, quienes le provocaban la más profunda de las curiosidades. Al llegar el sol a su último cuarto de recorrido, el querido amigo del joven, que ya había quedado algo atrás de él, revolcándose en el pasto, le ladró para llamar su atención. El joven, con una gran sonrisa, quedando quito a mitad del río, y su peludo amigo, compartieron ese breve momento.

Al mismo tiempo que el perro se devolvía al sur en paz, pero con nostalgia, el joven daba media vuelta para seguir su camino. La única preocupación en su cabeza al salir del río, e ir con ambos brazos abiertos acariciando las hojas de los dos sauces a su lado, siguiendo el camino a las montañas fue: “Demonios, no atrapé ningún pez” Con una risa en cada palabra.

Mientras se levantaba de su juego de rodar por la colina, vio que las montañas ya estaban encima de él. El día ya estaba por pasar, se veía el comienzo del cielo morado. Sin pensarlo, comenzó a escalar las pequeñas montañas, no hacía falta equipo, ni aún usar las manos, sus montañas eran invitadoras y le otorgaban el más agradable ángulo de escalada. Subía casi como sí la gravedad hubiese tenido la gentileza, de cambiar su centro algunos grados, cosa de no arruinar el perfecto día del joven con algún calambre de piernas.

Mientras subía, el cielo ya estaba en su carrera de belleza, todos los lugares compitiendo por demostrar su color más atractivo, lo que iba dejando un sinfín de alimento para los ojos. El joven, aún sin ser molestado por nada, con completa paz y una sonrisa para nada forzada en su rostro, recordaba con risas esas historias con sus amigos; desde cuando decidieron huir del colegio para ir a la playa, hasta cuando estos lo empujaron una noche de tragos, a la que algún día sería su mujer. Todos estos buenos recuerdos, complementaban la gran admiración por los colores del cielo, que ya estaba por oscurecerse completamente, para crear el más tranquilo y perfecto de los momentos. Quedando ahí en la cima por algunos minutos, finalmente se decidió bajar de la nieve, para acampar en esta noche perfecta (y sin zancudos ni hormigas molestándolo), a la orilla del lago que se creaba al otro lado de las montañas. Lo último que pensó antes de oscurecer, mientras bajaba: “Aun somos jóvenes, tenemos todo el tiempo del mundo para seguir llenando el baúl de las memorias” Con un rostro sin ninguna arruga, pero al mismo tiempo sonriendo de oreja a oreja, pensó “Quizás mañana les diré que me ayuden a pescar, luego iremos a la playa”.

Al llegar al lago, se sorprendió a sí mismo, al recordar que no necesitaba armar campamento, lo estaba esperando su cabaña, con leña ya encendida y un buen chocolate caliente para servirse. Una vez que terminó su lectura, y lo caliente del chocolate animaba su estómago, decidió deleitarse con las suaves olas del lago y la gran oferta de estrellas, que sólo brillaban de la forma que brillan cuando se está lejos de las ciudades y pueblos.

Tirado en el suelo boca arriba, mientras admiraba la eternidad del espacio, antes de quedarse dormido, sintió la gran ansiedad que provocan los grandes viajes, no por su estrés, sino al contrario, por la infinita posibilidad de acciones y nuevas experiencias que obtendría.

La primera de las estrellas comenzó a brillar con más fuerza, seguida de sus vecinas, pronto todas parecían estrellas fugaces, que iban en dirección al joven, pero sin lastimarlo, como si quien cayera por un pozo lleno de luces de navidad, sabiendo que el pozo no tiene final.

Mientras caía hacia las estrellas, estas iban cada vez más terreno a la realidad, dando paso al fuerte sonido de las olas, el olor a mar y la sensación cada vez más fuerte del golpeteo de su corazón; Yendo de un súbito cese, a un redoble de tambores, anunciando el último peligro. Ya casi llegaba al final de su caída, y lo último que pensó en este mundo, mientras lloraba el adiós, fue: “Desearía caer en un pasto suave, darme una voltereta y seguir mi camino”.

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