La abuela sonrió, tomó a su nieta en brazos y con un dulce beso le dijo -Los corazones no mueren de amor, mas allá donde nosotros no entendemos hay un acuerdo entre ellos, se aman, se sienten yse tocan de mil formas que nosotros no comprendemos, solo tienes que llorar niña mía, llora y tus lagrimas irán al viento, el sabrá a donde llevarlas.

Tlalli, era una niña transformándose en mujer, y por capricho de la naturaleza era una mujer digna de ver, su piel morena, sus ojos grises y radiantes, su cabello negro y lacio que recogía en una trenza larga la hacían ver como una mariposa nocturna, oscura, preciosa, mágica.

Era época de caza y el joven que había jurado su amor frente al río sagrado había sido presa de un puma, Tlalli desconsolada lloraba a la luz de la luna, como una vieja loba que sabe que la vida está a punto de llegar a su fin, sus lagrimas se las llevaba el viento hasta que se sembraban en la tierra, la noche al ver el dolor que había dentro de su corazón decidió por amor a ella transformarlo y hacer crecer una mazorca de maíz azul por cada lágrima sembrada. A la mañana siguiente la gente de su pueblo recogió el maíz y lo usaron para sus comidas, pero por la obra de la noche que hizo posible esta maravilla, cada persona que probo de él termino recordando algún viejo amor y esa noche hubo llanto en el pueblo.

Pasaron algunos años, el corazón de Tlalli ya no sentía ese dolor, había crecido y ahora era una mujer fuerte y salvaje, un día paseando por la costa miró a lo lejos una embarcación, ya casi no se veía eso, así que curiosa por ello decido ver qué novedades había en otros lados del mundo, de la embarcación llegó un hombre con cabellos de oro y ojos como el mar, él, un hombre curtido por la vida y los azares que había pasado en sus viajes quedó prendado de su piel morena y el lustrosos cabellos negros que caían por su espalda apenas la miro, se cortejaron algunos días, Tlalli lo citó a media noche allá donde la gente había sembrado alguna vez y que ahora solo era tierra de conejos, se acariciaron toda la noche y cuando el sol comenzaba a salir vio a Tlalli que dejaba caer lágrimas de amor por aquel hombre, el sol apenado y encantado a la vez por haber presenciado esa escena de amor calentó las lágrimas que se habían sembrado en la tierra e hizo que crecieran mazorcas de maíz rojo, como esa pasión que había invadido el corazón de esa hermosa mujer; ese día el pueblo entero volvió a comer de ese grano rojo, el pueblo esa noche vivió una pasión envuelta en amor, ese día se concibieron muchas almas, que se transformarían en hombres y mujeres llenos de amor y pasión por la vida y la tierra. De aquel amor Tlalli quedó preñada y su hombre de cabellos de oro y ojos como el mar la amó más, Tlalli recordó las palabras de su abuela que había fallecido el invierno pasado y se dijo a si misma que el amor había inundado su vida.

Después de nueve lunas que la vida le sacudió su vientre y la lleno de danzas Tlalli al pasear por la pradera sintió la vida fluir de entre sus piernas, se puso en cuclillas y dejó salir con lágrimas de gozo a un hermoso niño con la cabeza dorada como su padre, la pradera emocionada por este acto de amor dejó crecer mazorcas de maíz dorado en cada lagrima que había brotado desde lo profundo del corazón de Tlalli y que recorriendo sus hermosos ojos habían caído a la tierra mientras ella paria; Tlalli regresó al pueblo más tarde con un hermoso niño en brazos su hombre la recibió con gratitud y amor, la acurruco en su cabaña y se llenaron de gozo. Ese día el pueblo entero se regocijó con el hermoso maíz dorado y cuando lo probaron sintieron la fortaleza de aquella mujer, sintieron como la vida los inundaba y tuvieron la necesidad de sembrar y ver nueva vida en su tierra.

Pasaron los años y Tlalli envejeció, vio crecer a su estirpe y con ello su cabeza se inundó del color de la espuma del mar, entonces al saberse plena de la vida volvió a aquellas praderas en las cuales siempre ocurrían milagros, entonces esa noche su abuela apareció entre las estrellas, le susurró el secreto de su nombre, te llamas Tlalli le dijo, porque así nuestros antepasados llamaban a la tierra, tienes el don de que ella te escucha y florece cada que tu corazón se llena de energía cósmica.

Tlalli dejó caer lágrimas de amor por esa anciana dulce que le contaba historias y la consolaba con mimos y dulces cada que ella sentía angustia o miedo, cada lágrima que cayó a la tierra se sembró y la luna hizo crecer mazorcas de maíz blanco como su brillo, blanco como la espuma del mar, blanco como el cabello de Tlalli, su cabello se había vuelto como el de su abuela, y se dio cuenta que había llegado la hora de ir con ella, Tlalli canto esa noche, a lo lejos el hombre de ojos como el mar escuchó, y fue hasta donde su amada, se abrazaron como aquella noche donde concibieron a su hijo y ahí a la luz de la luna partieron, descansaron y se fundieron en la tierra, la tierra conmovida por esta muestra tan grande del corazón cobijo a su más amada hija con el hombre que había cuidado de ella en sus entrañas, así decidió hacer crecer el maíz colorido por todas las praderas y campos de la región, azul como la noche que cobija al corazón, rojo como la pasión que nace en dos amantes, dorado como un nuevo amanecer y blanco como la pureza de sabiduría que aparece con la vejez y pinta los cabellos cual espuma de mar.

Ninguna hija suya había puesto su corazón en la tierra y hacer brotar maíz de sus lágrimas, nadie había tenido la fuerza suficiente como para que el corazón hablara con la naturaleza como lo hizo Tlalli.

Hoy la gente sigue sembrando y alimentándose de ese grano que la tierra hace crecer desde lo más profundo de su corazón.

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