1.
Soy la casa que habitaste,
un refugio para tu paso breve.
Entraste con la dulzura del viento
y saliste dejando un eco eterno.
No sé si volverás,
pero tu ausencia me recuerda
que a veces amar es aprender a soltar.
El niño que fui te busca aún,
esconde en sus manos los sueños
de un tiempo que no sabe morir.
Siempre seré ese niño contigo,
aunque mis días se vistan de sombras.
No olvides al niño que te amó,
porque en él vive todo lo que fui.
2.
Es mejor así, me digo,
callar lo que grita en mi pecho,
dejar que la calma tome su lugar
y aprender a amar desde la distancia.
Prefiero quedarme en silencio,
donde las palabras no puedan herir.
Espabilo entre los recuerdos,
como quien despierta en un bosque desconocido.
La soledad no es castigo,
es el arte de abrazarse a uno mismo.
3.
Hoy no estoy,
soy un susurro de lo que fui.
Quisiera llorar y gritar mi libertad,
pero el aire pesa en mi pecho
como si hubiera nacido para la tristeza.
He muerto tantas veces
que mi piel ya no recuerda el sol.
Revivo a medias,
como un ave que teme volar,
como un sueño que no quiere despertar.
El karma me enseñó su lección,
y aunque me duele, lo agradezco.
Morir es parte de vivir,
como el invierno es parte de la primavera.
Todos morimos al crecer,
nos deshacemos poco a poco,
pero entre las grietas florece la esperanza.
Amar es abrazar lo efímero,
vivir con la certeza de que el tiempo
nos arrebata todo,
menos el amor que dejamos atrás.
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